Con el pie izquierdo y freno de mano partió la campaña promovida por el Presidente Boric para que Michelle Bachelet sea la próxima secretaria general de las Naciones Unidas. Sin consensuarla en Chile, sin conversarlo con nuestros hermanos latinoamericanos, que tienen tres candidatos alternativos; con agenda feminista, existiendo 57 países musulmanes en la ONU, y peleando con EE.UU., que tiene veto y paga la cuenta, las posibilidades de éxito se ven remotas.
Fundada en 1945 con el objetivo de promover la paz, la seguridad y la cooperación entre países, la ONU está compuesta de 193 países miembros, de los cuales 60 no son democráticos o tienen sistemas políticos que limitan significativamente las libertades públicas. Chile estuvo a punto de integrar ese grupo si hubiéramos aprobado la Constitución que madame Bachelet definió como “no es perfecta, pero se acerca a lo que siempre soñé”.
Siguiendo esos sueños, ella apoyará el independentismo catalán y vasco para que dominen sus territorios, pero no apoyará a los tibetanos o taiwaneses para no enemistarse con China. Liderará una cruzada en contra de Meloni, Trump y Milei, pero permanecerá silente en contra de Cuba y Venezuela, que para los suyos son solo formas distintas de democracia parecidas a la de la Constitución con que ella soñó.
Se alineará con Hamas, Irán y Hezbolá, pero no con los ucranianos para no ofender a Putin. Promoverá todas las causas medioambientales que ojalá detengan el desarrollo, partiendo por Dominga, que se le atravesó desde que su exnuera le compró un terrenito cercano.
En materia de vida, propiciará el aborto y la eutanasia sin restricciones (el compañero Allende era partidario de la eugenesia, para mejorar la raza). En el tema feminista deberá cuidarse para no ofender a los musulmanes, porque ellos sí restringen sus derechos, desde estudiar, hasta votar, pasando por manejar y circular libremente. Ni que decir de cómo vestirse, si en Irán la policía de la moral mató a una mujer de 22 años (Mahsa Amini) por no ponerse el velo (hiyab) correctamente.
En principio, Bachelet es perfecta para el cargo: mujer, simpática, inteligente, socialista, políglota, doctora y con experiencia política y diplomática. Pero como todos en la vida, arrastra mochila de problemas, como, por ejemplo, su nepotismo. La ONU se ha transformado en un nido de gatos de campo, malos para la pega, buenos para pontificar y todo libre de impuestos. Pienso en varios parientes y camarades de madame naturalmente dotados para adaptarse a esa cultura laboral y que se sentirían cómodos de comisionados de atmósfera.
Por eso tengo sentimientos encontrados sobre si apoyarla o no. Como chileno me enorgullece todo lo que hacen mis compatriotas en el exterior. No distingo un piano de una trompeta, pero Claudio Arrau era el mejor pianista de la historia. Soy anticomunista, pero igual leo a Neruda y me enorgullece su poesía. Soy de la U, pero me sentía feliz cada vez que Bam Bam o el rey Arturo la rompían en Europa. Pero con ella me pasa lo mismo que cuando supe que un chileno le había robado la cartera a la ministra de seguridad de EE.UU., una mezcla de emociones, desde vergüenza hasta risa, pasando por la rabia e incredulidad. Por eso no puedo ser objetivo tratándose de ella y me cuesta apoyarla. Cuando ganó la elección presidencial declaró que la derecha tiembla cuando la izquierda sale a la calle. Yo aspiro a un mundo en que nadie tiemble porque otro gana una elección, pero madame claramente opina distinto. Sin embargo, creo que es bueno que salga de Chile y operarnos de ella, pero ¿se merece el mundo que le endilguemos el cachito para que replique a escala planetaria esa miopía ideológica con que estancó nuestro desarrollo?
Es preocupante la deriva que ha tomado la ONU. Dominada por una burocracia ineficiente, terminó honrando la máxima que toda ONG que no se declare de derecha terminará capturada por la izquierda. Así las cosas, surge la interrogante ¿será ella la que modifique ese orden de cosas? La ONU debe alejarse del progresismo woke (muy parecido al antiguo fascismo) y acercarse a los valores fundamentales que inspiraron su creación, los de la democracia liberal occidental recogidos en la declaración de los derechos del hombre. ¿Será alguien que admiró a la Alemania comunista, que corrió arrobada a saludar a Fidel y que apoyó el proyecto constitucional de Rojas Vade, Loncon y Stingo quien adhiera a esos valores y lidere esa reforma?