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RenovarColumnistas
Sábado 10 de mayo de 2025
Para eludir el peligro autoritario
''Prometer resultados desde la política sin hacerse cargo de los procesos es seguir alimentando el autoritarismo''.
A velocidad vertiginosa, la ciudadanía ha pasado desde aspirar al reconocimiento de derechos económico sociales y de la igual dignidad de sus identidades y preferencias, a las mucho menos románticas demandas por combatir el delito, generar mayores empleos y satisfacer las urgencias en salud y educación. La elección presidencial estará centrada en estos tópicos. Será en estos temas donde los candidatos privilegiarán planteamientos y promesas. Algunos se entusiasmarán. Probablemente una mayoría les escuchará con escepticismo y no pocos con rabia.
Me temo que hay una decisión tanto o más importante que la elección de candidatos para enfrentar estos problemas. Antes de preferir a uno u otro, cabría preguntarse si el Estado, quienquiera lo conduzca, tiene los músculos y las destrezas para hacer una diferencia significativa en las materias que prioriza la población.
Quienquiera llegue a La Moneda dependerá del aparato gubernamental y del Congreso para cumplir lo que haya prometido. En el caso de la delincuencia, el Estado, que monopoliza la fuerza, es casi el único actor. En materia de crecimiento, lo que traba las inversiones o derechamente las ahuyenta no es la falta de recursos naturales o la capacidad de emprendimiento de los chilenos, sino innecesarias trabas y cargas que pone el Estado burocrático. Las mejoras en salud y educación pública dependen casi enteramente de mejorar la gestión estatal en esas áreas.
Prometer resultados sin hacerse cargo de los procesos es vender ilusiones. Las mejoras en seguridad, crecimiento, salud, educación o vivienda dependen mucho de la forma en que buenas ideas puedan ser procesadas y gestionadas por el sistema político, particularmente por el Congreso y por los diferentes órganos de Gobierno.
Mientras no se reforme el proceso legislativo, mientras no dotemos al sistema político de incentivos por los acuerdos, los candidatos pueden prometer los proyectos de ley que presentarán al Congreso, pero podemos suponer que pocos de ellos se transformarán en leyes y que muchas de las que lo logren serán defectuosas. Igualmente, mientras el aparato estatal no se modernice, mientras la selección de personal no mejore, mientras los procesos sigan mirando más el interés de los funcionarios que el de los usuarios, mientras los incentivos de desempeño no midan resultados, difícilmente las promesas políticas podrán hacerse carne.
Es difícil hacer cambios en el sistema político y modernizar el Estado. Los intereses de quienes ocupan lugares en ellos son un peso muerto que se hace muy costoso de mover. Quien lo intente se ganará enemigos poderosos. Estos cambios solo pueden lograrse si, tras suyo, hay un movimiento de opinión pública potente que los demande.
Si nada hacemos, aumentará la frustración con la democracia. La última encuesta CEP nos muestra el registro más bajo de población que percibe la democracia como la mejor forma de gobierno, mientras sigue en alza constante la indiferencia entre un régimen autoritario y uno democrático. Igualmente decidor y alarmante es una de las percepciones registradas por la Cadem del lunes pasado. Ella pedía a los encuestados que situaran en una línea continua entre dos polos a los candidatos y a los chilenos según su confianza en que los problemas públicos pueden o no ser resueltos por la democracia: en un extremo (el uno) debía situarse a quienes creen que los problemas del país se resuelven a través de las instituciones democráticas y el diálogo político y, en el otro extremo, en el 10, a quienes piensan que las instituciones y la política tradicionales ya no son capaces de resolver los problemas. El promedio de los encuestados situó a los chilenos en el 6,9, mucho más cerca del escepticismo con la democracia que cualquiera de los candidatos, incluido Kaiser. Si creemos en este resultado, cualquier aspirante al favor popular debiera asumir que un discurso antisistema le permitiría ganar en empatía e identificación con el elector medio.
