La expresidenta Bachelet ha dejado que se insinúe o se crea, o se abrigue la esperanza de que está dispuesta para postular a un tercer período presidencial.
¿Es razonable eso para la izquierda? ¿Le haría bien?
A primera vista sería beneficioso. La expresidenta posee el extraño don del carisma (una situación que Weber describía como “estar dotada de gracia”); posee una experiencia de dos períodos gubernamentales y una amplia familiaridad internacional, unas energías asombrosas a pesar del tiempo transcurrido, un papel muy relevante en cuestiones de género y, como resultado de todo eso, y una vez que el presidente Lagos ya parece vencido por los años, no se observa alternativa entre los liderazgos del socialismo que le supere.
Pero son más relevantes las razones para pensar que no, que no sería beneficioso y acabaría haciéndole mal.
Desde luego, la expresidenta no tiene un liderazgo intelectual, es decir, su preeminencia no descansa en las ideas o en una visión esclarecida acerca del futuro. Tampoco parece estar interesada en estimular que ese tipo de liderazgos aparezca. Su arte y su predilección no son ni el discurso ni la reflexión estratégica. Su liderazgo es más pragmático: atiende a las circunstancias inmediatas, más que a las que se dibujan hacia el futuro, ese es el secreto de su éxito, pero esa es también la fuente de sus limitaciones. Fue lo que ocurrió con su idea del cambio constitucional: en vez de establecer una reflexión aliñada de razones de por qué habría que proceder a ese cambio, se apresuró en diseñar y echar a andar los cabildos para hacerlo.
Y el resultado está a la vista.
Y es que no bastan las pulsiones por hacer esto o aquello, se requiere buscar el asentimiento reflexivo antes de hacerlo.
¿Qué se diría, por otra parte, del cambio en las élites del poder si después de tanto entusiasmo se intenta pasar desde el Presidente Boric a ella sin mediación alguna? ¿No sería esa, acaso, la forma más flagrante de constatar el fracaso de lo que en estos años se intentó? ¿Repetir la competencia entre ella y Evelyn Matthei? Una candidatura de la expresidenta sería un revés para el Presidente Gabriel Boric, porque suceder a Boric en la izquierda es confesar implícita pero inequívocamente que su generación llegó a destiempo, motivo por el cual habría que retroceder en los días para recomponerlo todo.
Pero la razón fundamental de por qué su candidatura no haría bien es que la expresidenta Bachelet se siente incómoda con la trayectoria de la sociedad chilena de las últimas décadas, cuando lo que se necesita —después de las idas y venidas de estos cuatro años— pareciera ser alguien que sea capaz de advertir “la rosa en la cruz del presente” (la frase es de Hegel); es decir, alguien capaz de identificar el impulso normativo que posee el Chile contemporáneo. Las sociedades no son simple facticidad, una mera suma de hechos, algunos de ellos necesitados de corrección, sino que por debajo de ellos hay también una forma de concebir la propia trayectoria vital, el valor que ella ha poseído para las grandes mayorías, que el político debe ser capaz de reconocer. Y entonces, a la hora de resolver los problemas que aquejan a la sociedad —la necesidad de compartir el riesgo de la vejez y la enfermedad, de contar con un sistema educativo que haga plausible el ideal meritocrático— el político no debe arriesgar o negar esos bienes o valores que subyacen a los hechos. Sin embargo, en estos años descomedidos con la modernización y cuando el secreto para superar los problemas que presenta consiste en ensalzar sus logros (que son los logros vitales de las mayorías, autonomía, acceso al consumo material y simbólico), erróneamente se ha preferido rechazarlos.
En estos cuatro años transcurridos, si no más, la sociedad chilena ha mostrado que, por debajo de los entusiasmos constitucionales, de la crítica a las últimas décadas y de los problemas que se experimentan —la amenaza de la vejez en pensiones, la promesa frustrada del mérito en educación—, las personas siguen confiando en la trayectoria que traía la sociedad chilena y de la que se descreyó en exceso. Por eso, una fuerza política o una política incómoda con esos procesos (sea porque gusta imaginar un mundo a ser redimido o pensar a la mayoría según el viejo imaginario del pueblo de los sesenta) no le haría, en el futuro inmediato, bien a nadie.
Sí, es cierto, la expresidenta es competitiva en el corto plazo; pero una izquierda moderna con sentido de futuro no puede aspirar solo a eso.