La polarización tiene una capacidad exponencial de reproducirse, lo que la transforma en una de las pestes más mortales y difíciles de erradicar cuando penetra con cierta intensidad en el cuerpo social. Si llega a niveles de odio, los mecanismos de curación se tornan improbables y dolorosos.
La polarización no es solo la distancia que nos separa en los temas que nos dividen, sino también y, sobre todo, como bien lo ha apuntado y medido el Estudio Nacional de Polarizaciones 2025 (3xi y Research, disponible en la web), aquella que media entre las posiciones que creemos tienen los que piensan distinto y las que ellos realmente tienen, en los temas que nos importan de la vida en común. Cuando se hace significativa esa distancia entre lo que los otros piensan de esos problemas y lo que nosotros creemos que los otros piensan acerca de ellos, es señal de que no nos escuchamos; ya no solo no intentamos empatizar, sino que no sintonizamos; cuando, raramente, escuchamos a los distintos, solemos hacerlo “interpretados” por un tercero parecido a nosotros, y cuando nos vemos forzados a oírlos directamente, lo hacemos no para comprender lo que dicen, sino para reafirmar el estereotipo que nos hemos hecho de ellos. Solemos “extremar” al otro para así poder reafirmarnos; pero, a una cierta altura de ese “extremarlo”, el otro que hemos inventado se constituye en amenaza. A un cierto nivel de esa pendiente —como ocurrió durante la Unidad Popular y exacerbó el discurso contra el “cáncer marxista” del gobierno militar—, el otro pasa a ser enemigo y se necesita y justifica exterminarlo.
En niveles menos intensos, la polarización dificulta los entendimientos que exige la política. Los ánimos se acaloran entre políticos que creen estar llamados a dar testimonio y no a mostrar logros. Entonces, los gobiernos son cada vez menos realizadores y pasamos de los ciclos largos a la alternancia continua y, luego, a los vaivenes pendulares.
No es malo entonces medirnos en esta materia y tomar conciencia del riesgo país que enfrentamos. El estudio que comentamos muestra que las mayores brechas —y que van en aumento— entre lo que piensan los de derecha y los de izquierda se dan en las percepciones sobre el gobierno militar, en la carga tributaria conveniente para activar la economía, en el debido equilibrio entre productividad y medio ambiente, y en las facultades que deben tener los carabineros para combatir la delincuencia. Estas son las diferencias reales. En las tres últimas, necesitamos con urgencia políticas de Estado, que sean estables.
Otras son las brechas subjetivas; los prejuicios falsos acerca de lo que piensan los otros. Los de izquierda piensan que los de derecha son mucho más conservadores en materia de aborto, partidarios de la autodefensa y de la privatización de lo que en realidad son. Por su parte, los de derecha piensan que los de izquierda son mucho más permisivos con la migración y más partidarios de subir los impuestos a todo trance de lo que estos mismos lo son. Se trata de equívocos capaces de subir artificialmente la animadversión.
La última encuesta CEP también muestra que aumentan levemente en relación con el 2021 las personas de derecha con opiniones negativas acerca de la gente de izquierda (de 50 a 54%) y algo más significativamente las de la gente de izquierda con opiniones negativas acerca de la gente de derecha (de 30% a 41%).
Aumenta la polarización, pero, a un tiempo, grupos inmensos de votantes han oscilado en sus preferencias en los últimos años de un extremo a otro del espectro político. Cambiamos de idea, pero aumentamos la intolerancia. Es posible entonces que lo que esté aumentando no sea tanto la polarización como la frustración hacia la política y la consecuente rabia; que los chilenos estén dispuestos a cambiar de opinión, pero aun así aumenten su distancia con los que piensan distinto. Si ello fuere el caso, la demagogia y la insustancialidad que hemos visto en esta campaña en los temas de seguridad volverá a pasarnos la cuenta.
A pocos días de las elecciones, tal vez la pregunta más relevante para los electores no sea tanto con quién nos identificamos, sino quién nos parece más confiable para conducirnos, en un clima de mayor concordia, serenidad y franqueza, hacia el logro posible de lo que nos une. Por mi parte, confieso no tenerlo aún del todo claro.