Los aires que corren no tientan tanto a hacerse más derechista, como a presentarse como más autoritario. El cansancio con la ineficiencia estatal horada con fuerza la confianza en la democracia. La tentación es a prometer importar motosierras y otros instrumentos rudos para gobernar. Tengo la convicción de que las únicas herramientas que necesitamos son las de precisión; son las únicas aptas para modernizar el Estado y hacer más eficiente el sistema político. El autoritarismo es un modo de escapar al desafío, no de enfrentarlo.
Me temo que hay una decisión tanto o más importante que la elección de candidatos para enfrentar estos problemas. Antes de preferir a uno u otro, cabría preguntarse si el Estado, quienquiera lo conduzca, tiene los músculos y las destrezas para hacer una diferencia significativa en las materias que prioriza la población.
Quienquiera llegue a La Moneda dependerá del aparato gubernamental y del Congreso para cumplir lo que haya prometido. En el caso de la delincuencia, el Estado, que monopoliza la fuerza, es casi el único actor. En materia de crecimiento, lo que traba las inversiones o derechamente las ahuyenta no es la falta de recursos naturales o la capacidad de emprendimiento de los chilenos, sino innecesarias trabas y cargas que pone el Estado burocrático. Las mejoras en salud y educación pública dependen casi enteramente de mejorar la gestión estatal en esas áreas.
Prometer resultados sin hacerse cargo de los procesos es vender ilusiones. Las mejoras en seguridad, crecimiento, salud, educación o vivienda dependen mucho de la forma en que buenas ideas puedan ser procesadas y gestionadas por el sistema político, particularmente por el Congreso y por los diferentes órganos de Gobierno.
Mientras no se reforme el proceso legislativo, mientras no dotemos al sistema político de incentivos por los acuerdos, los candidatos pueden prometer los proyectos de ley que presentarán al Congreso, pero podemos suponer que pocos de ellos se transformarán en leyes y que muchas de las que lo logren serán defectuosas. Igualmente, mientras el aparato estatal no se modernice, mientras la selección de personal no mejore, mientras los procesos sigan mirando más el interés de los funcionarios que el de los usuarios, mientras los incentivos de desempeño no midan resultados, difícilmente las promesas políticas podrán hacerse carne.
Es difícil hacer cambios en el sistema político y modernizar el Estado. Los intereses de quienes ocupan lugares en ellos son un peso muerto que se hace muy costoso de mover. Quien lo intente se ganará enemigos poderosos. Estos cambios solo pueden lograrse si, tras suyo, hay un movimiento de opinión pública potente que los demande.
Si nada hacemos, aumentará la frustración con la democracia. La última encuesta CEP nos muestra el registro más bajo de población que percibe la democracia como la mejor forma de gobierno, mientras sigue en alza constante la indiferencia entre un régimen autoritario y uno democrático. Igualmente decidor y alarmante es una de las percepciones registradas por la Cadem del lunes pasado. Ella pedía a los encuestados que situaran en una línea continua entre dos polos a los candidatos y a los chilenos según su confianza en que los problemas públicos pueden o no ser resueltos por la democracia: en un extremo (el uno) debía situarse a quienes creen que los problemas del país se resuelven a través de las instituciones democráticas y el diálogo político y, en el otro extremo, en el 10, a quienes piensan que las instituciones y la política tradicionales ya no son capaces de resolver los problemas. El promedio de los encuestados situó a los chilenos en el 6,9, mucho más cerca del escepticismo con la democracia que cualquiera de los candidatos, incluido Kaiser. Si creemos en este resultado, cualquier aspirante al favor popular debiera asumir que un discurso antisistema le permitiría ganar en empatía e identificación con el elector medio.
Los aires que corren no tientan tanto a hacerse más derechista, como a presentarse como más autoritario. El cansancio con la ineficiencia estatal horada con fuerza la confianza en la democracia. La tentación es a prometer importar motosierras y otros instrumentos rudos para gobernar. Tengo la convicción de que las únicas herramientas que necesitamos son las de precisión; son las únicas aptas para modernizar el Estado y hacer más eficiente el sistema político. El autoritarismo es un modo de escapar al desafío, no de enfrentarlo.