Tantos y tantas lloran a Robert Redford. En el WhatsApp de mi curso un compañero reaccionó: “Sundance Kid. Un héroe”. Me faltan 6 años para cumplir la edad a la que él murió.
Yo acababa de leer la confesión de Meryl Streep, enamorada al instante de comenzar a filmar con él “África mía”, en 1985.
Era tan adorable persona, tan buenmozo. Sus personajes, tan fervientes. La elegía que le dedicó The New York Times afirma que él no aceptaba cualquier papel, que insistía en que cada uno fuera significativo. El mismo artículo no dice de qué murió; solo afirma que murió en el sueño, acompañado de sus familiares.
Justo el día de su muerte, el Instituto Stowers, de Kansas, EE.UU. (www.stowers.org), publicó sus descubrimientos sobre la vocación de nuestras células a morir. Así comienza:
“Algunas de nuestras peores amenazas pueden venir en los formatos más pequeños, virus y bacterias. Por fortuna, nacemos con nuestro propio sistema de defensa, nuestro sistema inmune, que nos protege durante nuestra juventud pero que puede volverse contra nosotros a medida que envejecemos”.
La culpable sería una fuente de energía presente en cada célula, una especie de batería energética que se dispara ante la invasión de virus y bacterias y, para proteger el cuerpo, mata la célula que la contiene.
Pero, con el tiempo, la energía se dispara en forma inoportuna. Tratar este mecanismo podría, dicen en el Instituto Stowers, llevar a descubrir y tratar inflamaciones y enfermedades asociadas al alzhéimer, al párkinson y al cáncer.
Yo, que soy hipocondríaco, siento que este suicidio celular me va ocurriendo —como un cosquilleo—, con mayor frecuencia a medida que envejezco. Pero, veamos. El artículo médico apareció en eLife (https://elifesciences.org/reviewed-preprints/107962v1).
Explica que las proteínas que conforman la señalada batería, esa fuente de energía suicida en la célula, “eventualmente modificarán su propia forma incluso sin la presencia de un invasor, gatillarán una asociación de proteínas, la muerte celular y la inflamación”; lo dice el Dr. Randal Halfmann, del Instituto Stowers.
Una inflamación, en el corto plazo, protege de la infección pero, si esta persiste, puede transformarse en una enfermedad crónica. Comprender el mecanismo de cómo ello sucede “nos puede ayudar a encontrar nuevas formas para enfrentar una inflamación asociada a una infección y al envejecimiento”, dice el investigador principal, el Dr. Alex Rodríguez Gama. Y a la muerte, supongo.
Que Dios lo oiga.
Mientras tanto, el Dr. Halfmann sugiere un camino para conseguirlo: impedir que las proteínas del sistema inmune se asocien y causen el suicidio de la célula, mientras “desaceleramos algunas de estas enfermedades”. Reconoce, eso sí, que esta estrategia podría exponer al cuerpo a los terribles patógenos; pero, en determinadas circunstancias “tal vez algunos pacientes estarían dispuestos a aceptar el riesgo”.
Ni me lo pregunten a mí. Prefiero morir, como Robert Redford, en el sueño y tal vez rodeado de mis familiares.