Dentro de las declaraciones de esta semana —todas, desde luego, relativas al caso de las fundaciones y la laxitud en su control— destaca una del diputado Gonzalo Winter. ¿Qué fue lo que dijo? Aseveró que cualquier partido que entraba a la política inevitablemente poseería, en alguno de sus intersticios, alguna corrupción.
Por ese motivo, agregó, era absurdo entrar en un debate interminable acerca de qué partido era más honrado que otro:
“… si la política entra en una discusión de quién es más corrupto, quién es más tonto o inteligente, entra —concluyó— en un loop completamente inocuo, que no sirve para nada”.
Las declaraciones de este diputado deben ser examinadas con cuidado, puesto que ellas ocultan el revés del moralismo, tan frecuente entre los miembros del Frente Amplio. Si el moralismo consiste en ver en todos los actos reprochables una decisión maligna, su revés consiste en aseverar que los actos ilícitos son inevitables. En el primer caso, la maldad se encuentra en todos los actos perjudiciales; conforme al segundo, habría un porcentaje de actos perjudiciales que ocurrirán siempre al margen de la intención. Esto último es lo que observó el diputado Winter.
En esas palabras no hay ánimo exculpatorio alguno, tampoco cinismo.
Solo hay tontería.
Es cosa de ver.
En la literatura se llama daño estadístico al hecho de que conforme aumenta una serie de actos, llegará un momento en el que inevitablemente habrá alguno que cause daño. Como lo sabe cualquier persona que produzca bienes masivos, según aumenta la producción de bienes, un porcentaje de ellos saldrá defectuoso. Se trata de una simple constatación fáctica que tiene muchas versiones. Una observación análoga se encuentra en un pasaje de “Guerra y Paz”, de Tolstoi, donde se observa que dado un cierto tamaño de la población, la cantidad de suicidios es más o menos predecible.
¿Significa lo anterior, entonces —como lo sugirió el diputado—, que es mejor no entrar en una seguidilla de acusaciones o debates en torno a quién es más apegado a la ley? ¿Que porque la corrupción es predecible no cabe discutir quién es más probo y quién menos?
Por supuesto que no es así.
Basta detenerse a pensar el problema para advertirlo.
Como lo saben las compañías de seguros, la cantidad de accidentes es más o menos predecible, pero eso no libera de responsabilidad alguna a quienes incurren en ellos ni aconseja omitir campañas en favor del cuidado. La cantidad de delitos es también más o menos probable, como lo muestra el hecho de que la curva de los mismos no se altera sensiblemente año a año, pero nadie pretendería a partir de allí que no se deba discutir acerca de la necesidad de cumplir la ley e insistir una y otra vez en hacerlo. Los ejemplos podrían multiplicarse para casi todos los actos humanos. Podría llamarse a eso el misterio de las probabilidades, una de cuyas primeras versiones se debe al padre Luis de Molina (si sabemos que el pecado es inevitable, dijo él, ¿cómo explicar el libre albedrío?).
Entonces el diputado tiene razón cuando afirma que todos los partidos, es probable, incurren, o han incurrido, en algún acto de corrupción; pero no tiene razón cuando invita a no seguir en una seguidilla de reproches o investigaciones o acusaciones. Y es que, como es obvio, del hecho de que el crimen no se pueda suprimir, no se sigue que no debamos hablar de él y llamar criminal a quien se descubre atentando contra la vida e inocente a aquel que no ha ejecutado ese atentado (aunque las probabilidades indiquen que en el futuro podría cometerlo). Mutatis mutandis (cambiando lo que hay que cambiar), es verdad que todos los partidos que se acercan al Estado han debido ejecutar actos ilícitos, pero de ahí no se sigue que Democracia Viva no haya ejecutado uno y no merezca reproche, o que los partidos no deban vigilarse unos a otros, aunque sepan, cabe insistir, que todos ellos incurren o han incurrido en actos de corrupción.
Entonces sí, es verdad que una porción de los ciudadanos cometerá un crimen, la mayor parte de los creyentes un pecado, un buen porcentaje de los automovilistas causará un accidente, un puñado de profesores abandonará su deber, algunos jueces resolverán en contra de lo que el derecho dice, este o aquel periodista mentirá y los partidos intentarán hacerse para ellos o sus miembros del dinero público. Y así. Pero ello no hace inútil o absurdo discutir acerca del delito, ni transforma en irrelevante la decisión de la fe, ni absurda las instrucciones de ser precavido al conducir, ni inútil recordar a los profesores que es distinto enseñar a instruir, ni vano decir a los jueces que deben lealtad a la ley, ni vacuo recordarles a los periodistas que no deben mentir deliberadamente, ni fútil recordarles a los partidos y sus fundaciones, y sobre todo a sus diputados, que es indigno e ilícito robar, traficar influencias o prestarse inconscientemente para que se robe o se trafique o elaborar cantinfladas para hacer del robo una banalidad.
Aunque todo ello parezca —como observó el diputado en un tono que no se sabe si es ignorancia o tontería— un “loop” que no sirve para nada.