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RenovarEditorial
Viernes 29 de septiembre de 2023
Políticas industriales
El Estado puede jugar un papel eficaz procurando los bienes públicos que permitan el desarrollo, no como empresario.
En reciente entrevista con “El Mercurio”, Ricardo Hausmann, destacado economista venezolano radicado en Estados Unidos, advirtió diversos errores de enfoque por parte de Chile en su política hacia los recursos naturales y la productividad. En particular, criticó la distracción que significa para el país la discusión sobre la propiedad de esos recursos, y cuestionó tanto la visión del hidrógeno verde como una suerte de panacea, como, en general, la forma en que se ha abordado la política tecnológica. De este modo, si bien se mostró partidario de que las empresas públicas destinen más recursos a la innovación, su propuesta es que, mucho más que enfatizar la dimensión empresarial del Estado, este procure los bienes públicos necesarios para el desarrollo de las nuevas tecnologías.
Hausmann tiene una mirada crítica a las políticas del Gobierno en materia de litio y señala el riesgo de perder la oportunidad que ofrece este recurso. Al respecto, recuerda que existen alternativas para las baterías de litio que la transición energética demandará, poniendo como ejemplo las baterías de sodio que se están desarrollando en China y otras tecnologías en diversos estados de avance, las que podrían hacer que el valor del litio caiga drásticamente. Hace notar en este sentido el caso de su país, Venezuela, donde la mayor parte de sus enormes reservas de hidrocarburos tal vez jamás se utilizarán. Esto, que si bien sería bueno desde el punto de vista del combate al cambio climático, da cuenta de la pérdida de oportunidades sufrida por esa nación.
El economista también descree de la importancia que se le ha dado en Chile a la estrategia de hidrógeno verde. Señala que el proceso de conversión para su transporte es ineficiente, redundando en altos costos, y nuestra distancia de los grandes centros de consumo mundiales lo encarece más aún. Así, su conclusión general de que el hidrógeno verde es menos atractivo para el país de lo que hoy se supone —y de lo que proclama el discurso oficial— parece correcta. Sin embargo, es un error descartarlo completamente: su viabilidad se incrementa en un escenario en que crecientemente se van a ir dejando de usar los combustibles fósiles.
Visto de este modo, el problema central del hidrógeno verde para Chile es nuestra distancia de los grandes mercados, y la consiguiente competencia de países más cercanos a los lugares de destino que también cuentan con buenas condiciones para producirlo. Por eso, según Hausmann, la verdadera oportunidad estaría en el uso in situ de las energías renovables, ya sea en el norte (fotovoltaica, sobre todo) o en el sur (eólica), áreas en que las condiciones que ofrece nuestro país están entre las mejores del mundo. Su idea es, pues, poner a disposición de los inversionistas privados la oportunidad que ofrece la abundancia de energías limpias en nuestro territorio, para que ubiquen acá sus procesos productivos. Lo que debería hacer el Gobierno entonces es facilitar la entrada de esas inversiones. Para ello, el Estado tendría que realizar las inversiones complementarias que reduzcan el costo de instalarse en esas zonas privilegiadas. Es decir, el Estado debería ser un facilitador, no un empresario.
Todo este análisis es razonable. Más cuestionable resulta, sin embargo, la visión que trasunta Hausmann de que la única forma de desarrollo sería finalmente por la vía de la exportación de productos industriales, y mientras más diversificados, mejor. En esto, parece replicar una confusión extendidamente arraigada respecto de lo ocurrido con distintos países asiáticos. Estos, efectivamente, han desarrollado una base exportadora de productos diversificados, pero lo hicieron basados en elevadísimas tasas de ahorro y de inversión en capital humano. China, por ejemplo, tiene una tasa de inversión de más del 40%, mientras que la de Chile es de 22%. Sin embargo, las tasas de crecimiento chino son decrecientes, lo que da cuenta de una inversión ineficiente y sostenida además a costa de los hogares, que solo consumen un 40% del producto. Aunque tal vez sea muy necesario subir nuestras actuales tasas de inversión, no se debe confundir una economía que sacrifica a toda una generación en pos del desarrollo con la idea de que sea su diversificación industrial la que explica ese desarrollo.
Hausmann tiene una mirada crítica a las políticas del Gobierno en materia de litio y señala el riesgo de perder la oportunidad que ofrece este recurso. Al respecto, recuerda que existen alternativas para las baterías de litio que la transición energética demandará, poniendo como ejemplo las baterías de sodio que se están desarrollando en China y otras tecnologías en diversos estados de avance, las que podrían hacer que el valor del litio caiga drásticamente. Hace notar en este sentido el caso de su país, Venezuela, donde la mayor parte de sus enormes reservas de hidrocarburos tal vez jamás se utilizarán. Esto, que si bien sería bueno desde el punto de vista del combate al cambio climático, da cuenta de la pérdida de oportunidades sufrida por esa nación.
El economista también descree de la importancia que se le ha dado en Chile a la estrategia de hidrógeno verde. Señala que el proceso de conversión para su transporte es ineficiente, redundando en altos costos, y nuestra distancia de los grandes centros de consumo mundiales lo encarece más aún. Así, su conclusión general de que el hidrógeno verde es menos atractivo para el país de lo que hoy se supone —y de lo que proclama el discurso oficial— parece correcta. Sin embargo, es un error descartarlo completamente: su viabilidad se incrementa en un escenario en que crecientemente se van a ir dejando de usar los combustibles fósiles.
Visto de este modo, el problema central del hidrógeno verde para Chile es nuestra distancia de los grandes mercados, y la consiguiente competencia de países más cercanos a los lugares de destino que también cuentan con buenas condiciones para producirlo. Por eso, según Hausmann, la verdadera oportunidad estaría en el uso in situ de las energías renovables, ya sea en el norte (fotovoltaica, sobre todo) o en el sur (eólica), áreas en que las condiciones que ofrece nuestro país están entre las mejores del mundo. Su idea es, pues, poner a disposición de los inversionistas privados la oportunidad que ofrece la abundancia de energías limpias en nuestro territorio, para que ubiquen acá sus procesos productivos. Lo que debería hacer el Gobierno entonces es facilitar la entrada de esas inversiones. Para ello, el Estado tendría que realizar las inversiones complementarias que reduzcan el costo de instalarse en esas zonas privilegiadas. Es decir, el Estado debería ser un facilitador, no un empresario.
Todo este análisis es razonable. Más cuestionable resulta, sin embargo, la visión que trasunta Hausmann de que la única forma de desarrollo sería finalmente por la vía de la exportación de productos industriales, y mientras más diversificados, mejor. En esto, parece replicar una confusión extendidamente arraigada respecto de lo ocurrido con distintos países asiáticos. Estos, efectivamente, han desarrollado una base exportadora de productos diversificados, pero lo hicieron basados en elevadísimas tasas de ahorro y de inversión en capital humano. China, por ejemplo, tiene una tasa de inversión de más del 40%, mientras que la de Chile es de 22%. Sin embargo, las tasas de crecimiento chino son decrecientes, lo que da cuenta de una inversión ineficiente y sostenida además a costa de los hogares, que solo consumen un 40% del producto. Aunque tal vez sea muy necesario subir nuestras actuales tasas de inversión, no se debe confundir una economía que sacrifica a toda una generación en pos del desarrollo con la idea de que sea su diversificación industrial la que explica ese desarrollo.