A nadie le extraña que el oro haya subido de precio en estos tiempos turbulentos. Cuando no se puede confiar en los gobiernos, e incluso los bancos centrales de casi todo el mundo han dado muestras de irresponsabilidad, es muy explicable que las personas busquen los medios más seguros para proteger el fruto de su trabajo.
Algo parecido sucede en el campo político. Si recordamos la borrachera intelectual que afectaba a los chilenos cinco años atrás, la nueva sensibilidad que observamos marca un notable punto de contraste. El cambio ha sido muy rápido. Hoy los chilenos piden orden, parecen aburridos del crecimiento infatigable del Estado, ya no creen que sea un buen educador, valoran un mundo más estable y empiezan a preocuparse por el deterioro de la natalidad.
Después de haber pasado tantas turbulencias, los chilenos podrían repetir lo mismo que Konrad Adenauer en la Alemania de posguerra, cuando los socialistas querían cambiar el rumbo a pesar de que el país ya experimentaba el crecimiento económico y las bondades de la democracia: “¡Nada de experimentos!”.
Hoy los conservadores están contentos. En todo el mundo se publican libros y se organizan seminarios acerca de esa sensibilidad política, que ha adquirido un atractivo especial. Mientras tanto, se habla de la crisis de la izquierda, de la socialdemocracia e incluso del liberalismo. Los conservadores sacan cuentas alegres: hasta son los favoritos para ganar la próxima elección presidencial chilena.
¿Significa todo esto que los chilenos se han vuelto conservadores? Quizá sea así. Sin embargo, estos cambios podrían deberse no a que hayan hecho suyas las ideas de Edmund Burke, Abdón Cifuentes o Rusell Kirk, sino a una realidad mucho más simple: tienen miedo. Como en otros lugares, la sociedad chilena se asomó al abismo, no le gustó lo que había allí, y se retiró angustiada.
Si bien soplan otros vientos, no parece que el conservadurismo de muchos ciudadanos que hasta ayer apoyaban las causas de la izquierda tenga bases intelectuales sólidas ¿Será que la sociedad se ha vuelto conservadora? Quizá se había corrido tanto hacia el progresismo que hoy parece ser conservadora la simple recuperación de ciertas ideas que antes eran ampliamente compartidas por los chilenos. De ser así, este cambio obedecería a un instinto básico de supervivencia.
No quiero quitar méritos a este auge conservador, que ha sido preparado durante décadas por el trabajo de unos pensadores y políticos que no han tenido miedo de estar en posturas minoritarias. Solo quiero decir que los conservadores cometerían un error si malinterpretaran estos cambios.
Además, los conservadores se han encontrado con algunos nuevos compañeros de ruta, porque también otros se han aburrido de la ortodoxia progresista. Sin embargo, deben ser cuidadosos a la hora de entusiasmarse con esos nuevos amigos, porque sus ideas y actitudes a veces son cuestionables.
De partida, hay que tener presente que el conservadurismo, al menos el chileno, tiene un marcado talante democrático y siempre ha intentado cultivar las buenas maneras en política. En ocasiones, podrán haber sido clericales y de mente pequeña, pero nunca pretendieron barrer con los adversarios o tratarlos como si fueran una plaga. Es importante, entonces, que este sector político no se deje contagiar por actitudes estridentes y mantenga ese civismo que permite que tengamos una convivencia sana.
También deben rechazar la tentación de tener éxito a cualquier costo. Las fórmulas al estilo Bukele no pueden mantenerse en el largo plazo y, al menos, no constituyen un modelo para Chile. El debido proceso, por ejemplo, es parte fundamental del ideario conservador.
Un asunto interesante es su colaboración con el mundo libertario, que es variopinto. En él conviven posturas muy sensatas con ciertos grupos extravagantes, de modo que es necesario discernir con mente clara si, cuándo y en qué medida, conviene trabajar en iniciativas comunes.
En concreto, figuras como Elon Musk podrán decir ocasionalmente cosas razonables, pero su visión del hombre y la sociedad es muy distinta de la que mantiene un conservador medianamente informado. No basta con que un empresario, un político o un intelectual critiquen las desmesuras del wokismo para que uno piense que pertenece a la misma familia política.
Otro tanto cabe decir respecto de ciertas vertientes del nacionalismo. La inmigración descontrolada y no sujeta a la legalidad constituye un serio problema, pero el conservadurismo nada tiene que ver con la xenofobia.
Por último, si algo caracteriza a la psicología conservadora es un sano escepticismo. Los conservadores piensan que la política es importante, pero que la salvación del hombre no viene de las leyes, las estructuras, los programas económicos, los líderes o la ciencia. Un conservador no puede adoptar aires mesiánicos.
El conservadurismo, en suma, haría mal en presentarse como una solución de emergencia para ciudadanos asustados, al estilo del oro que resguarda a los ahorrantes de los riesgos de la inflación y el estatismo. Su propuesta ha de ser positiva. Cuando achica al Estado, busca fortalecer la sociedad; si defiende la autoridad de los maestros, se debe a que quiere que los alumnos aprendan, y si mira con buenos ojos a los policías es porque sabe que sin ellos no podemos gozar de los bienes de la libertad.