Los seres humanos somos seres especulares, necesitamos un espejo que nos confirme, buscamos que los otros con quienes nos relacionamos, nos devuelvan nuestra propia imagen y anhelamos que ella coincida con la forma en que, en la intimidad de la conciencia, nos vemos a nosotros mismos.
Podemos llamar a eso, el deseo de reconocimiento.
Y ese es uno de los factores —no el único, claro está— fundamentales de la política.
Cuando la ciudadanía se reconoce en un candidato o candidata, tiende naturalmente a prestarle su adhesión y su confianza. Si, por el contrario, ese reconocimiento no se produce, si el candidato o candidata se ve lejano o ajeno, o distante, o lo que dice o hace revela una distancia con la forma en que la gente se concibe espontáneamente a sí misma, la confianza disminuye.
Eso es lo que explica, sin duda, los buenos resultados que hasta ahora alcanza Jeannette Jara. No son las ideas, tampoco su pertenencia al Partido Comunista ni nada semejante lo que los explica. Es simplemente que ella produce un espontáneo reconocimiento.
En tiempos en los que han proliferado los redentores, personas que describen al conjunto de la ciudadanía como una multitud de sujetos abusados, maltratados o timados durante treinta años, y de esa forma, al devaluar la experiencia de todos esos años devalúan también las vidas que en ellos se desenvolvieron y prosperaron (es lo que hace el candidato Winter, explicando a su hijo que arriba a una sociedad infestada de injusticia), una figura como la de Jara es un bálsamo. La gente para sus adentros debe entonces anhelar se le libere de ese redentor a quien le brillan los ojos desatando la duda, en quienes ven la escena, de si ese brillo es resultado del entusiasmo o de la desorientación.
También, es probable, la ciudadanía puede estar tomando distancia de quienes se presentan a sí mismos como personalidades notables, poseedoras de una biografía valerosa y excepcional, individuos señalados por un destino levemente épico y a la vez trágico, que es la forma en que, a juzgar por la franja de esta semana, se presenta a Carolina Tohá. Entre un redentor y la imagen de una personalidad a la que se presenta con rasgos épicos —eso es una vida que se relata como entrelazada con la historia— no hay demasiada distancia para las audiencias que viven lejos del ruido de la historia y, en cambio, desenvuelven su vida en medio de la rutina o el sencillo horror doméstico.
Así las cosas, no tiene nada de raro que la persona que no hace alardes de nada, ni siquiera de ideas, sino que simplemente ofrece sinceridad y el ejemplo de una vida que puede ser la de cualquiera de los millones que madrugan y se esfuerzan y han tenido una peripecia vital parecida a la de ella, sea la que concite la adhesión emocional más o menos espontánea.
Esa es Jeannette Jara.
Y es probable que la gente esté algo cansada de quienes, con buenos motivos y mejores intenciones, se sitúen frente a ella en una relación paternalista, de guía o de protección, y por eso la candidata Jara, cuyo aspecto de manzana tersa parece acreditar una sinceridad a toda prueba, esté obteniendo, al menos hasta ahora, buenos resultados en las encuestas relativas a la primaria.
Y también es probable que más tarde y no obstante el resultado de la primera vuelta, las personas anhelen o reconocimiento (del tipo del que parece brindar Jara) o protección (en la forma que ofrecen Matthei o Kast), pero que no esperen ni redención (como la que ofrece Winter) ni conducción por el camino de la historia (como la que insinúan las imágenes de Tohá).
Y es que los tiempos no están ni para redenciones, ni para caminar por las grandes alamedas de la historia. Están para la simpleza y las soluciones directas, para que alguien, por favor, ayude de una buena vez a recuperar la bendita y predecible rutina de la vida cotidiana.