Comparto cuatro razones para no andar tan cabizbajo con la política que se nos viene. Puede sonar paradójico que enarbole optimismo un socialdemócrata que se ha quedado sin candidato presidencial y para quien las opciones en carrera lo entusiasman tan poco que, por ahora, prefiere ubicarse en esa categoría que los encuestadores llaman “no sabe o no responde”.
La primera es que esta campaña, como ninguna de las que hemos vivido, solo tiene tres temas a los que deberán abocarse todos los candidatos que esperan ganar: seguridad, crecimiento económico y empleo digno. Ciertamente, esto no es lo mismo que haber logrado consenso nacional, pero augura que el próximo gobierno tendrá poco espacio para la ideología o para las agendas de grupos de interés. Por cierto, son y serán distintas las respuestas de cada candidato en esos tres temas y la forma en que el Estado los enfrente configurará nuestra convivencia, pero aun así será un debate de medios y no de modelos de sociedad. Discutirán más acerca de las bondades y defectos de cada fórmula y menos acerca del nuevo orden social o económico al que aspiran. ¿Tedioso? Sí, por suerte. La política altisonante de los testimonios ha probado dar pocos y malos frutos. Por cierto, no da lo mismo quien gobierne, pero mientras se mantenga este estado de opinión pública, está fuera de lugar plantear la refundación de Chile.
La segunda razón para una pizca de optimismo es que las dos mujeres candidatas apelan, cada vez más, a la gradualidad y a la prudencia en sus promesas de campaña. Se me dirá que lo de Jara es pura estrategia, que basta con leer el “programa de las siete páginas” para ver lo que, en verdad, está en lo más profundo de su alma comunista. Desde la izquierda, se me recordarán las frases sobre la dictadura, haciendo ver que allí la candidata y su entorno hablaron con nostálgica sinceridad. Concedo que la apelación al realismo gradualista por parte de una y otra responde a una estrategia destinada a ganar los votos del centro, pero cuando se gana una elección con un lenguaje, con unas promesas y con un tono, le es difícil al presidente abandonarlos; no tanto por la vergüenza o las presiones, como por el recuerdo de aquello que le ha permitido saborear el triunfo; no se olvida fácilmente aquello que permitió alcanzar la confianza del pueblo. Los presidentes en democracia nunca dejan de ser candidatos, a una próxima oportunidad o, al menos, al buen juicio de la historia. Kast no está aún buscando a los votantes de centro, pero no es poco que haya renunciado a su agenda valórica explicando que, en cuatro años, su gobierno deberá concentrarse solo en las urgencias del crecimiento y la delincuencia.
Tercero: las candidaturas parlamentarias presentan el mismo desolador panorama de las anteriores. Cada pacto incluye un alto número de aspirantes que son candidatos fijos a díscolos o a fundar nuevos partidos que, carentes de todo proyecto nacional, durarán poco más que el desierto florido. Ahí están, en la misma lista, Calisto, partidario de Matthei y Sharp, más a la izquierda que el FA; allí están, nuevamente, personajes del espectáculo. El próximo gobierno, aunque a su coalición le vaya muy bien en la parlamentaria, sabe, desde ya, que no contará con una mayoría confiable en el Congreso, el que quedará compuesto con tantos o más partidos y díscolos que el actual. La esperanza es que sea la última vez. Mi optimismo se funda en que estará en interés propio de los partidos grandes, que llevan menos independientes y aspiran a permanecer, poner término a las candidaturas de independientes dentro de pacto o, al menos, limitar su proporción a un mínimo. Ello no puede lograrse en período electoral, pero sí a comienzos de un gobierno. De cambios como ese, en la sala de máquinas del sistema político y del Estado, depende —más que de quien gane la presidencia— que la política pueda dar respuesta a la delincuencia y a la economía.
El cuarto motivo se funda en las fracturas que muestran las coaliciones. Mientras el Socialismo Democrático vuelve a experimentar la incomodidad de ser, por ya más de una década, vagón de cola de la izquierda, no pocos en Chile Vamos anuncian que no formarán gobierno con Kast. De ese modo, asoma tímidamente, después de largos decenios, la posibilidad de un entendimiento en el centro.
Por ello, me parece que, en ciertas corrientes profundas de la política, es posible rescatar —aún para socialdemócratas, huérfanos de partido y liderazgos— algunas razones para la esperanza.