Toda el agua caída parece ser un augurio que presagia un frío clima para el Gobierno. No hay que ser pitonisa o seguidor de esas antiguas tradiciones que observaban las aves y su vuelo para adivinar el futuro, pero en el cielo aletean pájaros de mal agüero. Ahora bien, si la lluvia y el barro son fenómenos de la naturaleza, los vivarachos han sido, son y serán parte de nuestra naturaleza humana. Ese es el gran problema que ha tenido esta nueva generación en el poder. Les ha faltado realismo. Y también humildad.
Partamos por el realismo. David Hume inmortalizó al sensible knave,que se podría traducir como el “bribón perceptivo” o el “pillo sensato”. Y habla de la justicia no como una virtud platónica, que bajaría del cielo, sino como una virtud artificial que está en la tierra. Sobre la justicia y las reglas del juego, que son humanas, se construye la sociedad. Por tanto, hay que asumir, con sano escepticismo, que todos somos astutos o vivarachos, humanos o demasiado humanos.
Por cierto, la tormenta de “Democracia Viva”, que podría extenderse a otras fundaciones, afecta la convivencia social y política. Sin embargo, no debería sorprendernos tanto. Lo que debe sorprendernos es la facilidad con que ocurre y cómo ocurre. Carlos Peña llamó la atención sobre esto, alertando sobre la gobernanza de las fundaciones y la eventual responsabilidad de los que suman y prestan sus rostros para esos directorios. Claramente hay un problema con las reglas del juego al permitir que pillos, bribones y vivarachos se aprovechen del Estado.
A diferencia de otros casos de corrupción política, en estas fundaciones se estaría usando a los más pobres con el fin de extraer recursos públicos. Así, los que viven en campamentos serían un medio para lucrar. La dignidad se vulnera. Y lo que es del Estado para ayudar a los más desfavorecidos, se convierte en un botín. Por si fuera poco, se mancha y desprestigia la labor de miles de fundaciones que hacen un trabajo serio y honesto. La sociedad civil sufre.
La idealización de la naturaleza humana y la superioridad de unos sobre otros han tenido siempre el mismo resultado. Solo la religión puede permitirse ese privilegio. En materias humanas, como ya lo había sugerido Hume y oportunamente lo advirtió el Presidente Gabriel Boric, no hay que poner las manos al fuego por nadie. Ni siquiera por uno mismo.
En cuanto a la humildad, ella también se relaciona con el realismo. Durante la campaña, antes de la primera vuelta, el candidato Boric dio una entrevista donde Tomás Mosciatti le preguntaba sobre unos terrenos que había vendido su padre obteniendo una enorme utilidad. Su respuesta siempre me quedó dando vueltas. Quizá todavía era la época de la condena al lucro. Y obviamente era período de campaña. Boric respondió: “No me gusta. El obtener recursos a partir de la valorización del uso del suelo en la medida en que crece la ciudad y después vender mucho más caro de lo que se compró no es una forma que a mí me guste...”. El periodista insiste: “¿O sea que lo que hizo su padre no le gustó?”. Y el candidato cierra: “No lo hubiese hecho yo”.
El Presidente Boric, qué duda cabe, contagia empatía y despliega habilidad política en medio de la tormenta. No pierde la prudencia, como sugería Aristóteles. Coquetea exitosamente con la diosa Fortuna, como aconsejaba Maquiavelo. Y cual dios Jano, sostiene al Gobierno mostrando sus dos caras, una más cercana y otra más dura.
Sin embargo, esta tormenta es un severo golpe para el Presidente Boric y su círculo de hierro. El realismo y la humildad son un pesado yugo para esta nueva generación que llegó al poder. Y todo esto sin olvidar otra realidad: como dijo Lord Acton, el poder corrompe. Vaya desafío y responsabilidad que tiene con el país.