Los trenes fueron el motor del desarrollo del país desde mediados del siglo XIX, comenzando en 1852 con la inauguración de un primer recorrido entre Copiapó y el puerto de Caldera, transportando minerales y pasajeros hacia la costa. Modelo replicado en la minería del carbón, salitre, cobre y hierro, entre el Golfo de Arauco y Antofagasta. Otro trayecto emblemático fue el tren Santiago-Valparaíso, desde 1863. Actividades en manos de ingenieros y empresarios estadounidenses y europeos, con importante participación de privados chilenos, que construyeron líneas transversales hacia los muelles de embarque. Compañías de ferrocarriles que interesaron a diferentes gobiernos, al punto que, mediante la compra de acciones, pasaron a ser administradas y operadas por el Estado, extendiendo paulatinamente los trayectos hasta La Araucanía. Contó con el entusiasmo de presidentes como Montt, Santa María y Balmaceda, de lo cual surgió la creación de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, en 1884 (actual EFE). Interés replicado por mandatarios del siglo siguiente.
Así se emplazó una vía que unió Iquique con Puerto Montt (1913), con numerosos ramales hacia ciudades del interior y el litoral. Misma preocupación que explica la inauguración de la estación Mapocho (1910), que permitía hacer el transbordo con el tren a Calera y los del norte, más ramales transnacionales como Arica-La Paz y Santiago-Mendoza. Para entonces, la gestión estatal superaba a la red privada integrando el territorio, con los beneficios anexos. Más tarde, se electrificó el servicio, haciéndolo más eficiente (1923), pero sin abandonar la tracción a vapor. Y entre 1964 y 1980 hubo un salto sustancial al incorporar locomotoras de combustión a petróleo.
Mas, este transporte fue perdiendo dinamismo, por el incremento de otros: vehículos terrestres y aéreos de carga y pasajeros. Se desincentivó la inversión, privilegiando la que permitía perfeccionar la infraestructura vial, sobre todo desde 1995 en adelante, con el sistema de concesiones. Así, EFE optó por habilitar a operadores filiales para traslado de pasajeros en tramos cortos entre ciudades. Propuesta que resonó en el gobierno (2011), anunciando el comienzo de un plan ferroviario que debía responder a esas nuevas necesidades demográficas, urbanas y de congestión vial, potenciando a la par el transporte de carga y así disminuir las pérdidas de EFE. Plan que se complementó con otro (2019), que consideró una inversión para 27 proyectos en infraestructura, seguridad y renovación de la flota de trenes de pasajeros y de carga de última generación, privilegiando regiones y a 20 comunas de la Región Metropolitana. “Chile sobre rieles” se llamó.
Coincidentemente, en los últimos años se ha comunicado la puesta en marcha del plan “Trenes para Chile”, casi idéntico o muy similar al anterior, aunque no se lo menciona. Al margen de quién haya sido el Presidente, ¿por qué no se reconoce? La preocupación por los trenes históricamente ha sido materia de Estado. Podría haberse dicho que se era deudor del “Chile sobre rieles”. Hubiese sido una demostración de auténtico republicanismo o de honestidad, de madurez cívica.