Nunca vayas a una elección si no tienes probabilidades de ganar, salvo que tengas una buena razón para perder. Ese es el consejo que según cuenta Bill Clinton le dio un profesor cuando lo vio cabizbajo luego de una derrota.
Vale la pena recordar la frase ahora que Bachelet está pensando ser candidata de nuevo, o le están pidiendo que piense serlo, porque ella, para qué engañarse, tiene bajas probabilidades de ganar. Pero ¿tiene razones para perder?
Parece que sí. A falta de ideas, ordenar a la izquierda en torno a su figura para evitar que, de otro modo, se fraccione y se desoriente es una buena razón para competir incluso si existen altas probabilidades de perder. El problema es que ordenar a la izquierda en torno a una personalidad —la expresidenta Bachelet es eso, ni más ni menos, solo una personalidad— deja pendiente el problema que aqueja a la izquierda y a la centroizquierda en los últimos treinta años, ¿qué significa ser de izquierda en un mundo donde el capitalismo parece sinfín, un mundo donde, según observó Fredric Jameson, es más fácil imaginar que acabe el mundo a que termine el capitalismo?
Una alternativa es erigir un proyecto en torno a la diversidad y transformar en identidades las diferencias, en otras palabras abandonar el universalismo tradicional de la izquierda por el énfasis en las particularidades étnicas, de género, sexuales, alimentarias, etcétera. El problema es que esa alternativa ha sido la del Frente Amplio y ha conducido, ¿valdrá la pena recordarlo?, al fracaso y que después de un largo rodeo, se haya vuelto al punto de partida.
Entonces no queda más que retomar el proyecto socialdemócrata —ese que con ironía se describió alguna vez como el capitalismo con rostro humano— y retomar la idea de que el Estado puede domar, nunca mejor dicho, los aspectos, por llamarlos así, más patológicos que a veces reviste el capitalismo.
Suena bien; pero ¿no era eso lo que el Frente Amplio quiso dejar atrás, esa connivencia con el capitalismo y la modernización que conlleva? ¿No era ese el problema que la propia Bachelet y para qué decir Lagos presentaban? ¿No fueron Bachelet y Lagos las figuras de las que se huyó como de la peste?
No hay duda de que ese tipo de cosas se pueden olvidar. Después de todo la principal virtud de la política no es el perdón, sino la amnesia.
Pero hay una dificultad que es más difícil de sortear: Bachelet no cree en sí misma, o mejor dicho, no cree en lo que hizo durante su primer gobierno y cree poco en lo que logró hacer durante el segundo. A ella siempre la ha acompañado una cierta sombra de duda, la insatisfacción de no estar a la altura de la propia memoria, de no estar plenamente a la altura de lo que en su imaginación emotiva significa ser de izquierda. Esto es lo que explica que cuando surgió el Frente Amplio ella, a pesar de que su figura fue por momentos el lugar hacia donde apuntaba la crítica, igualmente lo apoyó. Al hacerlo era ella, una parte de ella, su parte emotiva, la que apoyaba al Frente Amplio contra esa otra parte suya que participó de la administración del Estado y construyó los treinta años de los que tanto se ha hablado.
Esa dualidad de la expresidenta —una parte emotiva que descree de lo que ella misma hizo, y esta otra parte más pragmática que la llevó a administrar el Estado— puede ayudar desde luego a aglutinar a la izquierda detrás de su figura porque cada fuerza política podrá ver en ella lo que cree correcto y lo que añora.
Y es que Bachelet representa como nadie la actual situación de la izquierda: una parte emotiva que se enciende con el discurso acerca de los problemas de las minorías, la desigualdad, las oportunidades, y se satisface con esa emoción, y otra parte más racional que se ocupa de ellas e intenta remediarlas pero sin emoción, o con muy poca. Cada una de esas partes ha vivido momentos de exaltación y ha estado exacerbada: la Concertación exaltó la racionalidad técnica, el Frente Amplio el lado emocional. Michelle Bachelet, que debajo del carisma esconde una personalidad extremadamente compleja, los resume a ambos.
Y la pregunta que la izquierda debe hacerse hoy es si vale la pena eternizar esa ambigüedad.