“¡Qué memoria la mía!” pienso cuando olvido mis llaves. Y me comparo con mi mujer, más ordenada.
En Londres, hoy, se presenta el libro “La psicología de la memoria” (The Psychology of Memory”) de dos estadounidenses: Althea Need Kaminske, cirujana y directora de apoyo al estudiante en la Escuela de medicina en la U. de Indiana, y Megan Sumeracki, profesora asociada de psicología en el Rhode Island College. (Como periodista, conseguí su libro digital en Taylor & Francis; saldrá a la venta en mayo).
Las autoras declaran: olvidar es normal. La memoria no es una videograbadora, es más como una página escrita en Word, puede ser editada.
Entender cómo funciona la memoria consigue una mejor actitud ante la vida, escriben. Pronto definen: “Memoria es el uso del pasado, nuestra experiencia e información, al servicio del presente y el futuro”.
La memoria es más compleja, abarca más temas y es más sutil que lo que la mayoría piensa.
Nuestros planes para el futuro (prospectiva) descansan en las memorias de largo plazo y la memoria de trabajo (working memory). Los recuerdos influyen en nuestro presente y futuro. A los depresivos, por ejemplo, les cuesta recordar experiencias felices y también imaginar episodios futuros positivos.
Yo sufrí angustia en una montaña rusa a los 17 años: no me he vuelto a subir y no lo haré jamás. Pese a que, con la edad, nuestros sistemas de memoria cambian.
A los 5 o 6 años de edad, la cantidad de recuerdos se incrementa en forma dramática. El clímax de nuestra capacidad de recordar se alcanza entre los 16 y 25 años. Mis nietos y nietas de 20 son veloces en procesar la información, comprenderla y responder ante ella. A los 30 años, su memoria de trabajo será admirable.
Pasados los 30, algunos aspectos de la memoria mejoran. El vocabulario alcanza su cima entre los 40 y la primera parte de los 70 años. Pero la memoria de trabajo comienza a declinar a los 30.
Los recuerdos emocionantes pueden punzar, pero también son susceptibles a la distorsión y al olvido, aunque parezcan eternos. No son exactos.
Olvidar lo recién leído puede ser más frecuente pasados los 75 años. Aunque, en la retención de hechos, la cultura general, los mayores funcionan tan bien como los adultos jóvenes, salvo si se les apura.
Las autoras me dicen que cuide mi sueño, vital en el cuidado de la memoria, que no confíe en la cafeína, que no fume, que el alcohol es destructor.
Un capítulo abarca las demencias. Que no corresponden a la declinación de la memoria por la edad.
Para los estudiantes, encontré dos consejos: la práctica de volver a recordar y el espaciar los aprendizajes. Por ejemplo, cada vez que uno conversa con alguien cuyo nombre olvida, decírselo repetida y expresamente.
Y para estudiar, no “calentar”, no acumular la materia en pocas horas: lo mejor es espaciar las sesiones, ojalá dormir entre cada una y seguir adelante unos días después. Y leer dos veces, pero la segunda vez, una semana después de la primera.
Al final, recuerdos somos. (Por suerte, mi mujer organiza nuestras fotos).