Mi abuela Amalia me enseñó a amarrarme los zapatos. Pero un amigo ingeniero la cuestionó.
“Mira”, me dijo, “la presión del cuero sobre el empeine se distribuye en forma desigual si el cordón del zapato parte su recorrido en el orificio superior y sigue directamente hacia el orificio inferior opuesto”.
Cierto. Al tirar, la fuerza no se reparte igual. Mi abuela me enseñó mal.
La solución es pasar el cordón por los dos orificios inferiores y trenzarlo hasta llegar arriba. Al tirar, la presión es igual a cada lado.
El ingenio es un tesoro. Fui a ver a jóvenes de primer año de Ingeniería en la PUC presentando soluciones para pequeñas empresas. Hace una década conocí esta experiencia cuando trabajé un período allí.
Recorrí la feria: Isidora Henríquez y Santiago Marshall observaron a floristas que armaban sus ramos sobre un mesón: les propusieron un esqueleto de florero donde encajar las ramas y así cortar desde los costados. Le pusieron BlossomBlitz. Me gustó, no sacaron premio.
Aline Schneider me mostró una mesa de reparación de celulares con una ampolleta de tres colores para revelar distintas averías. Nombre: Desliza phone. Tampoco ganó.
Ergocut, según Martín Cerda, soluciona los problemas de la muñeca de los trabajadores textiles. Es una especie de tijera para cortar deslizándola por la tela. Tampoco ganó.
Cakekeeper, de Diego Martínez y Natalia Puentes, humedece el interior de la vitrina de la pastelería para preservar el frescor. Cero medalla.
Los ganadores fueron Salvadedos, un protector para los peluqueros (de Catrilaf, Cordero, Fernández, Orellana, Ruiz y Troncoso). Cosmix, una compleja batidora calentadora para elaborar productos cosméticos (Cosoi, Ham, Torres, Contreras, Muñoz, Valdivia y Lorca). Cardamomo, un protector de mano para orfebres (Domínguez, Errázuriz, Espejo, Montes y Ortega). Y Undefeeted, un protector de pisada para carpinteros que evita enterrarse clavos (me lo mostró Magdalena Gacitúa, que insistió en probarme el invento, no acepté).
Me gustó cómo Nicole Gamboa y sus compañeros aprovecharon el diseño del mouse para transformarlo en cuchillo para curtiembres, premiados.
No brillaron Asunción Figueroa, que me vendió un sistema que clasifica ropa de segunda mano para que empresas B le den otro uso. Ni el sistema para calentar cuchillos de pasteleros, que me mostró Diego Staforelli.
Me dijeron que algunos habían sufrido en el trabajo en equipo; otros encajaron con alegría. Un aprendizaje.
Yo no era juez, sino un buscador de ingenio y a veces lo encontré. Los 120 proyectos están en https://tinyurl.com/2cnaj4kz y ¡qué vergüenza! ¡tantos títulos en inglés! Reclamé ante Catalina Cortázar, profesora que dirigió el proyecto.
Este estudiantado pasará los cinco próximos años aprendiendo a innovar, a perfeccionar sus ocurrencias. En todas las escuelas de Ingeniería pasan por estos bautizos para acicatear el ingenio.
Y también aprenderán a lograr que una solución prenda. Porque ¡cuánto cuesta cambiar! (Cosa de mirar mis zapatos).