El 4 de septiembre de 2022 fue la línea de más alta marea de la nueva izquierda chilena, la que prefiere el prejuicio sobre la evidencia; la fantasía sobre la realidad; el decrecimiento sobre el progreso; la ignorancia sobre el conocimiento; la cancelación sobre el debate; la funa sobre la tolerancia; el caos sobre el orden; los territorios sobre la patria, y el lenguaje “inclusivo” sobre el castellano.
Como diría el historiador Niall Ferguson, Chile en el octubrismo ejerció su derecho a ser estúpido. Afortunadamente se dio cuenta a tiempo y recapacitó.
Desde entonces lo que hemos visto es un rápido deterioro de su base de apoyo. El tiempo le ha dado la razón a los que advirtieron (Navia, Peña, Axel Kaiser, etcétera) que el malestar se debía más a la falta de oportunidades que a un deseo de volver a un socialismo trasnochado. Las causas de esa frustración, sin embargo, no eran culpa del modelo, sino que de las élites políticas que, animadas por un deseo de crear un estado de bienestar de país desarrollado en un país pobre, lo estancaron a punta de burocracia, impuestos y regulaciones. Ahora la pregunta que surge es qué hay que hacer para que esta elección no sea la línea de la más baja marea de esa izquierda, como lo fue la caída del Muro de Berlín, para que después se recupere y amenace la paz y la prosperidad de nuevo.
La respuesta me parece simple, pero la ejecución es compleja. En algunas cosas, volver atrás, y en otras, avanzar. Para eso se requerirán grandes acuerdos, porque las reformas —políticas, tributarias, sanitarias, educacionales y modernizadoras del aparato público— demandan leyes para que sean estructurales y sostenibles en el tiempo.
El próximo gobierno debe aprender a cambiar un neumático con el auto andando. Deberá mejorar la gestión del día a día del Estado, mientras al mismo tiempo negocia en el Congreso reformas legales que le cambien la cara al Estado chileno y a la economía del país, sin que los grupos de interés afectados paralicen Chile.
Los ganadores en la presidencial fueron Kast y Parisi —que nadie vio venir—. Los grandes perdedores, el Gobierno y las encuestas. Mi candidata, Evelyn, mostró que Chile no está en el centro político, que ella es de un patriotismo y nobleza encomiables, y que se merece el agradecimiento y aplauso de la derecha chilena. Ella representó al piñerismo, y los que la apoyamos apuntamos al centro en un Chile fastidiado y polarizado, era una apuesta riesgosa que fracasó.
El Congreso quedó con una leve mayoría de oposición y no diré de derecha, porque no lo es. Quedó heterogéneo, polarizado y sin liderazgos ni partidos que hegemonicen. Esto forzará difíciles negociaciones para lograr las reformas estructurales que demanda el país. Por eso me quedo con un moderado optimismo, la izquierda perdió, la derecha ganó, y los ejes estructurantes de un próximo gobierno, “orden y progreso”, se instalaron como las demandas ciudadanas acuciantes de las que espero José Antonio Kast sea quien elijamos para hacerse cargo.