Muchas personas de izquierda democrática se encuentran en una situación ingrata ante las próximas primarias. Tienen profundas convicciones democráticas, valoran el pluralismo, respetan las opiniones ajenas y están convencidos de que ningún gobierno o mayoría circunstancial puede violar los derechos y libertades más fundamentales.
Sin embargo, sus dirigentes han decidido realizar unas primarias para elegir a su candidato presidencial —cosa muy buena— e incluir en ellas al Partido Comunista. Esto presenta problemas muy delicados, porque ahora no se trata simplemente de entregarles un par de ministerios, sino de que una comunista, en este caso Jeannette Jara, pueda dirigir el país por cuatro años.
El PC chileno no es cualquier cosa. Ha sido y es el más comunista de todos los que existen en el mundo democrático. En muchas otras partes, ha tenido al menos el pudor de cambiar de nombre. Nadie que haya leído El libro Negro del Comunismo, escrito por historiadores de izquierda y editado por Stéphane Courtois, puede sentirse halagado por ser parte de una herencia que tiene en su prontuario cien millones de muertos. Nuestro PC, en cambio, ni se inmutó.
¿Ha conservado nuestro Partido Comunista su nombre simplemente por una nostalgia histórica, pero en realidad hoy resulta completamente distinto? Esto ha sucedido con otras agrupaciones políticas, pero no parece ser el caso. Nada menos que su presidente ha calificado a Cuba como una “democracia avanzada”, lo que muestra, a la vez, no solo cuál es su idea de democracia, sino también su concepción del progreso. Nuestros comunistas miran con aprecio a Venezuela y Nicaragua y festejan el aniversario de Lenin, un hombre que mató muchísima más gente que Harold Shipman (“Doctor Muerte”), Luis Alfredo Garavito (“La Bestia”), Thug Behram (“El estrangulador mayor”) y otros asesinos en serie.
Además, donde se impone el comunismo la libertad se esfuma y cunde la pobreza, salvo en aquellos lugares donde ha puesto en marcha fórmulas capitalistas. Allí solo se nota la falta de libertades. En efecto, ¿hay alguna libertad clásica (prensa, opinión, religión y otras) que no sea sistemáticamente violada en los países donde gobierna el comunismo?
Así las cosas, no puede extrañarnos que nuestros izquierdistas democráticos se sientan incómodos en esta compañía. Además, los comunistas pueden ganar las primarias, particularmente por el hecho de que las fuerzas democráticas de izquierda van divididas y porque su candidata no es una persona que asuste.
Ante este escenario, estos votantes se ven obligados a hacerse una pregunta muy incómoda: “Si gana Jeannette Jara, ¿estoy moralmente obligado a votar después por ella, atendido que he participado en estas primarias?”. Aunque sea un buen tema para un debate filosófico, el problema es que aquí no se trata de ningún caso hipotético, sino de una situación muy real. Insisto en que este dilema solo afecta a aquellos votantes, que no son pocos, que se encuentran convencidos de que el talante de nuestro PC es incompatible con las reglas de la democracia.
Esta pregunta nos remite a otra anterior: ¿están los adherentes a un partido obligados a hacer lo que ha decidido o acordado la directiva? ¿Todo? ¿Siempre? ¿También cuando sus dirigentes suscriben un pacto que tiene consecuencias que algunos adherentes consideran claramente inmorales porque ponen en juego ciertos bienes que son indisponibles?
En suma, se trata de determinar hasta dónde llega el poder de las cúpulas partidarias. No parece que pueda alcanzar a tanto. Si así fuera, sería una razón suficiente como para abandonar una organización semejante.
El dilema más serio no parece ser, entonces, el de quienes participan en esas primarias, ya sea porque quieren conseguir que gane su candidato preferido o con el fin de evitar que triunfe uno que estiman no solo que será ineficiente, sino directamente malo para Chile. Ellos no pierden su libertad de acción.
La dificultad se presenta a las cúpulas que suscribieron ese acuerdo que incluye la posibilidad de que el Partido Comunista obtenga la Presidencia. Quizá lo firmaron porque pensaban que era imposible que perdieran todos los candidatos democráticos, es decir, corrían un riesgo remoto. Pero al hacerlo estaban jugando con fuego y su conducta muestra una gran frivolidad. Si, a pesar de todo, están dispuestos a cumplir lo acordado eso significa que, con tal de no perder la posibilidad de conservar el poder, estuvieron disponibles para hipotecar el futuro de Chile.
Y si no estaban dispuestos a cumplir el pacto, eso significa que engañaron a los dirigentes del PC. Es verdad que en la filosofía comunista no existe una prohibición absoluta de la mentira y uno puede hacer tranquilamente esas cosas, pero quienes no somos comunistas sabemos que incluso ellos tienen el derecho a no ser engañados.