El investigador Shani Agron, en el Instituto Weizmann de Ciencia, Israel, publicó, el jueves pasado, su estudio en PLOS Biology: si los hombres olfateamos lágrimas femeninas, aunque carezcan de olor, nuestra agresividad se reduce en un 43,7%.
Carlos Darwin, intrigado por el rol de las lágrimas, ya había escrito que ellas eran solo un “resultado incidental”. Pero, la ciencia posterior descubrió que, como el sudor, las lágrimas envían señales químico-sensoriales al cerebro humano.
Los investigadores, que guio Shani Agron, les mostraron películas tristes a seis mujeres de llanto fácil entre 22 y 25 años. Con un espejo recogieron sus lágrimas y las guardaron en frasquitos a 80º bajo cero. Cada sesión aportó 1,6 ml de lágrimas, promedio.
En una sala de acero inoxidable anti olores les entregaron a 25 hombres un frasquito con 1 ml de lágrimas y también otros frasquitos de otro líquido como placebo. Se les pidió oler cada frasquito 13 veces, con pausas de 35 segundos.
Luego, cada hombre se sentó a jugar un juego de computador que, lo ignoraban, era tramposo. Les robaba. Jugaron entre 90 y 120 minutos. Les midieron sus reacciones agresivas ante cada robo mediante un método estandarizado.
Las lágrimas olfateadas bajaron la agresividad de los hombres en un 43,7%, comparada con la agresividad de quienes no olieron lágrimas, que se mantuvo.
Luego, con experimentos bioquímicos midieron la interacción entre las hormonas y los receptores cerebrales involucrados.
Finalmente, repitieron el experimento del juego tramposo, pero esta vez con los participantes enchufados a un sistema de resonancia magnética. Aparecían en pantalla las reacciones de lugares clave del cerebro.
El resultado fue inferior al 43,7% de reducción de la agresividad, pero igual mantuvieron la conclusión: las lágrimas femeninas bajan la agresividad del hombre que las huele.
Los investigadores recurren a poemas y canciones que hablan de “besé una lágrima en tu mejilla” para demostrar que, en muchos casos, la interacción entre hombres y mujeres que lloran se produce a corta distancia.
También, escriben, el cerebro humano reacciona ante esas señales socio-químicas cuando olemos o vemos las lágrimas de los perros, o bien ante el llanto de los bebés, que carecen de palabras.
El experimento se hizo con lágrimas femeninas. Pero es posible, afirma el escrito, que el fenómeno ocurra con todas las lágrimas.
Los mamíferos, escriben, pueden reaccionar ante otras señales químicas sociales, como la orina, las fecas, la leche, el sudor.
Si hubo lágrimas, es posible que la Navidad haya resultado menos agresiva.