En las últimas tres décadas, incluso en años de menor crecimiento, el impacto negativo en los ingresos de los hogares era acotado, atenuado por lo que se podría llamar “el vuelito” que traía nuestra economía. Lamentablemente todo indica que, en particular para los pobres, el vuelito se acabó.
Se pueden identificar tres períodos en nuestros últimos 33 años en materia de crecimiento económico. El primero, entre el año 1990 y el 2009, cuando en promedio crecimos a tasas superiores al 5%, a pesar de que en los años 1999 y 2009 nuestra economía se contrajo en un 0,4% y un 1,6%, producto de la crisis asiática primero y luego de la crisis subprime. Luego, entre los años 2010 y 2017, la economía en promedio creció un 3,5%, aunque a tasas cada vez más bajas. Finalmente, desde el 2018 en adelante, hemos crecido en promedio a una tasa de un 2,6%, pandemia y estallido de violencia de por medio. Esta, de acuerdo a distintas estimaciones, es la tasa de crecimiento a la que podemos aspirar para los próximos años.
Durante el primer período, nuestra tasa de ocupación, esto es, el total de personas trabajando en relación al total de la población en edad de trabajar, fue aumentando paulatinamente, pasando en promedio desde un 48,6% a un 50,5%. Luego, a pesar de comenzar a crecer a tasas menores, la ocupación siguió subiendo, hasta un 58,3% el año 2017. Desde entonces, con más bajos que altos, esta se ha ubicado en promedio en lo que va del presente año en un 55,7%.
Pero, como todo promedio, esas cifras contienen realidades muy distintas y divergentes entre sí. Mirando las cifras que con cierta periodicidad nos entrega la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), observamos que al año 2009 la tasa de ocupación en los hogares del 10% de menores ingresos era un 20%, mientras que en los sectores de mayores ingresos era de un 70%. En el período siguiente, hasta el 2017, dicha tasa aumentó en ambos sectores, pero a velocidades distintas: los primeros aumentaron a 24%, mientras que los segundos llegaron a 77%.
Pero entre ese año y el 2022 la brecha no solo siguió aumentando, sino que la tasa de ocupación en los hogares más pobres cayó a un 19%, mientras que en el otro grupo aumentó a un 84%.
Lo anterior también se ve reflejado en una caída de los ingresos provenientes del trabajo. A pesar de que en los titulares se ha destacado la reducción de la pobreza, al desmenuzar los datos se concluye que esta caída se ha debido a mayores ingresos familiares provenientes de subsidios monetarios y a un mayor valor imputado del arriendo, pero que los ingresos promedio de los hogares provenientes del trabajo han bajado. En efecto, entre los años 2017 —última medición previa a la pandemia— y el 2022, estos ingresos se han reducido en un 3%.
Para ponerlo en perspectiva, ello contrasta con el período 2006-2009, cuando a raíz de la crisis subprime nuestra economía en promedio creció en esos años solo un 2,6%, tasa similar a la que hemos visto en promedio en años recientes. No obstante, los ingresos promedio de los hogares del trabajo no bajaron.
Esta realidad se torna alarmante cuando se observa la situación de los sectores más pobres. En efecto, en los años recientes los ingresos del trabajo del 10% más pobre de la población cayeron a la mitad, mientras que el año 2009 esa caída fue de un 20% y ya se había recuperado para la medición del año 2011. Me permito repetir esto: en cinco años los ingresos del trabajo de los hogares más modestos se han reducido a la mitad. ¿Cuándo y cómo se recuperan?
Asimismo, la última Encuesta Suplementaria de Ingresos del Instituto Nacional de Estadísticas, dada a conocer recientemente, confirma lo que ya se observaba en los resultados de la Casen. Durante los últimos 6 años, en términos reales, los salarios no han crecido. Se han estancado no obstante que el sueldo mínimo ha aumentado en un 13%. Y si solo analizamos el salario de los empleos formales, que es el sector donde se debe pagar el salario mínimo, estos han caído un 2%.
Durante las últimas tres décadas el desempeño de nuestra economía ha resultado determinante en la generación de ingresos a partir del trabajo, creciendo estos en épocas de mayor expansión y con caídas atenuadas en períodos de contracción o estancamiento. Pero con altos y bajos los ingresos crecían, aunque a pasos cada vez más lentos. Es que todavía nos quedaba vuelito. La cruda realidad nos indica que ese vuelito se acabó.