Muchos chilenos estamos desconcertados. Es más, las discusiones en torno a las isapres nos marean. Sin embargo, nuestra ignorancia nos permite hacer algunas preguntas “desde lejos”, que quizá se han perdido de vista y son importantes.
La primera interrogante que acude a nuestras mentes es muy básica: el sistema de isapres, ¿es bueno o malo? Ya sabemos que hay mil matices que formular, pero en el contexto del planeta Tierra y de Latinoamérica, ¿es mejor o peor que su competidor, el sistema público?
Como la respuesta a esta pregunta se puede prestar a grandes polémicas, vamos a hacérsela a alguien que no sea sospechoso de estar infectado por el virus capitalista. Dejemos que nos respondan los políticos de izquierda y nos atendremos dócilmente a su veredicto.
Preguntemos, entonces, a los parlamentarios y autoridades afines a la izquierda: “Si tuvieran que elegir entre los dos sistemas actuales, ¿con cuál se quedan?”. No me preocupa, obviamente, lo que dicen, sino lo que muestran sus actos. La respuesta es muy clara: la abrumadora mayoría de ustedes ya ha elegido el sistema de isapres.
A lo mejor estoy equivocado, y leeré con gusto la avalancha de cartas que aparecerán mañana, donde desmentirán mi injusta suposición. No tendré el más mínimo inconveniente en rectificar.
Sigamos, entonces, con nuestras preguntas, propias de un ignorante. Si eligieron ese sistema para ustedes y sus familias, ¿por qué no dedican sus mejores esfuerzos para extenderlo al máximo, de modo que todo el país pueda gozar de él, o su preocupación alcanza solo a sus seres queridos?
Se me ocurre que me podrían dar tres respuestas en serio, aparte de decir que dañaría su imagen el proponer un fortalecimiento del sistema privado al que ustedes recurren.
La primera sería afirmar que mi pregunta es tramposa, porque solo les he presentado las dos posibilidades actuales que son malas. Es verdad que las isapres funcionan mejor que el sistema público. Sin embargo, eso sucede porque ellas son para los sectores más pudientes. Como nuestros políticos de izquierda están en la categoría de los ricos, al menos en términos comparativos, lo natural es que se valgan de estos seguros de salud privada, pero eso no significa que piensen que es lo mejor para el país.
Esa respuesta, sin embargo, presenta un inconveniente, porque ¿están seguros de que es económicamente imposible avanzar en esa dirección y extender el sistema de las isapres a muchos más chilenos? A juzgar por los enormes recursos que se invierten en el sistema público, parece que hay algo de plata disponible y que quizá esté mal empleada.
Una segunda respuesta sería decir que, si bien las isapres permiten atender a los pacientes mejor que el sistema público, ellos tienen en mente un proyecto muy superior, que hace posible llevar la buena salud a todos los chilenos sin tener que pagar tributos al capitalismo. Sin embargo, mi abuela decía que “con la salud no se juega”. Si el experimento sale mal, se pagará con la salud y la vida de las personas. Hay que hacer cambios, ciertamente, pero el Congreso lleva años mostrando una negligencia inaceptable para llevarlos a cabo.
La tercera objeción a la posibilidad de fortalecer el sistema de isapres la hemos oído muchas veces en este tiempo: ellas son malas, porque suben los precios arbitrariamente.
Quizá sea así. Soy el primero en reconocer que, en estas materias, mi incompetencia es absoluta. Pero sé leer y he visto que hay muchas discusiones sobre el monto que deberían devolvernos, lo que significa que tampoco estaba muy claro cuánto deberían habernos cobrado en su momento, y además ha habido cambios entre lo que la autoridad aprobó y lo que dijeron luego los tribunales. Confieso que estas incertidumbres no me gustan, ni siquiera cuando afectan a las isapres.
Para colmo de los males, los que tuvimos el privilegio de estudiar educación cívica recordamos perfectamente que, a diferencia de los Estados Unidos, en el derecho chileno las sentencias de los tribunales de justicia solo tienen efectos particulares. Sin embargo, nuestros jueces de la Tercera Sala de la Corte Suprema leyeron los libros equivocados, que los llevaron a creer, gracias a sesudas teorías filosóficas, que ellos tenían superpoderes y dictaron una sentencia que nos tiene hoy en una situación desesperada.
Podrían, con todo, alegar como atenuante que ellos han actuado para suplir la inactividad de los legisladores. Sin embargo, este acto significó una grave violación de la Constitución y las leyes que quedó impune, probablemente porque las consecuencias de perseguir esas responsabilidades habrían sido muy dañinas para nuestro sistema institucional.
Al menos, esta conducta de los jueces servirá para que la derecha, que siempre ha despreciado las teorías, se dé cuenta de que la filosofía es importante, al menos por el daño que puede hacer si está equivocada. Porque si colapsan las isapres, va a morir mucha más gente de la que ya muere en las listas de espera del sistema público, porque no habrá forma de atender a tantos pacientes y todos empeorarán su situación actual. Lo que está en juego, entonces, no es un perdonazo a las isapres, como dicen algunos parlamentarios de izquierda, sino cuidar la vida de miles de chilenos. Pero no se preocupen, probablemente mi inquietud se deba a que soy uno de aquellos chilenos que no entienden nada.