Tenía ganas de escribir acerca de Washington, de las impresiones y temores que azotan a los Estados Unidos bajo el caprichoso gobierno de Trump, pero vino el aterrizaje en la confusión y la irresponsabilidad. La decadencia y el deterioro del Gobierno y del Frente Amplio son pan de cada día.
Recién habíamos visto el bochornoso episodio de la presentación del presupuesto anual a cargo de la Dipres y Hacienda. Las cifras no calzaban. Ahora el subsecretario de Pesca, en una exposición en el Congreso, informó que el sector industrial solo usó el 61% de su cuota el año pasado. Era un 93%. Despavoridos, los inversionistas canadienses anunciaron el cierre de su planta. El ministro de Economía aclaró que no hubo mala intención. Eso sí rápidamente se le ocurrió que “sería una buena idea repetir la votación”. Fue solo otro error de números.
Es muy distinto cuando un privado se equivoca con las cifras. Otro proyecto canadiense de tierras raras fue detenido porque la Conaf detectó un grave error. La empresa contó 606 árboles nativos, pero les faltaron seis naranjillos. Hoy nadie se salva. En esta alocada maratón para obtener los permisos, los hospitales públicos en Rengo y Melipilla todavía no se reciben. Las ranas y lagartijas sintientes son más importantes que la salud de los más pobres. Colbún decidió suspender un ejemplar e innovador proyecto verde en el norte por 1.400 millones de dólares. Y muchas obras y desarrollos inmobiliarios sufren contratando ejércitos de arqueólogos que excavan incansablemente. Sobran los ejemplos de inversiones canceladas, suspendidas o sumidas en la heroica lucha contra la permisología.
Este gobierno habló mucho del litio. Un par de empresas chinas lo explotarían para producir baterías en Chile. Ese sueño también se desmoronó. Se han dado muchas explicaciones, pero la realidad es más simple. El proyecto Rucalhue en el sur sufrió un ataque. Se quemaron unos 50 camiones. Esta vez la víctima no fue una forestal. Tampoco un agricultor. Eran inversionistas chinos. El embajador hizo ver su molestia. Finalmente se echaron para atrás. Ahora solo nos queda cerrar los ojos y confiar en que Codelco y SQM unidos jamás serán vencidos.
Y mientras se despeja el caso Democracia Viva —la exdiputada y expresidenta de Revolución Democrática ya fue formalizada—, salta Procultura. Pareciera que el modelo español de Iñigo Errejón, el otro paladín de la moral acusado por abusos sexuales, fue asimilado con destreza y celeridad. Había que administrar el botín a través de fundaciones.
Todos estos casos han develado asombrosas conversaciones dentro de la élite del Frente Amplio. El Presidente habría llamado a su amiga psiquiatra pidiéndole autorización para dar a conocer su relación profesional. La doctora accede a la petición presidencial. Ambos analizan y critican a Larraín, el zar de la fundación Procultura y exmarido de la especialista. Nos enteramos de que casi fue ministro. No lo logró gracias a Izkia Siches. Pero su larga trayectoria social y política lo llevó, con mucho éxito, a consolidar las finanzas de Procultura. En otra conversación, su terapeuta le manifiesta al Presidente, con la espontaneidad y franqueza del diván, su interés por el programa “Mejor Niñez”. Le dice que el tema es su pasión, y le ofrece colaborar “donde sea”. Cada detalle es peor que el anterior. Cada caso enreda aún más la madeja. Así, el Frente Amplio se sigue hundiendo y naufragan sus acompañantes. A estas alturas, ni la corbata de Winter los salva.
Este grupo de jóvenes privilegiados llegó al poder con ilusiones, grandes ideas y relatos ejercitados en asambleas y foros estudiantiles. Pero carecían de experiencia y sentido de la realidad. Afortunadamente aprendimos que gobernar exige trabajo y responsabilidad. Basta ver los resultados de la última encuesta CEP.