Muchos han destacado la importancia de la centroizquierda para la democracia chilena y lamentan el deterioro que ha sufrido desde hace al menos quince años. Su psicología está averiada por el complejo de inferioridad que experimenta ante la nueva izquierda y por la disposición a dejarse maltratar por ella. En 2022 le salvó la vida al Gobierno, después del triunfo del “Rechazo”, pero no recibió casi nada a cambio, salvo el desprestigio por los errores de sus juveniles e inexpertos socios.
Además, está la reciente derrota electoral de las primarias, que afecta seriamente el equilibro político. Ya era grave que el eje de la izquierda chilena estuviera en el Frente Amplio; ahora se encuentra nada menos que en el PC. Podemos cruzar los dedos y esperar que en Chile no será “tan” totalitario como en el resto del mundo, pero no se trata de una situación muy grata.
Algunos socialistas han cerrado los ojos ante esta catástrofe y han corrido a los brazos de los comunistas. ¿Tanto vale una subsecretaría o una embajada? Esta actitud nos muestra la hondura de su crisis.
Tenemos buenas razones para estar muy preocupados por la salud de la centroizquierda; sin embargo, me temo que no es el único enfermo. Los males que la afectan también los sufre la centroderecha, que yace en el camastro del lado y corre el riesgo de seguir su misma suerte.
La respuesta fácil es echarle la culpa a la candidata o a su comando. Sin embargo, más allá de los problemas objetivos que ha padecido una campaña que no ha logrado instalar los temas de discusión, la enfermedad que padece Chile Vamos es muy antigua. Durante años, permaneció oculta por la circunstancia de que tenía un doctor muy competente en varias materias, Sebastián Piñera. Pero no nos puede extrañar que, muerto el médico, el paciente comience a deteriorarse.
Nos guste o no, entre los escenarios posibles está el que la centroderecha se desplome como le sucedió a la centroizquierda. El primer perjudicado sería Chile, que pasaría a tener un clima político irrespirable. Sin embargo, tampoco deberían alegrarse los republicanos si esa situación llegara a producirse, porque sin unos socios saludables no podrán gobernar.
No está mal que tengamos dos derechas. Es bueno que exista Chile Vamos y que estén los republicanos. Cada uno ha de mantener su identidad, pero al mismo tiempo ser capaz de llegar a ciertos acuerdos electorales.
La disputa por la hegemonía de la derecha ha hecho imposible hasta ahora llevar a cabo una negociación parlamentaria, aunque ambas ramas reconocen que sería muy malo para Chile tener un Congreso dominado por la izquierda. Y no por una izquierda cualquiera, sino una que habrá radicalizado sus posiciones. Por eso, resulta inexplicable que las derechas aún no tengan un mecanismo para resolver estas disputas suicidas. De nada les servirán los reproches recíprocos cuando se encuentren con un Congreso desfavorable.
En cualquier caso, es cómodo pensar que las dificultades por las que pasa la centroderecha se deban simplemente a la supuesta labor de demolición que han llevado a cabo los republicanos.
También hay culpas propias y no pocas.
Chile Vamos no siempre ha sabido mantener el equilibrio que le exige ser de centro y de derecha a la vez. A veces parecen más preocupados de reaccionar ante las iniciativas republicanas que de plantear ideas propias. Algunos muestran muy poco interés en la colaboración con Amarillos y Demócratas, atendido su escaso peso electoral. No se dan cuenta de que ella es importante, porque ayuda a la centroderecha a presentar una identidad distinta a la del mundo republicano.
La centroderecha está en una situación delicada, pero no está condenada a seguir de modo fatal el destino de la centroizquierda ni tiene por qué cometer sus mismos errores.
El desprecio por las ideas ha llevado a Chile Vamos a recurrir a “rostros” para ganar las elecciones. Esas figuras famosas normalmente no han tenido la capacidad política ni cultural para prestar una verdadera contribución en el Congreso.
Otras veces ha apostado su capital político a la eficacia para resolver los problemas de la gente.
Se olvida que la política supone épica, promoción de tareas comunes y capacidad de poner desafíos a los ciudadanos, como, por ejemplo, decirles con claridad que vienen tiempos difíciles. La concepción municipal de la política puede ser útil en tiempos de bonanza, pero no asegura nada cuando se navega en aguas turbulentas.
El hecho lamentable de que hoy el país sufra males muy serios representa una oportunidad para la centroderecha. Sin equipos con experiencia política y capacidad técnica resulta imposible hacer frente a esos problemas. Aquí, Chile Vamos tiene todavía una ventaja, aunque ha de ser capaz de mostrarla a los ciudadanos. Sus dirigentes han logrado, por fin, mantener buenas relaciones entre los diversos partidos que la componen y esto representa una buena base para trabajar.
Por último, Chile Vamos debe entender que ser de centro no requiere tratar las ideas conservadoras como extremas (su tentación permanente). La centroderecha ha de ser un lugar atractivo para gente preocupada por el futuro de la familia, la vida y otros grandes bienes, en lugar de renunciar a ellos y entregarlos en bandeja a los republicanos.