Por estos días se han insinuado o deslizado dos afirmaciones, ambas falaces.
Una de ellas es que en las declaraciones gubernamentales relativas al Golpe se ha intentado establecer una verdad oficial; la otra consiste en equiparar el Golpe que se conmemora mañana con los acontecimientos de octubre del 2019.
Veámoslas en ese orden.
Comencemos por eso de la verdad oficial.
Los acontecimientos que se conmemoran mañana tienen, como todo lo humano, dos dimensiones. Por una parte —podemos llamarla su dimensión fáctica—, consisten en un conjunto de hechos que son, a su vez, resultado de un puñado de causas que pueden ser investigadas y descritas en un ejercicio que hay que garantizar y al que podría denominarse de libre investigación histórica. Por la otra —y en una dimensión normativa—, esos hechos pueden ser calificados como correctos o incorrectos en un ejercicio, esta vez, de discernimiento moral o político.
¿Qué hechos constituyen la dimensión fáctica? Para abreviar, se trata de los que se conmemoran mañana. Y no es malo recordarlos. Hace cincuenta años, el Ejército condujo una rebelión, bajo sus órdenes la fuerza aérea bombardeó La Moneda con el presidente dentro, y la derecha lo celebró arguyendo que el gobierno había incurrido en ilegitimidad. Pueden discutirse las causas de esos hechos, por supuesto, pero no parece posible discutir que esos hechos ocurrieron. La libre investigación histórica no puede desconocer esos hechos; aunque, como queda dicho, es su deber investigar o analizar sus causas. ¿Ha pretendido el Gobierno establecer una verdad oficial respecto de estas últimas? Es obvio que no. Las declaraciones oficiales no se han referido a las causas de esos hechos, sino solo a estos últimos. Y eso no es una verdad oficial en sentido alguno, es simplemente una verdad, es decir, una coincidencia entre lo que se dice que ocurrió el 11 de septiembre de 1973 y lo que en efecto sucedió (Aristóteles y Santo Tomás definen la verdad de esa forma, como la adecuación entre lo que se dice de una cosa, y lo que la cosa es, criterio que en este caso se satisface plenamente).
¿Qué ocurre ahora cuando se evalúan esos hechos? Se trata, por supuesto, de hechos que son inadmisibles en una democracia y, por lo mismo, el Golpe (y para qué decir lo que siguió) debe ser condenado. La democracia, la de entonces y la de ahora, solo funciona cuando todas las fuerzas políticas proclaman como principio incondicional la exclusión de la violencia y cuando los órganos a quienes se entrega el monopolio de la fuerza se ciñen con escrúpulo a las reglas. La democracia no puede funcionar sobre la base del principio de que en determinadas circunstancias las Fuerzas Armadas pueden rebelarse contra el poder civil. Así que la condena del Golpe tampoco es una verdad oficial. Es simplemente el imperativo categórico de la democracia.
Despejado lo anterior, cabe ahora referirse a lo segundo. ¿Es equiparable el Golpe y lo que siguió con lo de octubre del año 2019?
Obviamente, no; las diferencias son flagrantes.
Hace cincuenta años, el Ejército incumplió sus deberes constitucionales apoyado por la oposición a Allende y por la CIA, en tanto que en octubre del 19 se trató de una revuelta, producto del malestar (que tuvo a su vez múltiples causas, entre ellas algunas generacionales y otras vinculadas a la modernización); hace cincuenta años, se derrocó a un gobierno democráticamente elegido, mientras que en octubre del 19 pudo anhelarse la renuncia del entonces presidente e incluso solicitarse, pero ni se le derrocó ni quienes tenían el monopolio de las armas se rebelaron; hace cincuenta años, se inició una violación sistemática de los derechos humanos, al tiempo que en octubre del 19 comenzó un proceso de deliberación democrática. Así las cosas, ¿cómo se puede pretender —sin ofender la inteligencia u obrar de mala fe en el sentido sartreano de la expresión— que se trata de eventos fáctica o moralmente equivalentes? Nada de esto, desde luego, significa que en octubre del 19 se obró bien por parte de las fuerzas políticas; pero de ahí no se sigue que se pueda equiparar el Golpe con lo de hace tres años.
Así entonces y a pesar de quienes, con buena o mala fe, quieren confundir las cosas, no hay ninguna pretensión de verdad oficial cuando se recuerda que hubo un golpe de Estado que, fueren cuales fueren las causas que la libre investigación histórica averigüe o sugiera, merece una condena sin paliativos (hay que repetirlo, sin paliativos), porque la democracia (como sugiere Kant en una página de “Sobre la paz perpetua”) debe descansar en un imperativo categórico, es decir, en un deber incondicional.
Que hubo un golpe de Estado y que ello merece una condena, no es una verdad oficial: es simplemente una verdad.