En la cadena nacional realizada el pasado martes, el Presidente Gabriel Boric tomó una decisión importante. En efecto, además de presentar las grandes líneas del presupuesto, criticó severamente una de las propuestas económicas de José Antonio Kast. Es irresponsable además de indeseable —aseveró, con el ceño fruncido— reducir el gasto fiscal en seis mil millones de dólares, como ha anunciado el candidato republicano.
Desde luego, es indudable que Kast haría bien en ofrecer mayores detalles de su propuesta, cuya modalidad ha generado legítimas dudas. De hecho, esta ha sido una de las discusiones relevantes de la campaña: ¿cómo disminuir el gasto y en qué magnitudes sería prudente hacerlo? ¿Cuán grave es nuestra estrechez fiscal, cuán razonable es nuestro nivel de deuda? Como puede verse, se trata de preguntas primordiales, que merecen un examen riguroso. Sin embargo, la paradoja es que la actitud del mandatario opacó enteramente ese debate, y obligó a formular otra pregunta: ¿es la cadena nacional la instancia para entrar personalmente en la trinchera? ¿Puede ser usada la cadena como herramienta de campaña, y convertirla de facto en un equivalente a la franja?
Los debates electorales tienen su espacio y su lugar, que el Presidente conoció bien como candidato (y, de hecho, no escatimó en promesas grandilocuentes). En esa cancha, es esperable que los candidatos se emplacen, critiquen sus respectivas propuestas y se vean obligados a aclarar sus argumentos. Eso es lo propio de la campaña, que permite que los chilenos votemos informadamente. Incluso es comprensible que los ministros defiendan al gobierno si este es atacado, y sería raro que no lo hicieran. Pero es bastante más dudoso que el Presidente instrumentalice una instancia republicana para convertirse en un actor más de la campaña. Para decirlo de otro modo: la cadena nacional es un privilegio que involucra deberes, y el primero de ellos es no usarlo con fines electorales, pues su finalidad es situarlo por encima de las polémicas partisanas, en la medida en que encarna la unidad de la nación. Las atribuciones propias del jefe de Estado deben emplearse con un mínimo de altura, y pierden todo su sentido en caso contrario. Lo menos que puede decirse es que Gabriel Boric cuida poco el cargo que habita, al no percibir que esos gestos también constituyen una amenaza para la democracia (¿qué haremos cuando no nos queden instituciones por encima de la reyerta?).
La pregunta que surge naturalmente es por qué el mandatario escogió degradar la institución presidencial de ese modo. Y ninguna de las respuestas es demasiado estimulante. Por de pronto, es evidente que su intervención levantó al candidato republicano, al transformarlo en su gran interlocutor. Kast, parece decir Boric, es el único adversario a mi altura: es mi némesis perfecta. Por cierto, la alusión dejó más de un herido en el camino. El caso más patente es el de Jeannette Jara, que quedó fuera de juego. El gesto es frío, y rayano en la crueldad, pero —al menos— el mensaje es claro: Jara es una candidata lateral, que no incide en la discusión ni jugará papel relevante en el futuro. El destino de esa postulación tiene sin cuidado alguno al Gobierno.
Con todo, lo más significativo va por otro lado, y pasa por lo siguiente: Gabriel Boric necesita antagonizar, necesita un polo contrario para existir como tal. Es su forma de respirar. El mandatario no concibe la política sin antagonismo, sin adversarios (por ese motivo no comprende, ni puede comprender, la institución presidencial: todo puede ser convertido en leña). Este es el dato central, que mejor lo retrata. Pero hay más. Al fijar a su interlocutor, Boric anuncia lo que viene y, en esta lógica, el gesto se vuelve muy revelador: se está preparando desde ya a ser el gran opositor. Aunque faltan varias semanas para la presidencial, y la suerte aún no está echada, el mandatario ya apostó por el escenario que más le acomoda: la lucha frontal y explícita contra aquello que llama ultraderecha. Kast es su contrincante ideal para lo que viene. Para decirlo en simple, el Presidente está preparando desde ya su salida, y está advirtiendo que él será la figura excluyente de la futura oposición. Si la izquierda está carente de liderazgos, pues bien, desde marzo contará con un exmandatario dispuesto a cumplir con sus deberes, y con varias décadas de vida política por delante.
Debe decirse que, en su objetivo, Gabriel Boric cuenta con un capital nada de despreciable: el incombustible 30% de respaldo que lo ha acompañado durante toda su administración. Ese es su punto de partida, la plataforma que sustenta su proyecto; y es, al mismo tiempo, el dato que lo autoriza a ser un agitador —usando la Presidencia— sin pagar grandes costos. Este es todo el punto, que sus críticos deberían comprender cuanto antes: las decisiones del Presidente no son casuales. Si se permite romper los moldes, instrumentalizar las instituciones e ignorar algunas reglas elementales es porque nada de eso afecta el apoyo de sus incondicionales. Su presidencia, los ministros, el Gobierno, el aparato comunicacional, las cadenas, todo —todo— está puesto al servicio de una sola finalidad: su propio futuro político. Si las instituciones pierden, tanto peor para ellas. Gabriel Boric sabe para quién trabaja.