Difícil entender los afanes del Presidente de instalar un clima crispado con ocasión de la conmemoración de los 50 años.
Si hay algo que los muchos testimonios de hace medio siglo han terminado por dejar en claro es que el fracaso de la política facilitó las condiciones para el Golpe. No se trata de justificarlo ni de legitimarlo, sino de reconocer el dramático fracaso del entendimiento político al 10 de septiembre de ese año. Fracasaron muchas políticas, el control de la inflación, el de precios, y muchas otras, pero la crisis de la democracia tuvo su raíz más vigorosa en la crispación y en la falta de entendimiento. Esta fue la que hizo imposible encontrar salida a esos otros problemas.
Y, aún así, el Jefe de Estado conmemora los 50 años enervando los ánimos y agudizando la confrontación. Es difícil entender por qué lo hace, cuáles son los fines que persigue. Partió homenajeando a Chonchol y su reforma agraria. Al margen de lo justificado o injusto que pueda haber sido ese homenaje, el Presidente no podía menos que saber que eso era flamear una capa roja para que los sectores más viejos de la derecha se sintieran irritados y embistieran en su contra. Luego, vino la frase de que Onofre Jarpa había muerto en la impunidad. Solo de un delincuente puede decirse aquello. Una vez más, el autor de la frase no podía ignorar que con ella provocaba y salía a torear la furia de RN.
Pero donde el Presidente perdió los estribos y el temple, fue al llamar cobarde a un militar en retiro, condenado por uno de los homicidios más deleznables de la dictadura, por el hecho de haberse suicidado ante la inminencia de su detención. Cobarde puede llamarse a aquel que huye de la justicia a algún escondite. Pero, ¿cabe llamar cobarde a un suicida? ¿A alguien que provoca su propia muerte? No había ninguna necesidad para la frase. El Presidente estaba rindiendo un homenaje a Teillier. La comparación no venía al caso. Nadie le preguntó por el suicidio. Con su frase, no solo olvidó la clemencia, que forma parte de la justicia, sino un mínimo de compasión por el dolor de la familia del suicida. Esta última frase puede tener menos connotación política que las anteriores, pero con ella Boric pierde respetabilidad. El suyo fue un acto destemplado y cruel, impropio del Presidente de todos los chilenos.
¿A dónde nos conducirá este ambiente de crispación que el Primer Mandatario aviva? Ciertamente no a un quiebre democrático. Esta vez, la confrontación se vive en las élites políticas, no en el pueblo. Sin embargo, este también está molesto, no por las mismas escaramuzas, las que probablemente mira con desdén, sino con la política y porque esta no soluciona los problemas (delincuencia, violencia en el sur, pensiones, salud, corrupción y tantos otros). El problema de hoy, a diferencia del de hace 50 años es que el desencuentro, la falta de entendimiento y negociación traba las reformas que son necesarias para enfrentar los problemas que aquejan a la ciudadanía.
El Presidente no tiene mayoría en el Congreso. Su programa y proyectos no verán la luz sin acuerdo con la derecha. Negarse a reconocer esa condición de su gobierno equivale a darse de cabezazos contra las paredes. Sus frases no debilitan a la derecha, sino que la envalentonan. Es cierto que, en medio de ellas, el Presidente también ha hecho llamados a la unidad y al entendimiento, pero esos llamados, hechos por la prensa, a suscribir documentos, suenan más como un reto o desafío que como el comienzo de un proceso de unidad.
Después del 73, el país anduvo, una vez más, al borde de un quiebre democrático. La política, que estuvo en la lona, logró dificultosamente volver a ponerse de pie, poco a poco, a fines del 2019 y comienzos del 2020. Si bien logró encontrar una salida democrática a la crisis de orden público, tuvo no poca responsabilidad en las causas de esa crisis y no ha logrado, desde entonces, responder las demandas que tuvieron tan masivas convocatorias. Entre las muchas causas de ese estallido, el malestar con la política y su incapacidad de solucionar los problemas más acuciantes estuvo entre las principales.
En mejorar las condiciones de ese malestar, la política sigue al debe y el Jefe de Estado tiene la principal responsabilidad de sacarnos de ese pantano. Así como va, se aleja cada vez más de lograrlo.