La estrategia de Kast en la primera vuelta fue notoria: se trataba simplemente de no cometer errores. Ese candidato con freno de mano no era muy apto para entusiasmar a nadie, pero consiguió su objetivo. Todo parece indicar que ahora lo más inteligente sería hacer lo mismo.
Supongamos que esto es así: que esa es efectivamente la fórmula ganadora y que cualquier otra pondría su triunfo en riesgo. ¿Es razón suficiente para seguirla? No, en ningún caso.
La dolorosa experiencia de Piñera II muestra que no basta con ganar la elección, hay que poder gobernar.
Hagamos un poco de historia. Cuando Sebastián Piñera se presentó por segunda vez tenía a su favor el buen recuerdo de su primer gobierno y el contraste con la reciente Nueva Mayoría. Con todo, había un factor que jugaba en su contra. La gente esperaba que, con la vuelta de Piñera a La Moneda, una nueva liga de superhéroes se iba a hacer cargo de Chile. Tal como Batman, Superman, la Mujer Maravilla, Flash y Linterna Verde, él y sus ministros iban a reactivar la economía, aumentar el empleo, eliminar la inflación, restaurar el orden en La Araucanía y fortalecer nuestro alicaído sistema educativo. ¿No había mostrado esa eficiencia para reconstruir Chile después del 27-F?
Sin embargo, el panorama internacional no era el mismo y los daños que había dejado la Nueva Mayoría eran menos visibles, pero más profundos que el terremoto.
Es verdad que Piñera no mintió ni hizo grandes promesas. Pero no se empeñó en bajar las expectativas de los chilenos. Después de eso, hiciera lo que hiciese, solo podía defraudar.
JAK no despierta un gran entusiasmo en los ciudadanos. No tiene el talante acogedor de Bachelet ni la simpatía de Jara. Tampoco es una figura imponente, como la de Lagos. Ahora bien, en este momento los chilenos están asustados. Lo que quieren no son abrazos ni una buena imagen, sino un sheriff que ponga orden, reactive la economía y nos dirija al buen camino. Ese hombre parece ser José Antonio Kast. Además, podrá contar con los mejores equipos, porque todo el resto de la derecha se ha puesto a su disposición.
Ahora bien, las cosas no son sencillas. De partida, una buena parte de la izquierda piensa que la única forma de volver al gobierno en 2031 será hacerle la vida imposible a un presidente de derecha y conseguir que fracase. Que eso sea muy malo para Chile no le quita el sueño a esa izquierda. Si en 2019 y durante la pandemia mostró lo que era capaz de hacer, ¿qué podría llevarnos a pensar que esta vez será distinto, si no ha dado muestras de arrepentimiento?
Si llega a La Moneda, Kast tendrá una oposición inmisericorde y enfrentará problemas que no se resuelven en cuatro años. En Chile llevamos largo tiempo ahuyentando la inversión, debilitando la autoridad y tolerando el desorden. Tenemos muchas bandas criminales operando en el país con un nivel de sofisticación tecnológica y un grado de crueldad sin precedentes. Nuestro servicio de inteligencia civil (ANI) es insuficiente y Carabineros y la PDI no cuentan con todos los medios necesarios para operar.
Hay gente que se ríe del hecho de que Kast haya empezado a usar un auto blindado. Probablemente todavía piensa que estamos ante bandas como los Hermanos Pincheira y no frente a grupos que ya han matado a candidatos presidenciales en México, Colombia y Ecuador, que descuartizan gente y que mueven miles de millones de dólares. ¿Por qué en Chile van a proceder de otra manera? No nos engañemos, si Kast cumple con su tarea tendrá posibilidades significativas de no morir en su cama.
Todo esto deben saberlo los chilenos. La reactivación económica será lenta, muy lenta. El mejoramiento de la educación enfrentará obstáculos enormes, comenzando por los paros del Colegio de Profesores. Nuestras exportaciones serán obstaculizadas por numerosas huelgas, que exigirán tomar medidas muy dolorosas. Los chilenos deben saber que aquí habrá lágrimas, para que nadie se sorprenda. También habrá que ocuparse de aspectos no directamente económicos, pero fundamentales: crisis de confianza social, comunidades intermedias, natalidad, y proponer un horizonte para Chile.
La amplia práctica de los políticos latinoamericanos ha sido la de prometer lo que no pueden cumplir. Los más sobrios no prometen, pero no advierten explícitamente sobre los problemas que vienen. Pienso que el hablar con claridad es hoy una necesidad de sobrevivencia. ¿O no nos dice nada que los chilenos hayan oscilado entre gobiernos de signo opuesto en cada una de las elecciones de los últimos quince años?
Hay una excepción, que no es ningún ejemplo en su tendencia a maltratar verbalmente a los que piensan distinto, que deteriora el clima político, pero que ha logrado reducir la pobreza, bajar drásticamente la inflación, ordenar el país. Se llama Javier Milei: no solo ha sobrevivido a los peores ataques, sino que ha tomado medidas durísimas al tiempo que mantiene un alto apoyo popular. A él le pueden decir muchas cosas, menos el haber ocultado al paciente el estado de su enfermedad.
Kast corre hoy el riesgo de que, si sigue el camino de la sinceridad, los chilenos podremos inclinarnos por la vía fácil y elegir a Jara y sus promesas. Pero, si no lo hace y, como consecuencia, los chilenos se sienten decepcionados al cabo de seis meses, es muy probable que termine por lamentar el día en que pensó que su lugar estaba en La Moneda.