Lautaro Carmona, nuevo presidente del PC, nos dice que la posición de ese partido “será coincidente con la que tengan los otros partidos de gobierno”. Ninguno pauteará al resto. Sin embargo, en estas mismas semanas, nuestros comunistas han aplicado la política de hechos consumados y, en la práctica, ya han definido una postura contraria al nuevo texto constitucional. Dicho en castellano: como todos tendrán la misma posición y el PC ya ha determinado la suya, entonces todos seguirán el camino marcado por el PC.
Mi problema fundamental no es qué actitud adopten los partidos oficialistas, que en buena medida es asunto de ellos, aunque podrá ser evaluada más adelante. Lo que me preocupa es la relación sadomasoquista que desde hace tiempo se ha establecido entre el PC y las fuerzas democráticas de izquierda que integran la coalición gobernante, porque es muy dañina para el país.
Es un hecho que el peso del Partido Comunista en el gobierno es infinitamente superior a la magnitud de su representación electoral. ¿A qué se debe esta extraña circunstancia? Las causas son muchas, pero vale la pena repasar algunas.
La primera, bastante obvia, es que, dentro de los numerosos partidos que integran el Gobierno, solo el PC parece tener claro hacia dónde va. Es verdad que hoy carece de grandes figuras intelectuales que lo respalden, tanto aquí como en el resto del mundo, pero la verdad es que no las necesita porque se mueve en un marco ideológico que le entrega una enorme seguridad. Y en tiempos de indecisión y duda política, el hecho de que haya gente que muestre una seguridad absoluta puede dejar al resto paralizado. Si hasta celebran los aniversarios de Lenin, como si no hubiese hecho infinidad de cosas que pondrían en aprieto al más desvergonzado.
La segunda es que, aunque sus ideas no sean particularmente luminosas, han mostrado una notable habilidad para estar, a la vez, en el Gobierno y en la calle. A nadie en La Moneda parece extrañarle este doble juego, que les permite obtener las ventajas del poder sin cargar apenas los costos de una mala gestión gubernativa.
Una tercera causa del abrumador predominio del PC en el Gobierno tiene que ver con la relación de fuerzas entre el FA/PC y el Socialismo Democrático. Hoy está claro que el primer grupo está en una situación privilegiada en La Moneda, mientras que los otros se hallan en una posición subordinada, no obstante que son quienes hacen el trabajo duro y más importante, el que impide que el proyecto se hunda.
Al aceptar esta situación, la izquierda democrática parece apostar al futuro. En un próximo gobierno los términos deberían invertirse. Sin embargo, ¿quién les garantiza que les van a devolver la mano? Además, puede quedar arriba en los cargos, pero mantener la subordinación, como sucede en España entre el PSOE de Sánchez y Podemos.
Un cuarto factor que hace que, en estas como en otras materias, el PC marque el ritmo a la centroizquierda se debe a que ha desarrollado una estrategia muy astuta en materia constitucional, que podríamos llamar “la pinochetización del PC” o, al menos, su “laguisación”. En efecto, de un día para otro, la oprobiosa Constitución de los cuatro generales parece que no era tan mala, y hoy defienden la Constitución vigente con la misma energía que los sectores republicanos más duros.
De pronto se dieron cuenta de que aquello que hasta ahora habían calificado como la Constitución de Pinochet en realidad no era tan así, porque desde 1989 en adelante se le introdujeron muchas reformas, tantas que ahora lleva la firma del antes denostado Ricardo Lagos. Sus argumentos parecen copiados de los que dimos los que fuimos abrumadoramente derrotados en el plebiscito de entrada de 2020, donde el país se inclinó por un nuevo texto constitucional. Como la socialdemocracia que está en el Gobierno no ha desarrollado grandes argumentaciones al respecto, la fórmula del PC parece indicarles la ruta que deben seguir.
Todo esto sería divertido si no significara un daño para el país. Los socialistas y otros socialdemócratas que están en el Gobierno aún no se convencen de lo importantes que son. Ellos constituyen un factor moderador dentro de la izquierda que es decisivo para lograr grandes acuerdos en beneficio de Chile. Son unos interlocutores amables, que tienen experiencia política y no presentan esos aires de superioridad moral que, aparte de injustificados, resultan tan desagradables.
Esa falta de autoestima constituye, en definitiva, un terreno fértil para el maltrato por parte del ala FA/PC y puede llevar a que, en último término, el Socialismo Democrático pierda su identidad, siga el mismo camino que la Democracia Cristiana y, como ella, termine por hacerse irrelevante. Después se quejarán porque Chile estará polarizado, pero ese escenario negativo no tendría lugar si contáramos en el gobierno con una socialdemocracia fuerte, segura de sí misma, que no siga la costumbre de sus socios de caricaturizar a sus adversarios y que se plantee como un interlocutor confiable.
Una socialdemocracia de esa naturaleza, más allá de si está en La Moneda o en la oposición, es clave para que nuestro sistema político funcione, pero por desgracia parece que eso lo vemos mejor los opositores que aquellos socialistas y PPD que están en el Gobierno. Los queremos más de lo que ellos mismos se quieren.