La primaria del oficialismo será la más abundante en candidatos de su historia. Si los socialistas proclaman hoy a su presidenta, como todo parece indicar, esa elección preliminar debiera tener seis presidenciables pujando por entrar a la primera vuelta, tres veces más que la que tuvo la Concertación en 1993, 1999, 2005 y 2009; un 50 por ciento más de los que tuvo la Nueva Mayoría en 2013.
El 2017 no hubo y el 2021 solo tuvo ese tipo de competencia Apruebo Dignidad, con dos candidatos, mientras el socialismo democrático hizo una elección informal con tres postulantes. A los seis, además, podría agregarse a Undurraga, de la DC, quien irá a primera vuelta. La inflación tiene su correlato en la derecha, con tres candidatos y en las más de doscientas personas que juntan firmas para presentarse como presidenciables en primera vuelta.
Alguien podría alegrarse de esta variedad de ofertas, celebrando que, con ello, se gana en representatividad, elemento consustancial a la democracia. Cabría preguntarse, sin embargo, si lo que debiera enfrentarse en una elección presidencial son personas o proyectos políticos. Si lo segundo, la cuestión es si la centroizquierda tiene, en verdad, siete proyectos políticos diversos que justifiquen otras tantas candidaturas.
Esta diversidad, que más parece dispersión, si es que no fuera puro personalismo, viene a demostrar que el fenómeno que se pretende corregir con la reforma constitucional al sistema político no afecta tan solo al parlamento, ni se remediará únicamente con cambios normativos, aunque estos ciertamente pueden ayudar a abatirlo. El número de candidatos presidenciales refleja que la dispersión es, entre nosotros, una enfermedad política global, que no terminará mientras no haya partidos políticos fuertes y programáticos, a lo cual también podría colaborar el cambio de varias normas que los regulan.
El chauvinismo de las capillas partidistas puede terminar particularmente mal para el socialismo democrático. Si llegan a enfrentarse hasta el final de la primaria Tohá y Vodanovic, quienes difícilmente tienen un algo distinto que ofrecer, la que tiene mayores posibilidades de ganar esa elección es Jara. Ya el 2021 el socialismo democrático quedó lejos de poder competir en primera vuelta. Las razones de la derrota en ese momento serían muy distintas a las que podrían explicar la actual. En esa oportunidad, además de llevar a una candidata sin trayectoria, sus simpatizantes estaban mucho más inclinados que ahora a favorecer lo testimonial, lo ensoñado y lo revolucionario que ofrecía el Frente Amplio. Persistir con dos candidaturas sería ahora un puro error de cálculo político, motivado por el orgullo, la pequeñez y el personalismo.
Podría terminar llevando al socialismo democrático a tener que apoyar y a explicar su apoyo a una candidata a quien le parece que es tan democrático nuestro régimen, con alternancia del poder, elecciones libres y libertades públicas, como el cubano, donde el poder omnímodo castiga con cárcel y muerte a quien lo critica. El gustito de la centroizquierda de llevar dos candidatas a primaria podría pagarlo caro, un precio bastante mayor del que ha debido pagar en estos tres años, en que ha salido a apuntalar a un Frente Amplio, cuyas torpezas lo golpean semana por medio.
El país, por su parte, podría verse enfrentado a elegir finalmente entre Kaiser y Jara, un cuadro de mayor polarización electoral que el vivido en la anterior segunda vuelta, y cuyo resultado, cualquiera este sea, debilitará la democracia. Ese escenario no se condice con el ambiente político actual, proclive al reformismo, los acuerdos y la moderación.
La abundancia de oferta y los orgullos de partidos y personas desnuda la debilidad programática de los partidos, puede terminar indigestando al electorado más moderado y conducir al país a otros cuatro años de frustración con el gobierno que elija.