¡Uf! Tras las finales de ayer, reviso aportes de la ciencia al deporte.
La Sociedad estadounidense de química señala innovaciones: Un nuevo sensor del estado físico, energizado por los movimientos del atleta, detecta el movimiento. Es como un parche que se puede colocar en una raqueta para medir la fuerza del golpe (https://t.ly/c4oki).
Nuevos protectores bucales más pequeños, ya que algunos atletas dejan de usar aquellos del tamaño actual. Con un material que se tensa cuando se lo golpea, fabricaron protectores bucales más delgados. Éstos resultan cómodos (https://t.ly/r6dr7).
Un parche analiza el sudor: cambia de color según los grados de pH, urea y calcio que capta. Los investigadores lo probaron en corredores durante 20 minutos en diferentes temperaturas y humedades (https://t.ly/sf1nR).
Y, en Tailandia, un equipo de la Universidad de Chulalongkorn, bautizó dos nuevas especies de avispas en honor de Roger Federer y Rafael Nadal: Troporhogas rogerfedereri yTroporhogas rafaelnadali. Ambos insectos miden 6 milímetros vestidos de negro, blanco y anaranjado. Sus larvas devoran desde dentro al ser que los acoge. (https://t.ly/_e00t).
Más entretenido, en Nature Physics aparecen un investigador de la U. de Michigan, Suraj Shankar, y otro de Harvard, L. Mahadevan, quienes postularon que la velocidad con la que un músculo se contrae depende de cómo se mueve el fluido por él. El músculo contiene agua, no es pura fibra, no es un agregado de moléculas, sino que se parece más a una esponja (https://t.ly/Kv5FS).
La compresión muscular requiere tiempo para mover el agua. Por eso, la velocidad máxima con que se mueve el líquido a través de la fibra muscular resulta clave: establece el límite de velocidad de la contracción. Cada cual tiene su límite.
Y otra particularidad que marca a los deportistas es su capacidad de distinguir los ruidos.
Biólogos de la U. de Maryland publicaron en Current Biology un estudio sobre cómo el cerebro elige a cuál sonido prestar atención. Por ejemplo, al sonido de un pelotazo, o al grito de un compañero de equipo, o al chillido de un hincha cuando estoy sirviendo en tenis.
La autora principal del estudio, Melissa Caras, dice que atendemos lo importante. Por eso, no escuchamos el ruido del refrigerador si estamos cocinando (10.1016/j.cub.2024.06.036)
Para estudiar esto, recurrieron al gerbil de Mongolia, Meriones unguiculatus, un roedor cuyo sistema auditivo se parece mucho al nuestro. Tras los experimentos descubrieron que la corteza orbitofrontal, una región del cerebro asociada con la toma de decisiones, desempeña un papel central para ayudar a la corteza auditiva (el centro auditivo primario del cerebro) a adaptarse a situaciones cambiantes.
Entonces, tal como la estatura ayuda a un tenista a jugar mejor, quien desarrolle una mejor zona orbitofrontal en su cerebro, discriminará mejor entre los sonidos.
Tendrá mejores posibilidades en las olimpíadas.