A una semana de la cuenta y sus réplicas, me quedan tres imágenes. La primera, la del Boric político, proyecta noticias alentadoras para la democracia. Si, en cambio, atiendo a los anuncios, veo a un boxeador golpeado, que ya no espera propinar nuevos golpes, pero que intenta y logra emborrachar a su adversario. La tercera es la de los silencios, esta evoca una izquierda que abandona proyectar el ideario más noble que tenía en su patrimonio.
Boric es el principal líder del Frente Amplio, esa izquierda joven que viene reemplazando a la del siglo XX, exhibe un cambio enorme. Pasa del utopismo romántico, de esas promesas de traer el cielo a la tierra que terminan instalando un infierno, a un pragmatismo reformista. Quien celebraba los territorios liberados endosa ahora el trabajo y propuestas de la Comisión para la Paz. El gran crítico de la Concertación ahora valora y llama a cuidar los logros en bienestar y libertad conquistados en ese pasado. Desde la irresponsabilidad de los retiros pasa a enorgullecerse del equilibrio fiscal logrado. Agradece a los militares el que ayer los desafiaba en las calles. Quien, intolerante y arrogante, ponía en riesgo la estabilidad democrática acusando al Presidente Piñera y prometiendo enjuiciarlo, se muestra ahora conciliador y declara que la política es el arte de lo posible y no de proclamar sueños.
Por cierto, todo esto es obra de la derrota, pero son los fracasos los que aleccionan en la modestia a quienes no se obstinan. ¿Mera estrategia? Si así fuere, hablaría de un líder pragmático, una gran virtud política, especialmente destacable en una generación dogmática. No soy de los que creen probable que el Presidente vuelva a abrazar el estilo intolerante en cuanto deje el cargo, aunque pase a la oposición, pues las derrotas dejan huellas y los virajes radicales se hacen impopulares cuando quien los hace empieza a pintar canas.
Si alguna vez los ímpetus utópicos, arrogantes e intolerantes del Frente Amplio representaron un riesgo para la democracia, la cuenta desdibuja ese peligro como pocos otros hechos políticos.
Por su parte, los anuncios del Presidente parecen disparos de salva de un gobierno que deja de gobernar y pasa a hacer campaña. Lo de Punta Peuco es fanfarria simbólica, pues no veo que vaya a alterar las condiciones de los ancianos internos de ese penal, que probablemente morirán en él. Otro tanto con lo de no comprar productos que se produzcan en territorios ocupados, pues en ellos prácticamente no se fabrican artículos que importemos. El proyecto de aborto causará gran revuelo, pero el Gobierno sabe que las posibilidades de aprobarlo en este Parlamento son iguales a cero.
¿Para qué hacer esos anuncios ruidosos, a sabiendas de que no tendrán impacto en la calidad de vida de los chilenos? Solo cabe suponer que para generar debates perjudiciales para la derecha, como así ha sido, por la falta de sagacidad de varios de sus líderes, incluyendo a Matthei, que vuelve a enredarse en los temas de derechos humanos, dando cuenta de una impulsividad que puede terminar costándole la carrera.
Lo más lamentable del discurso fue la renuncia a hacer anuncios que dieran cuenta de que el Gobierno aspiraba a seguir gobernando, a seguir mejorando las condiciones de vida de los chilenos en los nueve meses que le faltan o a marcar un rumbo futuro. Como destacara la directora social del Hogar de Cristo, la pobreza estuvo ausente de su discurso, no obstante que disminuirla era el primer objetivo de cualquier ideario de izquierda. Ninguna propuesta ni idea para la educación pública primaria y secundaria, el más importante instrumento que tiene el Estado para emparejar la cancha. La izquierda cree que en el Estado radica la palanca del cambio social y el instrumento para hacer carne la igual dignidad de hombres y mujeres, ricos y pobres, patrones y empleados. Cuando se ha hecho obvio que muchos empleados públicos no tienen el temple para que el aparato público pueda estar a la altura de tales desafíos, no se escucharon medidas o propuestas para iniciar su cambio. El líder de la izquierda prefirió hacer fuegos de artificio a plantearse desafíos en los temas que caracterizaron el ideario de ese sector.
En suma, el discurso parece dar cuenta de una generación que, encajando sus derrotas, promete inscribirse en las filas de las fuerzas democráticas y de un gobierno acabado, que abandona todo intento por seguir mejorando las condiciones de vida de los chilenos. Suena a un final triste, pero no dramático.