Estamos regalando el país al narco y a otras formas de la criminalidad. El asesinato en Bajos de Mena y las recientes Fiestas Patrias, que fueron particularmente sangrientas, son una muestra más de un fenómeno que adquiere preocupantes visos de normalidad. Ya hay una marca de automóviles que ofrece autos blindados. Para algunas personas no son un lujo, sino un seguro como cualquier otro. No faltará mucho para que tengamos, como en Centroamérica, guardias con metralleta. Hoy parece impensable esa fatídica situación, pero cuando maten o secuestren a algunas personas adineradas, lo aceptaremos sin grandes dudas. Será la consecuencia necesaria de tener un Estado impotente. En todo caso, no habrá tales guardias para los millones de personas honradas que no pueden pagarlos. Ellas tendrán que acostumbrarse a vivir con el miedo en el cuerpo. Ya está sucediendo.
¿Qué hacer? No lo sé. Sin embargo, al menos hay algo imprescindible: es necesario legitimar ampliamente la fuerza estatal, esa que se ejerce de acuerdo con la ley y no según el capricho de algunos. Ya antes del 18 de octubre, la nueva izquierda se dedicó sistemáticamente a desacreditar la actividad de la Fuerza Pública y las FF.AA. Ahora ha dado unos pasos atrás, pero nada garantiza que si llega a estar en la oposición, no vuelva a sus malos hábitos anteriores. No hay que olvidar la estrategia común a buena parte de la izquierda latinoamericana: “Si no dejas que gobierne yo, te haré la vida imposible”.
Como nada es gratis en política, pienso que la oposición debe dar un claro apoyo a la ministra Tohá (por lo demás, dudo que haya muchas personas en la izquierda capaces de cumplir bien esa función); a cambio de ese apoyo tendría una pequeña posibilidad de obtener del Frente Amplio algunos compromisos públicos en la materia. No hablo del PC, porque no me hago mayores ilusiones acerca de su comportamiento.
Con todo, la violencia no ha cundido solo porque no ha sido atajada a tiempo por el Estado, que es quien tiene el monopolio de la fuerza en una sociedad democrática. Su difusión ha sido favorecida por un amplio deterioro político en todos los niveles. Para mejorar un poco el panorama, tanto el oficialismo como la oposición tienen mucho trabajo por delante.
Recuerdo que, en tiempos de la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, había un rayado en una pared madrileña que decía: “¡El gobierno al poder!”. Esto valdría para el Chile de hoy. Gobernar no es proponer iniciativas de leyes progresistas y hacer gestos a la hinchada. Exige preocuparse de cosas tan básicas como las listas de espera en la salud pública o facilitar la aprobación de proyectos económicos que traerán consigo nuevas fuentes de trabajo, especialmente en las regiones (este es un gobierno patológicamente santiaguino).
Oscar Landerretche lamentaba hace unos días el hecho de que hace diez años el país carece de una estrategia de desarrollo. Me niego a pensar que sea imposible que izquierdas y derechas nos pongamos de acuerdo en algunas cosas básicas, que no dependan de las mezquindades parlamentarias de cada mes. ¿Cómo podremos mirar a la cara a los desempleados, a la gente que vive en los campamentos o a los niños, mientras nos dejamos llevar por la frivolidad, la improvisación y la pequeñez? En Chile todavía existe —en las izquierdas y las derechas— el patriotismo que se requiere para determinar algunos puntos que sirvan de base a esa estrategia que añora Landerretche.
También la oposición tiene tareas importantes. De partida, parece claro que debe hablarle al país con la verdad y decirle que vienen tiempos difíciles. Ninguno de los graves problemas que nos aquejan se arreglará con el solo traspaso de la banda presidencial.
Un mínimo de sentido de realidad hace imperioso terminar con el festival de la división. Es muy positivo que haya distintas sensibilidades en el mundo de la derecha, siempre que estén acompañadas de ánimo patriótico y generosidad. El bien de Chile no es lo mismo que la satisfacción de los intereses de Chile Vamos o del Partido Republicano. Las rencillas son un camino seguro al fracaso: no inspiran confianza en los electores.
Por último, parece necesario ser capaces de ofrecer un proyecto al país. Y hasta ahora, cuando falta poco más de un año para las elecciones presidenciales y parlamentarias, seguimos sin saber qué proyecto le ofrece la derecha al país. No basta con querer sacar de La Moneda a unos gobernantes poco capacitados. Ciertamente necesitamos un cambio; sin embargo, eso no significa que los chilenos vayamos a apoyar cualquier propuesta de reemplazo del gobierno actual sin que alguien se tome la molestia de decirnos para qué. El combate a la violencia supone el uso de la fuerza estatal, pero también exige mostrar que la política tiene algo que ofrecer al país. Para esto, los ciudadanos deben notar que los dirigentes de su sector están dispuestos a cuidar el país y que harán los sacrificios necesarios para entenderse con otros que busquen hacer lo mismo.