“¿Quieres la verdad o algo hermoso?”, dice Paloma Faith. La pregunta de la cantante inglesa resume la situación que enfrentan los candidatos y nosotros mismos ante las próximas elecciones presidenciales.
Chile lleva cinco años de borracheras, desorden y despilfarro y ha llegado el momento de pagar la cuenta.
Las farras son malas, pero la gente que tiene recursos puede permitírselas. Era, hasta cierto punto, el caso de Chile. Desde la década de los ochenta hasta 2014, el país se comportó como la hormiga de la fábula. En general, manejó sus finanzas de manera responsable y ahorró. Esa precaución le permitió resistir, con muchos problemas pero sin hundirse, la violencia de octubre, la pandemia, los retiros y la acción de un gobierno dispendioso. Sin embargo, esas reservas económicas no son infinitas. Otro tanto sucede en el plano institucional, que hoy enfrenta no solo la violencia en La Araucanía, sino a las bandas organizadas e incluso a las barras bravas, como nos lo recordó la tragedia de esta semana.
Ahora ya no somos la hormiga, sino la cigarra que ve con temor que ha llegado el invierno. No se trata solo de que lo enfrentemos sin provisiones. Sucede que desde el exterior se acercan tormentas particularmente amenazantes y estamos pobres, pesimistas y débiles desde un punto de vista institucional. Tenemos un Congreso fragmentado e inoperante, partidos políticos desprestigiados y unos gobernantes que solo pensaron en el presente y nunca imaginaron que podíamos enfrentar problemas de verdad el día de mañana.
Es comprensible. Ellos nunca han vivido una crisis. No tienen el recuerdo de que suene el timbre de la casa y uno se encuentre con una persona que simplemente pide comida. Por entonces tenían dos o tres años, de modo que luego crecieron en la abundancia.
¿Qué hacer? Karl Popper nos decía que la democracia era simplemente una manera de deshacerse de los malos gobiernos sin derramamiento de sangre. Esto suena modesto, pero es muy importante. Ya querrían los cubanos haber tenido algo así hace unas décadas.
El necesario cambio de autoridades exige prepararse para las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre. Vienen años especialmente difíciles y solo equipos de gobierno muy competentes y experimentados podrán conducirnos en estos mares cada vez más tormentosos.
En este contexto, los ciudadanos tenemos derecho a exigir ciertas cosas elementales de los candidatos y los partidos. De partida, deberían ser capaces de ponerse de acuerdo en al menos tres o cuatro puntos que se comprometen a sacar adelante: ¿Qué vamos a hacer con los campamentos? ¿Vamos a respaldar en serio la acción de los organismos policiales en la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado? ¿Apoyaremos a la policía en su labor de represión de los desórdenes callejeros? ¿Le daremos preferencia a la educación inicial, aunque los universitarios protesten? ¿Vamos a reponer, al menos en alguna medida, la selección y el copago? ¿Cómo vamos a enfrentar nuestra gravísima crisis demográfica? En el caso de las candidaturas de izquierda, ¿qué van a hacer con el Partido Comunista? ¿Cuántos ministerios piensan dar a quienes sostienen que Cuba es una democracia? ¿Están entre ellos los de Defensa, Educación o Trabajo?
Alguien tiene que proponer acuerdos en estas materias y los chilenos debemos saber, antes de las elecciones, quién apoya qué acuerdo y quiénes son los que, por el contrario, harán una política de barricadas.
La experiencia política es muy importante y aquí Matthei y Tohá cuentan con relativas ventajas, aunque Kast y Jara tampoco son unos novicios. En cualquier caso, todos los candidatos deben convencernos de que son capaces de conducir al país en medio de las mayores incertidumbres. ¿Cuáles son sus equipos? ¿Qué problemas consideran prioritarios? Necesitamos saberlo todo.
Hay un punto de toque para medir la calidad de las propuestas políticas en disputa, particularmente en el caso de las derechas. La experiencia del pasado gobierno de Sebastián Piñera nos muestra que un presidente puede hacer muy poco si tiene al frente una mayoría parlamentaria que solo se preocupa de obstruir. Por tanto, una de dos: o las derechas confían en que las izquierdas aprendieron la lección y harán una oposición constructiva, o Chile Vamos, republicanos, libertarios y socialcristianos ponen todos los medios para gozar de la mayoría en el Congreso.
Parece claro que las derechas tienen pocas esperanzas en que las izquierdas se hayan enmendado. Sin embargo, no advertimos en ellas una especial pasión por llevar una lista única o, al menos, dos listas debidamente coordinadas, con pactos por omisión u otras estrategias ahí donde es necesario. Esto es una vergüenza. Cada uno parece más preocupado de su pyme que de tener un Parlamento que represente a ese Chile que fue capaz, con generosidad y altura de miras, de articular el gran frente del Rechazo en 2022.
Me dirán que eso solo fue posible entonces porque los chilenos estábamos asustados. Puede que el miedo sea el mejor antídoto contra los particularismos y las mezquindades, pero ¿acaso en este momento no existen numerosos motivos para estar atemorizados? En ese caso, para despertarnos de estos años de borrachera y frivolidad un buen susto podrá ser muy favorable.