Una de las cosas dignas de recordar de estos días es la intervención de Monseñor Chomali en el Tedeum. Para decirlo en una frase, la Iglesia, tanto tiempo enmudecida como resultado de la vergüenza que le han producido los escándalos sexuales en que se vio envuelta, sacó la voz.
Y eso —al margen del comentario que suscite lo que entonces dijo, o el título o la autoridad que monseñor tenía para decirlo— hay que celebrarlo. Después de todo, mientras más voces reflexivas comparezcan en el espacio público, es mejor, la sociedad se vuelve más alerta acerca de sí misma.
Pero ¿qué dijo monseñor y en qué medida tenía título o autoridad para decirlo?
Responder esa pregunta ayuda a discernir el papel y el lugar que le cabe a la Iglesia Católica en la esfera pública. No se trata, por supuesto, de discutir su derecho a intervenir en la esfera pública, sino de dilucidar el título o la autoridad que puede esgrimir para decir lo que dijo.
Veamos.
En cuestiones dogmáticas e incluso en cuestiones relativas a la antropología cristiana, no cabe duda de la autoridad de monseñor para declarar lo que la fe demanda y lo que no. Y los católicos, si quieren de veras serlo, estarán obligados por ella. Esto alcanza a lo que monseñor dijo en parte de su intervención, en cuestiones como el aborto o la eutanasia. Para un católico o católica el aborto es ilegítimo y la eutanasia, también. Si un católico pretende que en esas materias es católico a su manera, está errado. La catolicidad exige que existan aspectos incondicionales, no negociables relativos a la condición humana. Y ello significa que hay ámbitos en los que el autointerés o las opiniones propias no tiene fuerza o valor argumentativo para formar una decisión correcta. La vieja idea de que se puede hacer cosas en conciencia aquí no vale: la conciencia no puede derogar —esto es lo que la catolicidad enseña— lo que es verdadero y conocido o revelado por la fe o por la tradición. Esto alcanza, desde luego —lo acepten o no— a los legisladores que se dicen católicos. Un católico no puede sobreponer su condición de ciudadano a la hora del aborto o la eutanasia.
Y es que no es fácil ser católico, como se ve. Abrazar la locura de la cruz (la frase es de Ignace Lepp) no es fácil.
¿Puede decirse lo mismo de las otras partes de la intervención de monseñor Chomali?
Por supuesto que no. Cuando monseñor llama a un pacto nacional por la seguridad, se refiere a la inmigración, rechaza la xenofobia o cosas semejantes, está hablando en tanto representante de una sociedad intermedia que forma parte de la comunidad política; pero no cuenta con ninguna autoridad intrínseca, ni siquiera respecto de quienes son católicos, para que lo que él dice o arguye en estas materias sea sin más aceptado. Si alguien cree que, porque monseñor dijo esto o lo otro en materias político-sociales ello debe sin más aceptarse o considerarse verdadero o correcto, está equivocado e incurre en lo que, en rigor, podría llamarse clericalismo. Lo que en esas materias dijo monseñor Chomali no está amparado ni por el dogma, ni por la fe. ¿Significa eso que debe entonces desatendérsele? No, por supuesto que no; pero lo que dijo debe considerársele a la luz no de la revelación ni de la tradición, sino sometiéndolo a un criterio de razonabilidad.
La paradoja de todo esto, sin embargo, es que lo más probable es que lo que monseñor dijo en cuestiones político-sociales haya sido más aceptado por los católicos que lo que dijo en lo relativo al aborto o la eutanasia. Para decirlo de otra forma: las palabras de monseñor suscitan amplio consenso a la hora de convocar un acuerdo por la seguridad, pero ninguno cuando se trata de oponerse al aborto o la eutanasia.
Ese es el problema que afronta hoy la Iglesia.
La gran paradoja de todo esto es que las opiniones de la Iglesia concitan más consenso en aquello que no le es propio, en aquello en lo que carece de autoridad específica, y una adhesión más bien tibia y en cualquier caso minoritaria en aquello que constituye su ámbito de competencia específica donde cuenta con autoridad. Y lo alarmante es que esto ocurre entre quienes se dicen católicos. ¡Los católicos se muestran mayoritariamente de acuerdo en lo que dijo monseñor en cuestiones político-sociales (y que podría haber sido dicho por un político sensato, un sociólogo razonable o alguien con sentido común) y en cambio no se muestran de acuerdo (según lo muestran las encuestas y la costumbre) en aquello que define a la catolicidad en materia del inicio y fin de la vida!
Ese es el problema de la Iglesia y el desafío que tiene delante suyo monseñor Chomali: no se trata de sacar la voz para obtener aplausos de la ciudadanía (eso no es muy difícil), sino de sacar la voz para recordar a los católicos qué significa serlo y a qué obliga declararse tal (y eso sí que es complicado).