Luego de casi cinco años del violento estallido en que tambalearon modelos e instituciones, el CEP nos ofrece una radiografía del estado de ánimo de la población, que los líderes políticos no debieran pasar por alto.
Hace cuatro años, casi no vale la pena reiterarlo, casi todos apostábamos que vendría un cambio de proporciones en la institucionalidad política y en el orden socioeconómico. Muchos pensaron que Chile había despertado para tomar el futuro en sus manos y refundar el país, como el alfarero con la argamasa, a plena voluntad.
No solo no cristalizó ninguna refundación, tampoco han llegado los cambios, ni siquiera al sistema de pensiones. La política tiene nuevos rostros, pero sigue empantanada. Este no será un gobierno transformador. Y la ciudadanía ¿cómo percibe el momento?
La encuesta CEP parece decir que con frustración y miedo. Más de la mitad (53%) califica la situación económica del país como mala o muy mala, aunque aquí no cunde el pesimismo. En lo político, se mantiene el malestar, con algunos datos inquietantes. Casi dos tercios (62%) califican la situación política como mala o muy mala y solo un 8%, como buena o muy buena. Estas cifras han oscilado, pero no variado significativamente en los últimos dos años. En cambio, la percepción de corrupción generalizada ha subido en 10 años del 50% al 70%, lo que implica un lastre muy difícil de remontar para la legitimidad de instituciones y autoridades.
¿Va aparejada esta frustración, esta mala percepción, con la búsqueda de alternativas extrainstitucionales? Las pistas parecen contradecirse. Se mantiene más o menos estable esa leve mayoría que responde que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Pero es atemorizante que, en el último año y medio, haya disminuido de un 72% a un 59% quienes piensan que el uso de la violencia no debiera emplearse para producir cambios profundos en la sociedad. Sin embargo, sigue en el rango de los dos tercios quienes opinan que los líderes políticos deben privilegiar los acuerdos, aunque tengan que ceder sus posiciones, y crecen levemente los que se identifican con el centro político, alcanzando la cifra más alta desde 2006.
Nada indica que, luego de “despertar”, el país se haya izquierdizado. Por el contrario, la cultura parece adherir cada vez más a los valores capitalistas. Si en 2015 algo más de la mitad estimaba que el trabajo duro era importante para surgir en la vida, hoy esa porción de la población ha crecido a un 86%; un 61% está de acuerdo con la selección escolar por méritos y quienes piensan que la violencia es el problema fundamental que enfrentan las escuelas es el doble de quienes estiman que es la falta de equidad.
La demanda por seguridad es evidente: a juicio de la población, la primera prioridad de la política debiera ser la delincuencia; la cuarta, la corrupción; la quinta, la inmigración, y la sexta, el narcotráfico.
Si alguien pensó que, en 2019, el país había despertado para siempre de un letargo, para movilizarse sostenidamente hasta sepultar el modelo neoliberal y refundar el orden, la encuesta CEP muestra otra cosa: un país cada vez más escéptico de la política institucional, pero que sigue en busca de seguridad y tranquilidad, con una mayoría que valora los acuerdos y la moderación, y que está culturalmente cada vez más apegada a los valores que sustentan al capitalismo.
¿Significa esto que la derecha tiene la mesa servida? Dependerá, creo yo, de cuánto la centroizquierda pueda leer la nueva realidad y transformarse. Desde luego, por ahora, parece que caerían en un extremo despoblado los discursos grandilocuentes de transformación del modelo que caracterizaron al Frente Amplio. El centro solo tendrá posibilidades si se libra de esa retórica y regresa a proyectos de reformas graduales y sostenidas al interior del capitalismo, que apunten eficazmente a mayor justicia social. El muro de Berlín se cayó hace rato, aunque algunos pocos en este continente aún no se hayan enterado. Es también la hora de hablar de narcotráfico, delincuencia e inmigración. Si allí la centroizquierda copia el discurso populista que tiene una mayoría de la derecha, la gente creerá más al original que a la copia.
Tendría, en suma, la centroizquierda que saber recuperar los métodos, los estilos que tuvo la Concertación, aunque cambiando sus tópicos.