El 11 de mayo de 1933 se creó la actual Academia Chilena de la Historia, gracias a la iniciativa de connotados historiadores y cultores de la disciplina. Quedó conformada por 36 miembros de número; al año siguiente fue reconocida correspondiente de la Real Academia de la Historia de España y desde 1964 integra el Instituto de Chile, que congrega a las principales academias nacionales. En la sesión inaugural, que contó con la asistencia del Presidente de la República, Arturo Alessandri, su gabinete en pleno, autoridades parlamentarias, religiosas, cuerpo diplomático y una distinguida audiencia que acentuaba el evento, su presidente, Agustín Edwards Mac Clure, en extensa reflexión, resumió el objetivo de la corporación: el cultivo de la historia de Chile, la investigación, el estudio de las disciplinas afines y fomentar el interés por los estudios históricos a través de publicaciones y conferencias. Una iniciativa que rescataba el “preciado patrimonio”, el interés y la tarea emprendida por intelectuales del siglo XIX, aunque renovando la interpretación histórica al tenor de los tiempos actuales, “para ensanchar el círculo de las gentes que leen historia… para difundir el saber y la cultura”, con nuevos métodos utilizados por historiadores europeos reconocidos en congresos desarrollados en años previos. Por su parte, las universidades comenzaban a hacer lo propio.
Por entonces y décadas siguientes, la educación pública fue prioritaria y de calidad. “Gobernar es educar”, fue lema de un mandatario posterior, y los sucesivos tuvieron la misma disposición, provocando una transformación social que significó la formación de una clase media con protagonismo relevante, portadora de una conciencia histórica sobre el devenir patrio, que se tradujo en disposición para generar progreso en diferentes ámbitos; por cierto, en políticas de Estado. Sin embargo, todo este virtuoso ciclo que avanzó por décadas —aún viven generaciones que lo conocieron— fue paulatinamente deteriorándose hasta llegar a la realidad que conocemos.
Focalizándose en un tema, se manifiesta en la falta generalizada de conciencia histórica en nuestro país. El desconocimiento desmesurado, entre jóvenes y adultos, acerca de procesos y personajes relevantes de nuestra historia, reflejándose de manera grotesca en la vandalización de monumentos a personalidades insignes. Se revela también, desgraciadamente, en argumentaciones ideologizadas formuladas en la Cámara o en intervenciones políticas varias. Más grave todavía, en instituciones centrales, que elaboran los planes y programas de enseñanza básica y media, minusvalorando las asignaturas de Historia y otras humanidades. Claro, sin cultura histórica, imposible valorizarlas.
Resumidamente: aprender historia permite comprender la trayectoria de la sociedad y cultura a la cual se pertenece, sus formas de vida, un marco axiológico, normas que regulan la convivencia ciudadana. También proporciona conocimientos y el entendimiento analítico que forma el criterio propio sobre la realidad, potenciando la voluntad para crecer como persona y hacerlo con el país. Que llegue pronto una gobernanza con cultura histórica que revierta el proceso.