Esta semana, el oficialismo inscribió sus candidatos a la primaria presidencial: Carolina Tohá, Gonzalo Winter, Jeannette Jara y Jaime Mulet. Es difícil negar que se trata de una contienda atractiva: allí están en competencia las versiones más significativas de la izquierda criolla (además, claro, de Mulet, cuyo domicilio político sigue siendo un misterio impenetrable). En muchos sentidos, la mera existencia de la primaria representa un triunfo personal de Gabriel Boric, cuyo proyecto histórico es justamente la convergencia progresista. Esta instancia garantiza que el oficialismo tendrá un solo candidato en la primera vuelta presidencial de noviembre. No es poco para un gobierno que ha enfrentado severas dificultades de articulación interna, y que inició su gestión bajo la peregrina tesis de los anillos diferenciados de poder.
No obstante, el triunfo de Boric es más matizado de lo que parece, e involucra riesgos elevados para su persona. Para advertirlo, cabe recordar que —hasta hace pocas semanas— la candidata preferida por casi todo el oficialismo se llamaba Michelle Bachelet. La exmandataria contaba con una ventaja insuperable: solo ella podía garantizar la unidad sin formular ninguna pregunta incómoda. Tal como en 2013, su popularidad permitía ahorrar las interrogantes que las izquierdas prefieren no verbalizar. Este es el motivo en virtud del cual comunistas y frenteamplistas alentaron su postulación: les hacía la vida (muy) fácil. Si la primaria se ha vuelto atractiva, es por el motivo exactamente contrario. La contienda revelará aquello que Bachelet ocultaba: la disputa por la identidad de cada cual. La discusión no versa solo sobre la hegemonía, porque antes de saber quién domina resulta imprescindible saber quiénes son los contendores. Durante demasiado tiempo las izquierdas han eludido esta pregunta, y han preferido el silencio, las excusas y, en definitiva, la pereza intelectual. La primaria es la hora de la verdad.
Así, cada candidatura habrá de ajustar cuentas con su pasado para buscar los esquivos votos. Jeannette Jara, por ejemplo, tendrá que explicar por qué su partido escogió una estrategia insurreccional en octubre de 2019, dejando a las instituciones al borde del abismo. En rigor, la pregunta por Cuba y Venezuela está lejos de ser anecdótica, pues toca el tipo de compromiso del PC con la democracia: no se me ocurre pregunta más importante para un candidato presidencial. Gonzalo Winter, por su parte, no la tendrá mucho más fácil. En cuanto fiel representante del Frente Amplio, el diputado no podrá evitar la pregunta por los bruscos vaivenes de su sector. ¿Por qué fueron tan mezquinos con Sebastián Piñera? ¿Se siente orgulloso de los retiros, de las acusaciones constitucionales, de haber sugerido que Temucuicui es territorio liberado? ¿Por qué presentaron, hace tan solo cuatro años, un programa que sabían irrealizable? ¿Qué credibilidad tienen hoy sus promesas, sabiendo que anunciaron cambios estructurales y terminaron siendo menos reformistas que la Nueva Mayoría? ¿Qué es el Frente Amplio? ¿Un mero recambio generacional, un cambio de paradigma, un proyecto frustrado?
Con todo, el desafío más arduo es, sin duda, el de Carolina Tohá. Si se quiere, su candidatura llega —por lo menos— quince años tarde. El 2009, la Concertación decidió repostular a Eduardo Frei en lugar de apostar por el recambio. Quedó allí un vacío, que produjo un desajuste estructural en la escena: la generación de Tohá no logró hacerse un espacio en la mesa, y quedó mirando cómo otros se disputaban el poder. En el fondo, la abanderada del Socialismo Democrático debe explicar por qué su generación no supo sacar la voz ni quiso defender los 30 años y, en consecuencia, se doblegó frente a la rebeldía de los más jóvenes. Suele decirse que Chile necesita una centroizquierda con mayor peso específico, pero hay una condición habilitante para que ello ocurra: sus principales liderazgos han de ofrecer una explicación convincente de su trayectoria. De seguro, Carolina Tohá es la persona más preparada para elaborar esa explicación, aunque tendrá que estar dispuesta a tomar mucha distancia del Gobierno. El ejercicio no es fácil, pues fue la principal ministra de esta administración, pero me temo que no hay alternativa. Si Tohá quiere ganar la primaria —y la presidencial—, no puede jugar el papel de la obediente ministra de Gabriel Boric, sino algo muy distinto: debe convertirse en la representante de un mundo que mantiene profundas diferencias con el Presidente, que no le falta el coraje para enunciarlas y hacerlas valer. En una palabra, debe decir lo que su generación ha callado durante largos quince años.
Estas consideraciones pueden ayudar a comprender por qué la primaria constituye un peligro para Gabriel Boric. El liderazgo del mandatario se forjó en medio de sucesivas crisis y vacíos de poder, y no hubo allí auténtica deliberación de las izquierdas. La campaña dejará al descubierto sus ambigüedades: Boric será el protagonista involuntario de la primaria. Después de todo, él es también el principal responsable de que tres candidatos de derecha lideren las encuestas. Me temo que nadie querrá apropiarse de ese extraño legado.