Durante todo el período estival y hasta bien entrado el otoño la derecha padecerá dolores de parto. Asuntos bien importantes se resolverán pronto en ese conglomerado que, por ahora, es el que se presenta mejor aspectado para gobernar Chile en el último cuatrienio de esta década de los 20.
No es baladí la irrupción de Kaiser, que, en menos de un año, ha pasado de ser un desconocido a superar a Kast en una encuesta y ha arrastrado a cinco diputados consigo para formar un nuevo partido, con características más confrontacionales e intransigentes de las que ya exhibían republicanos y socialcristianos.
Él, Kast, Matthei, sus partidos y otros aspirantes, que nunca faltan a la Presidencia, harán crujir las maderas del barco en que todos navegan, decidiendo entre primarias y primera vuelta. Ninguno tiene fácil esta decisión.
Por ahora, Kast ha reiterado que no irá a primarias. Probablemente tiene la mirada puesta en el espejo retrovisor, en los notables resultados que obtuvo en las elecciones del 2021. Pero el Chile del 2025 no es el del 2021. Puede haber tanta o más oportunidades para un discurso confrontacional con la izquierda, pero hay mucho menos volatilidad y disposición a emprender nuevas aventuras ignotas en el electorado. Además, si Kaiser decidiera también ir a primarias, los dos K se dividirían los votos de ese electorado y ninguno de ellos tendría chance alguna frente a Matthei. Ambos vivirán algo así como el dilema del prisionero, entre competir y colaborar.
Se dice que Kaiser sí estaría más dispuesto a una primaria, pues un resultado razonable en ellas, y es probable lo obtenga, a menos que Kast también se inscriba en esa primaria, lo dejaría muy bien aspectado para ser senador y de allí seguir una carrera presidencial más probable. Eso, siempre que no siga subiendo en las encuestas, pues la atracción de terciarse la banda puede poner ansioso a cualquiera.
En el comando de Matthei llaman a la calma, señalando que todo lo que ha ocurrido es que la adhesión a Kast se ha dividido entre los dos K. Pero, si se miran las cifras, eso no es tan así. Según Cadem, la adhesión a Matthei está básicamente estancada hace un año, mientras los dos K superan en cerca de un 50% lo que marcaba como promedio Kast el primer semestre del 2024. Con todo, y por ahora —y el por ahora es mucho en política— la candidata de la derecha tradicional puede mirar con optimismo el porvenir, pues aparece ganándole con holgura a cualquier candidato con que compita.
El problema mayor para Matthei, para su comando y para el país es decidir con qué tono y con qué discurso va a competir. Lo más probable es que en primarias y en primera vuelta, su competidor estará a su derecha y no a su izquierda. Deberá tratar de evitar el crecimiento de uno o de ambos K, sucesiva o conjuntamente.
Estará entonces tentada de un discurso populista, autoritario, confrontacional y despectivo con la izquierda. Una postura así no puede cambiarse mucho en segunda vuelta y marcaría el tono de sus relaciones con sus adversarios en su probable gobierno, limitando severamente sus posibilidades realizadoras.
Según Tironi, quien, por desgracia tiene alguna razón, “la tracción electoral está hoy en el miedo, no en la esperanza; en la protección de lo conseguido, no en el sueño de ir más lejos; en la defensa ante los invasores, no en la solidaridad con los desdichados”. La centroderecha puede convencerse de que “triunfan quienes mejor identifican la amenaza, y quienes ofrecen la respuesta más directa y simple con un lenguaje frontal que linda con la caricatura”. Puede comprarse eso de que “el candidato exitoso no es un educador o inspirador: es un superhéroe que defiende a los electores de una amenaza inminente, del apocalipsis.” (Tironi, en columna del martes).
La disyuntiva de Matthei y los dolores de parto que padecerá la derecha democrática, la que gusta llamarse centroderecha, no es tanto si ir y con quiénes a primera vuelta, sino si, para vencer a la derecha más dura primero y lograr su adhesión luego, ofrecerá un programa, un mensaje y un lenguaje que siga emporcando el ambiente político e hipotecando lo que pueda hacer en su gobierno.
La Concertación se suicidó cuando, confrontada desde la izquierda joven y testimonial, optó por mimetizarse. Se quedó sin personalidad y sin un discurso creíble. Otro tanto puede ocurrirle a Chile Vamos si trata de mimetizarse con quienes lo desafían desde la derecha.