La rectora de la Universidad de Chile ha debido dormir en la Casa Central para evitar que sea tomada por estudiantes. El decano de Derecho de esa misma institución no pudo evitar la toma, pero lo que no consiguió con sus fuerzas físicas lo logró con su voluntad: se quedó en su oficina y ordenó la continuidad de las clases por vía virtual.
¿Es una quijotada la de esas autoridades? ¿Están tratando de oponerse a un movimiento irresistible, que desde los Estados Unidos se ha expandido a todo el mundo? En ningún caso. Con su actitud decidida, ellos simplemente nos han mostrado que entienden en qué consiste el quehacer universitario.
Las universidades son, por antonomasia, el lugar donde se ejercita la reflexión: ellas “son muchas veces las últimas instancias de diálogo racional posible”, dice la rectora Devés. Si esto es así, ¿cómo pueden detener su quehacer? No existe ningún motivo moral capaz de hacernos abdicar del ejercicio sistemático de la racionalidad. Ni la situación en Gaza, ni los crímenes del chavismo, ni la tragedia del aborto, ni la crisis ambiental, ni el olvido de Dios, ni causa alguna sobre la tierra pueden justificar un paro y mucho menos una toma.
Sin embargo, estas prácticas se extienden por doquier, impulsadas por activas minorías de alumnos que imponen su voluntad ante la perplejidad del resto. Para conseguirlo, recurren con gran eficacia al chantaje emocional: “Si no te sumas al paro, entonces eres cómplice de los femicidios, la guerra, el cambio climático, o lo que sea”. No se trata de un argumento muy sofisticado desde el punto de vista intelectual, pero a pesar de su extrema pobreza filosófica ha probado ser muy persuasivo.
¿A qué se debe su eficacia? En primer lugar, al hecho de que esa extorsión se formula en una asamblea universitaria, con la seguridad típica de los iluminados y apoyado por voces amenazantes que lo respaldan. El mismo esquema se replica con la lógica de las redes sociales. Allí no hay lugar para un diálogo libre de dominio. Evidente: lo que se quiere es interrumpir ese constante proceso de deliberación racional que caracteriza a la institución universitaria.
Esos chantajes esconden un espíritu totalitario, que piensa que nada puede sustraerse al conflicto político, de modo que si yo asisto a clases de botánica o trigonometría estaré de parte de los poderosos, de aquellos que quieren que todo siga igual. ¿Y cómo comprueban que esto es así? Precisamente porque alguien quiere la continuación de las actividades académicas.
A esta gente hay que contestarle lo que el cineasta John Ford le respondió a los macarthistas que andaban a la caza de comunistas en Hollywood: “Me llamo John Ford y hago westerns”. A esos que buscan implicaciones políticas en todos los aspectos de la realidad hay que decirles: “La trigonometría es la trigonometría” y dejarlos rezongar solos.
Los paros y las tomas son ilegítimos no solo porque hacen imposible las actividades que explican la existencia misma de la universidad, sino también porque significan disponer de los derechos ajenos, con el pretexto de que una votación así lo ha determinado.
Si alguien piensa que pueden ser legítimos, eso tampoco bastaría. Como dice el filósofo alemán Robert Spaemann, en realidad habría que hacer dos votaciones. Primero habría que votar si los alumnos (y pienso que también los profesores) están dispuestos a someter a la decisión mayoritaria la suspensión de actividades docentes. Aquí el resultado tendría que ser unánime, porque bastaría que una sola persona se opusiera para que no se pueda lesionar su derecho a asistir a clases.
Una vez que se ha acordado por unanimidad que se va a someter el asunto a votación, recién entonces la minoría quedaría obligada a seguir la opinión de la mayoría.
Nada de esto se cumple en Chile. Las votaciones son completamente irregulares, los discrepantes son silenciados y siempre está presente la amenaza de los matones.
El caso actual se complica por el conflicto entre Hamas e Israel. Las agrupaciones estudiantiles han exigido que la Universidad de Chile rompa relaciones académicas con sus congéneres israelíes. Esto resulta penoso. ¿Suponen que todos los profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalén son partidarios de Netanyahu? Tengo el honor de conocer a varios de ellos y no se cansan de hablar contra las políticas de “Bibi”, como lo llaman.
Ahora bien, aunque los profesores estuvieran totalmente de acuerdo con todas y cada una de sus medidas, de ahí no se deriva que vayamos a interrumpir el diálogo intelectual con ellos. Al contrario, sería una buena ocasión de invitarlos a exponer sus argumentos y someterlos a la criba de la razón.
En todas las encuestas, las universidades figuran entre las instituciones chilenas mejor evaluadas por la ciudadanía. Ese es un acto de confianza que entraña una consiguiente responsabilidad. Exige tener fortaleza para defender la institución universitaria de quienes, en el fondo, no creen en ella.
Cuando las autoridades de la Universidad de Chile muestran esa valentía no están adoptando una determinada postura ideológica. Simplemente nos recuerdan que forman parte de una institución que nació en Occidente medio milenio antes de que a alguien se le ocurriera que la política podía entenderse como una pugna entre derechas e izquierdas.