Los equipos de Gobierno han demostrado una devoción por el amor mucho más encomiable que por el trabajo. Desde el Presidente que ya dejó atrás a la primera dama y va en la segunda dama, hasta el encargado de seguridad acusado de acosar a una subalterna, pasando por sus 2 ministros más importantes, en que ella se involucra con un hombre casado con otra funcionaria del Gobierno.
Me han preguntado por qué no he sido más crítico con el conflicto de interés de estos ministros y la verdad es que al lado de los problemas reales creados por un Gobierno adolescente, esta relación amorosa me parece un problema menor. Si el equipo de Marcel ha sido incapaz de hacer una proyección correcta y su jefa de presupuesto no atina un número, me preocupa más la hacienda pública que los amores del ministro.
Ojalá aprendamos que si uno elige adolescentes para dirigir un país, es muy probable que el resultado sea malo. La adolescencia es un período de experimentación, de rebelión, de más sueños que realidades, es una época donde transitamos entre la modorra y la hiperactividad. Muchas de las convicciones que teníamos en esa edad resultaron erradas, fruto de la inexperiencia o del idealismo juvenil y con los años cambiamos de parecer, salvo claro está esos fanáticos que como decía Wilde no cambian de opinión ni de tema.
Esa adolescencia explica los cambios de pareja, los desfalcos con las lucas ajenas (Procultura, caso lencerías, la dupla Andrade-Pérez, etc.), la indefinición sobre las RUF (si apoyar a Carabineros o seguir consintiendo a los delincuentes), las volteretas que de rechazar el TPP11 (igual que Trump) después lo ratifiquen; que de promover la reindustrialización de Chile (Make Chile Great Again), hayan abandonado la idea cuando entendieron que —salvo excepciones— no tenemos ventajas comparativas para hacerlo. Por eso este Gobierno, igual que los adolescentes que alegan contra el cambio climático mientras fuman, busca objetivos contradictorios como querer industrializar el país, mientras persigue sin piedad a las industrias pesqueras, salmoneras y forestales.
Desde la distancia, sin embargo, lo más preocupante me ha parecido el acuerdo de la comisión indígena. El documento me parece el típico acuerdo en que la derecha aporta soluciones a los problemas que creó la izquierda y su ley indígena de 1995, mientras la izquierda contribuye al nuevo texto creando nuevos problemas que tendremos que solucionar en el futuro. El documento tiene el mérito de poner bordes a un problema infinito, pero sigue tratando a los indígenas como minusválidos jurídicos y no dándoles todos los derechos que el Código Civil le dio al resto de los chilenos. A las comunidades se les debe dar a elegir entre títulos individuales y mantenerse como comunidades. No me gusta la indemnización a colectivos ni que el Estado reconozca grupos separados de chilenos (¿según mi ADN tengo un 14.6% de sangre indígena, me tocará algo?). Somos una nación mayoritariamente mestiza y dividirnos en tribus es una mala idea. No me gusta reconocer pueblos originarios, se altera la igualdad ante la ley y eso termina teniendo repercusiones jurídicas y creando grupos privilegiados. ¿Tienen los changos más derechos que los mapuches y estos más derechos que los españoles y estos que los alemanes, croatas, y palestinos en función de quienes llegaron primero?
Reconocer como víctimas a personas cuyos antecesores lo habrían sido, es otra mala idea (¿puedo cobrar el campo expropiado y nunca pagado a mi abuelo?), ¿es justo solo indemnizar a las víctimas de La Araucanía y no a los saqueados del 18 de octubre?
Finalmente, crear un tribunal con mapuches para resolver sus quejas es una mala idea, si se supone que los tribunales deben ser terceros independientes e imparciales.
Yo mientras tanto ando trabajando en NY, donde está a cargo un adolescente otoñal que cambia de opinión a cada rato. Acá a nadie le importa Chile, ni los escarceos amorosos en el cabaret La Moneda (que de ser la casa donde tanto se sufre pasó a ser la casa en que tanto se ama).
Los problemas que preocupan son el aniversario 80 del fin de la WWII, la tensión bélica de India con Pakistán, Israel y Gaza, la guerra comercial con China, los aranceles y los problemas de seguridad e inmigración.
Los norteamericanos impresionan a pesar de todos los errores, es el país que más horas trabaja, con mayor productividad por hora, lidera en innovación y su bolsa ya recuperó todo lo que había perdido con el fiasco de “el día de la liberación”. Y ahora además tienen Papa, León XIV (cuyo nombre evoca a un Papa antisocialista), que ojalá traiga paz y madurez a este mundo adolescente.