Una manera de resumir lo ocurrido ayer consiste en decir que hubo un fracaso obvio, el del Gobierno; la aparición de un populismo no autoritario, el de Parisi; la constitución de un nuevo bloque de poder en la derecha, y el término de una larga carrera política, la de Evelyn Matthei.
Fue más que una elección. Fue un acontecimiento: uno de esos hechos que modifican la fisonomía de la esfera pública.
Es cosas de echar la vista atrás y recordar la escena y los discursos de hace apenas cuatro años, para advertir hasta qué punto el resultado de ayer, las preferencias de los ciudadanos, los discursos que se pronunciaron, constituyen un fracaso para el Gobierno. Las transformaciones estructurales, la muerte del neoliberalismo, los arrestos poéticos de entonces dieron paso ayer a un discurso a ras de piso, tan a ras de piso que para tener esperanzas para la segunda vuelta ha hecho el prodigio de encontrar virtudes gubernamentales en las propuestas de Artés, de Mayne-Nicholls y de Parisi. Y la épica transformadora de hace cuatro años dio paso a la escena familiar, que apela a la memoria emotiva de millones que ven en la familia y la peripecia vital de Jara, el recuerdo de la propia.
Es cosa de comparar el porcentaje de votos obtenido por J. Jara con el que logró F. Parisi, nada menos que casi un veinte por ciento, para subrayar cuán radical es lo que ha ocurrido que, no vale la pena ignorarlo, semeja una derrota. ¿Podrá recurrirse a la votación de Parisi para remediarla? No parece posible si se tiene en cuenta que lo de Parisi es la constitución de un populismo no autoritario, un sector atraído por un programa de digestión fácil, muy lejos de los conceptos y la sensibilidad del electorado de Jara. Jara tendría que aligerar hasta la falsificación lo suyo para atraer hacia sí los votos de Parisi.
Pero también hay un fracaso relativo, pero fracaso, a fin de cuentas, para la derecha. La derrota de Evelyn Matthei (cuya larga carrera política ayer acabó de languidecer) es también una derrota para la derecha que de pronto quiso ser liberal; pero cuyo mayor logro ha sido permitir el crecimiento de una derecha iliberal, que ha hecho suyos los temas tradicionales de la derecha (orden, nacionalidad, etcétera), sin envoltorios de política pública o asesorías empresariales, sin ideas de emprendedores, sino que alerta a los aspectos más emotivos y pulsionales que bullen en la vida social.
La derrota de Evelyn Matthei —vale la pena detenerse en ella— es, al margen de lo anterior, significativa por sí misma. Matthei era, entre todos quienes competían, una figura cuya trayectoria arrastraba consigo las vicisitudes, las contradicciones, las idas y venidas, también las zancadillas, de la política de las cuatro últimas décadas. Fue integrante de la pandilla juvenil, fue la hija liberal de la junta militar, víctima y victimaria de las rencillas de hace años, diputada, senadora, alcaldesa, candidata y futura presidenta durante un par de años que acaba —hay que decirlo, aunque la sola mención suena cruel— detrás de Kaiser y de Parisi. Es difícil encontrar otro trazo de biografía que resuma mejor la trayectoria total de la derecha, esa derecha que brotó a la sombra de la dictadura y cuya estela dominante alcanzó más o menos hasta ayer.
Porque después de este resultado se empieza a constituir un nuevo bloque de poder en la derecha. Gramsci llamaba bloque de poder a una particular constelación de grupos sociales o clases y una determinada ideología. Sobra decir que en la derecha los grupos sociales dominantes en ella seguirán siendo los mismos; pero la amalgama ideológica parece estar cambiando de manera más o menos radical. Lo prueban la figura de José Antonio Kast y la de Johannes Kaiser. Ambos han elaborado un discurso que en vez de enfatizar la eficiencia en las políticas públicas (el discurso más o menos tecnocrático que asomó en Matthei) pone el acento en los motivos subyacentes, las pulsiones subterráneas de la vida social que no son solo el miedo al otro, sino también la idea de nación, de respeto a las reglas, de autonomía familiar y que alcanza incluso a cuestiones tan periféricas como los modales (el damas y caballeros de Kaiser es la mejor muestra de eso).
Y, así, la rueda principia a girar de nuevo.