El hecho más notorio de estos días han sido las críticas formuladas al Presidente Gabriel Boric por su intervención en Naciones Unidas. En particular, se ha criticado el aire severo, si bien implícito, con que se ha referido a algunos de los puntos de vista que el Presidente Trump, más otros líderes conservadores de la región, han formulado.
¿Qué es, cabría preguntarse, lo que el Presidente Boric ha dicho y que se ha juzgado lesivo de los intereses nacionales, imprudente, arriesgado, innecesario, irritante al extremo que podría, se insinúa, desatar la ira del Presidente Trump?
En una de las partes más relevantes de su discurso, el Presidente Boric expresó que había muchísimas cosas en las que podíamos tener diferencias razonables entre los seres humanos, opiniones al respecto de esto o aquello, cómo hacerlo mejor o peor, respecto de políticas públicas, cosas así, todos los asuntos contingentes que en general agobian a las sociedades; pero, agregó el Presidente, hay cuestiones incondicionales, principios absolutos, cuya validez no depende de las circunstancias, que no pueden ser negados, y en torno a los cuales debiera estructurarse el discurso y el diálogo democrático, no solo al interior de los países, sino entre los países especialmente en un foro como el de las Naciones Unidas.
Entre esas cuestiones incondicionales, subrayó el Presidente, estaban los derechos humanos, aquellos atributos que poseemos las personas y que ningún poder de manera alguna podría avasallar. Agregó todavía que había ciertos eventos ampliamente acreditados por la evidencia, la crisis climática, por ejemplo, que sin embargo, se niegan porfiadamente por algunos sectores, y concluyó entonces que había que distinguir entre las opiniones legítimas (que pertenecerían, agreguemos, a la esfera de lo que los griegos llamaban doxa), de aquello que debiéramos tener por acreditado (lo que en esa misma tradición se llamaba episteme), lo que sabemos, aquello que la evidencia disponible enseña. Y concluyó el Presidente que negar esto último, porfiadamente, a partir de una mera posición de poder, es simplemente mentir.
Algunos sectores han dicho que esa posición del Presidente Boric es imprudente. Al denunciar esa supuesta imprudencia, los críticos guardan prudente, y cobarde, silencio, acerca de la veracidad de lo que dice o el valor intrínseco de lo que asevera o acerca de la debilidad de las opiniones de Trump. En suma, no han criticado al Presidente Boric por errar o decir cosas absurdas; lo han criticado por imprudente.
Lo que estos sectores —sectores empresariales y políticos— sugieren es que el Presidente Boric debiera mantener una actitud prudente —así se la llama—, una actitud condescendiente o al menos gentil, incluso genuflexa, o siquiera neutra frente a las opiniones y los puntos de vista del Presidente Trump. Todo ello con el fin, se dice, de no lesionar los intereses nacionales, no lesionar cuestiones como los aranceles generales o los problemas relativos al cobre y otros que atingen, digámoslo así, al bienestar económico de que disfrutamos o esperaríamos disfrutar.
Es difícil entender ese punto de vista que haciendo pie en los intereses nacionales, aconseja la condescendencia con una actitud autoritaria o gravemente errónea.
Es probable que si el Presidente Boric, o cualquiera que le siga, fuera condescendiente con el Presidente Trump, se genuflectara frente a sus dichos, sonriera frente a él y se esmerara en agradarle, sonreírle, se inclinara frente a esto o aquello que dice, hiciera oídos sordos a las tonterías, o se esmerara en sonreírle y agradarle, como lamentablemente lo hace el Presidente Milei, obtendríamos mayores beneficios y es probable, además, que las amenazas disminuyeran y como consecuencia de ello, el bienestar se incrementara.
El problema es el precio que pagaríamos.
Todos saben que no es digno aceptar sin más la mentira, sonreír ante el poderoso por temor al castigo o la pérdida de beneficios, callar por propio interés, hacer como si la mentira o la tontería no existiera y cosas así. ¿Alguien enseñaría a sus hijos que hay que sonreír frente a todo, aceptar la tontería como si fuera correcta y la mentira como si fuera veraz, a condición de con ello evitarse un mal rato u obtener un beneficio económico?
En la Metafísica de las costumbres, Kant observa que en este mundo las cosas son de dos tipos, las hay que tienen precio y son intercambiables y mudables, infinitamente plásticas, y las que no tienen precio. A estas últimas les atribuye dignidad. Eso y no otra cosa es lo que ha intentado hacer Boric.
Y no se ha equivocado.
Salvo, claro está, que la política internacional consista en abdicar de la dignidad. Heidegger, a quien nadie acusaría ni de liberal ni de woke, pronosticó que algún día el boxeador, instituido como el gran hombre de una nación, haría rugir a las masas reunidas en asambleas populares. Hoy todos saben quién es ese boxeador, pero prefieren aplaudirlo como el gran hombre de Estado.
Que no lo haya hecho el Presidente Boric debe ser motivo de orgullo y no de crítica.