“… en un beso de diez segundos compartimos hasta 80 millones de bacterias. Las bacterias del otro se quedan en la boca y muchas llegan al intestino, algunas se quedarán con nosotros para siempre…
“Mientras más besamos al otro, más nos parecemos en términos microbianos”.
(Cristina Dorador, “Amor microbiano”, Planeta, 2024 pág. 30).
A veces, textos de científicos, traen lágrimas. Como este.
Cristina Dorador Ortiz (1980) tocaba el contrabajo durante su educación en el Liceo Experimental Artístico de Antofagasta. Esta hija de poeta, Wilfredo Dorador, bióloga de la U. de Chile, doctora en ciencias naturales en la U. de Kiel y el Max Planck de Limnología, resuena con poesía en su nuevo libro “Amor Microbiano”.
La he visto como investigadora y maestra, profesora en la U. de Antofagasta, la he visto danzante y cantora, la he visto como mamá y esposa, la he visto como una bacteria fluyendo por múltiples ecosistemas, y todos la vimos como constituyente, porque sabe vivir e influir.
La poesía arma este texto de “Amor microbiano”.
Partiendo con el origen de la vida, micro. Complicándose, compartiéndose, hasta llegar a lo macro. Y proyectándose, en lo micro, después de la muerte. Seguiremos, por ahí.
De alguna manera, para siempre, seguiremos en quienes hemos besado. O rozado. Escribe de una investigación que demuestra que nuestras comunidades microbianas más similares estaban en los pies, las espaldas, los párpados.
Los abrazos de Año Nuevo quedan. Lo asombroso es que la Dra. Dorador concede que muchos microorganismos intercambiados pueden morir, pero hay unos pocos que resisten, para siempre, integrándose a nuestra colección de estos microseres en nuestro cuerpo que abundan más que las células y que, ella explica, afectan nuestro cerebro.
O sea, la besada está en mí, me hace. Los intercambios genéticos que se producen en nuestros seres microbianos, nos hacen parecernos más. Y al morir, en ella seguiré estando.
Cristina Dorador, poeta microbióloga, convence que somos todos parte de todo. Y acreedores de todo. E instala ante nosotros su primer parto. Y sus amores. Y su hacerse parte del desierto, que no es tal. Y del agua a 700 metros de profundidad. Y de la llaga minera.
Al final, conmueve:
“El amor microbiano es el amor a la vida, es la porfía de la existencia.
“Cada especie que alguna vez vivió en el planeta dejó su legado.
“Somos peces, virus, cactus y reptiles.
“Somos los colores del flamenco en vuelo y las flores violeta de Atacama.
“Cada vez que amamos se recapitula la naturaleza que habita en nosotros.
“Somos portadores de fragmentos inconclusos del amor. Hay historias que no terminan en esta vida, continúan en las siguientes generaciones para construir otros futuros”.
Somos uno y somos millones. En evolución, en el tiempo.