Los antiguos solían hablar del decoro (decorum) como lo apropiado o lo adecuado. Esta palabra también dice relación con la elegancia y la dignidad. Son formas que comunican un fondo. Mejor dicho, símbolos que inspiran un ethos, una moral.
Para un ciudadano respetuoso de la institucionalidad es difícil hablar del deterioro moral. Y si bien esta decadencia arrastra al amplio espectro político, al final la responsabilidad y la dignidad republicana descansan en las espaldas del Presidente y su gobierno.
Al asumir el cargo, el Presidente Boric sorprendió al dejar la tradicional corbata de lado. Sin embargo, esa actitud fue aceptada como una señal de juventud y apertura. Partió con algunas chambonadas como responsabilizar al rey de España por el retraso del cambio de mando. Eso le valió el apodo transnacional de “merluzo”. Y a pocos meses de asumir, en su primera visita a los Estados Unidos, criticó la ausencia de ese país cuando el representante Kerry estaba sentado a su lado. Ese error le costó la dura reacción del experimentado político: lo miró y le preguntó “¿dónde está la cerveza?”. La informalidad y la excesiva seguridad en sí mismo comenzaban a pasar factura.
Dejando de lado la Convención Constitucional, el Gobierno evidenciaba otros episodios poco decorosos. Después de varios tropiezos y salidas de libreto, Izkia Siches renunció al Ministerio del Interior. El flamante embajador en España, amigo del Presidente, cuestionó los añorados 30 años mientras promovía una pierna y banquetes opíparos. Desde la Cancillería se filtraron rústicas conversaciones que gatillaron la renuncia de la ministra Antonia Urrejola. El paladín de la superioridad moral desapareció al igual que la caja fuerte del Ministerio de Desarrollo Social. La defenestrada embajadora ante el Reino Unido, que conoció al rey Carlos III, demandó una insólita indemnización. No olvidemos el caso Convenios. La diputada Catalina Pérez apareció vinculada a la fundación “Democracia viva”, que era mucho más viva que democrática. Se marginó del Frente Amplio, pero volvió al partido después de un viaje junto al Presidente. Acaba de renunciar nuevamente. Por ahí también se asomó la diputada Maite Orsini intercediendo por su expareja, el mago Valdivia. Tuvieron que llegar los experimentados al rescate.
Y en medio de todas estas peripecias estalló el sórdido caso Monsalve. La lista de calificativos para describir lo que ha sido el manejo de esta crisis es interminable (estupor, flojera, ineptitud, improvisación, ingenuidad, engaño, traición...). Pero lo que Rafael Gumucio describió como “falsa sinceridad” tiene consecuencias. Si en un régimen republicano el Presidente debe protegerse de sus ministros, aquí algunos ministros se ven forzados a protegerse del Presidente. Los catones de los nuevos tiempos, promotores de la transparencia absoluta y fieros guardianes de las víctimas, hoy se ahogan en su propio caldo. Vaya cruel paradoja.
Por si fuera poco, ahora el Presidente de la República se defiende ante una acusación de acoso. Y el Gobierno, que se suponía feminista, aparece envuelto en las sospechas de un club de Toby que cocinaba al fuego de un asado presidencial. Como broche de oro, en el Congreso Nacional el Presidente, luciendo una ajustada camisa manga corta de color verde olivo, hace guardia de honor a la difunta diputada Bulnes.
En el espacio público el decoro exige transparencia, pero no andar desnudo. El decoro también exige la presunción de inocencia y no apoyar incondicionalmente a quienes se alzan como víctimas. El decoro exige cuidar las formas, hacer la pega y ser un ejemplo. En fin, el decoro se relaciona a esa frágil dignidad republicana, al ethos y la moral que guían nuestra conducta. Tal vez exagero o ya estoy muy viejo y conservador, pero la decadencia y el deterioro moral son abrumadores.