Entre los aranceles que EE.UU. levanta y las angustias de la serie “Adolescencia”, de Netflix, uno se pregunta a qué aferrarse.
Pienso en el oso hibernando. Mientras tanto, mejor dormir, recordar lo vivido y con quienes lo he vivido.
“Adolescencia” me instaló en la posición de un papá, una mamá: ignorantes de los mundos de su hijo querido.
Aprendo que un emoji de corazón rojo en un mensaje es “amor”, pero que uno rosado significa algo muy distinto. Ignoro esas jergas: los adolescentes, de adrede, renuevan claves, mantienen sus mundos inabordables.
Buscando, me uní a un seminario “antroposófico-pedagógico” que desarrolla la Corporación Rudolf Steiner. Yo había reporteado sus colegios “Waldorf” viendo esa pedagogía al ritmo del desarrollo físico del niño. No se les enseñaba a leer hasta que perdían sus dientes, por ejemplo. Mucha música, también.
Sentado en ese seminario, recorrí una invitación para conocer los mapas del mundo paralelo adolescente.
Presidía la sesión el retrato de Rudolf Steiner (1861-1925), fallecido hace un siglo. “Nos damos cuenta de la contraposición que existe entre nosotros y el mundo, y nos vemos frente a este como seres independientes,” escribía él en 1918 en “La filosofía de la libertad”.
En un rito inicial en el seminario, Sonia Mordojovich leyó este “Decálogo del maestro”:
1) AMA. Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.
2) SIMPLIFICA. Saber es simplificar sin quitar esencia.
3) INSISTE. Repite como la naturaleza repite las especies hasta alcanzar la perfección.
4) ENSEÑA con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.
5) MAESTRO, sé fervoroso. Para encender lámparas basta llevar fuego en el corazón.
6) VIVIFICA tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.
7) CULTÍVATE. Para dar hay que tener mucho.
8) ACUÉRDATE de que tu oficio no es mercancía, sino oficio divino.
9) ANTES de dictar tu lección cotidiana mira tu corazón y ve si está puro.
10) PIENSA en que Dios te ha puesto a crear el mundo de mañana.
Lo escribió Gabriela Mistral. Abre rutas.
Dos expositoras, Alejandra Piwonka y Mónica Waldmann, maestras durante años, mostraron la evolución del niño, de la niña, abrazando nuevas etapas en su evolución. Les narraban historias y las instalaban así en mundos palpitantes.
Pilar Carrera, investigadora de la U. Carlos III de Madrid, denuncia en su recién publicado libro “La comunicación en el diván”, que la interacción digital niega las formas narrativas que arman la realidad. Al revés, promueve los datos, “una supuesta facticidad” que serían lo real. Debemos nosotros contar las historias, narrar.
Los jóvenes buscan historias, compañías, miradas, el calor de manos, y un silencio interior que no cabe en las redes digitales. Y que los padres y los maestros podemos darles.
Para que no exploren soluciones afuera —en Google o la inteligencia artificial—, sino en su propia interioridad. Un palpitar preparado.
Porque el niño y el profesor se van sintiendo recíprocamente en evolución, permitiendo la libertad al otro. Viviendo lo imaginativo.
Acompañándonos.