Temo que el triunfo de Trump pueda traer olas bastante más preocupantes a estas costas que el término de la Visa Waiver o restricciones a la importación tardía de uva chilena a ese país.
La primera es la del calentamiento global, fenómeno que Trump no ayudará a detener, pues cree que se trata de un invento de los liberales progresistas. Habría que explicarles aquello del invento a los valencianos por estos días. Por lo demás, ese problema no puede enfrentarse sino con cooperación multilateral, que el futuro gobernante también desdeña, en su afán nacionalista por “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.
La segunda ola amenazante que puede invadirnos, y para la cual tampoco tenemos mucha capacidad de resistencia, es la expansión desregulada de la tecnología digital y de la inteligencia artificial. Esas tecnologías, que tanto nos han facilitado la vida, expandido nuestros horizontes y emparejado la cancha cultural, conllevan algunas amenazas para la libertad que no debiéramos despreciar y que difícilmente el gobierno de Trump tomará en serio y se empeñará en morigerar.
Una tercera es el efecto imitación del estilo del candidato. Más allá de sus ideas y políticas, Trump representa un tipo de liderazgo que se expande por el continente (Bolsonaro y Milei, entre otros).
Trump llega al poder condenado y procesado por ilícitos que sacarían de carrera a muchos otros. Algunos son vergonzantes, como pagar, con dineros indebidos, el silencio de una prostituta con quien se mantuvo relaciones. Otros son seriamente amenazantes para la democracia, como desconocer el triunfo electoral del oponente y alentar vías violentas para evitarlo. Lo que el triunfo de Trump prueba es que, al menos en ese país, los líderes prudentes y comedidos no sobreviven a escándalos de esa o incluso de menor envergadura, pero sí lo hacen las personalidades desembozadas.
Trump es un líder que calienta el ambiente político como pocos. Pone sobrenombres despectivos a sus oponentes, usa más la descalificación que las propuestas, los eslóganes populistas a las propuestas detalladas. Los ciudadanos, de aquí y de allá, dicen valorar a los políticos dialogantes, capaces de llegar a acuerdos, a los responsables, pero, en ciertas situaciones, la emoción les lleva a perdonar, sentirse identificados y hasta divertirse con el desenfado ofensivo de los desafiantes.
Trump es un hombre autoritario, con personalidad narcisista, arrollador y personalista. Pero, los ciudadanos, de aquí y de allá, suelen adherir a esas personalidades fuertes en períodos de crisis, especialmente si les permiten creer que la vida futura será mejor.
No sería de extrañar que más de un político local, de derecha o de izquierda, esté ensayando frente al espejo, disfrazándose con poses, pelucas y discursos a lo Milei o a lo Trump. Los triunfos de estos harán pensar a más de uno de por aquí que ha llegado la hora de plantarse con actitudes y discursos desafiantes, despectivos y autoritarios para alcanzar la cima del poder.
Es probable que muchos dirán que esas cosas no pasan en este país tan comedido, que no son posibles en la Suiza de América Latina. Pero ya han pasado cosas por estos lados de las que no nos creíamos capaces y hay pasto seco para este fuego: el desprestigio de los tres poderes del Estado y de los partidos; el estancamiento económico, el malestar con las élites y el ensayo sucesivo de todas las corrientes políticas relevantes en la Presidencia, sin que ninguna haya satisfecho mínimamente sus promesas.
Hasta aquí ese tipo de liderazgos no han llegado a la cima por estos lados. Los resultados en la última elección municipal dan para esperanzarse. Se reeligieron los alcaldes con buena gestión, los empáticos, perdieron los candidatos más belicosos y despectivos. Las dos viejas fuerzas políticas que dieron forma a una transición exitosa y moderada, cuyos líderes parecen seguir creyendo en la democracia liberal, salieron razonablemente bien paradas.
Hasta aquí, el estilo de liderazgo desafiante, desembozado, odioso y autoritario no ha llegado a la cima por estos lados. Hasta aquí.