Es difícil exagerar la difícil circunstancia por la que atraviesa el Gobierno luego de los sucesivos fracasos electorales. Quizás eso explica que su reacción haya sido levemente enigmática.
El Presidente habría formulado, a propósito de esas pérdidas, dos declaraciones: la primera, que las ideas con las que llegó al poder no están derrotadas; la segunda, que hay que “desparlamentarizar” la política.
Conviene detenerse en ambas e intentar dilucidar qué quieren decir.
Desde luego, cabe preguntarse qué quiere decir que las ideas con que llegó al gobierno no han sido derrotadas. El Presidente en eso tiene razón. No han sido derrotadas.
Pero ello no es porque sean verdaderas, sino porque por definición las ideas que integran una ideología política —sea de izquierda o de derecha— no pueden ser refutadas. Lo que ocurre es que el político, a diferencia del científico, no tiene interés en la verdad de lo que dice, sino en su eficacia, en la capacidad que tenga de despertar el entusiasmo. Lo que el político dice no tiene pretensión de verdad y, en consecuencia, sus ideas no pueden ser falsas (que sería el equivalente a ser derrotadas). A ello se suma otra característica y es que las ideas políticas incorporadas a una ideología son capaces, en base a sus propias premisas, de explicar todos sus fracasos, cualquiera ellos sean. Los fracasos de una ideología son una prueba de su verdad. Así, un marxista explicará el fracaso atribuyéndolo a la falta de conciencia de clase del proletariado, y no a un error de sus propias premisas. Y el psicoanálisis vulgar dirá que las críticas en su contra son parte de una resistencia inconsciente. Y el creyente religioso dirá, frente al fracaso, que Dios escribe con líneas torcidas.
Tiene razón el Presidente. Las ideas con que llegó al gobierno no han sido derrotadas. Y es que como toda ideología —es cosa de leer a Karl Popper para saberlo—, ellas son inmunes a la prueba de los hechos. Eso es lo que explica el entusiasmo y la fe, incluso en los peores momentos, del político ideológico.
La otra parte de lo que el Presidente habría sugerido no es ambigua como la anterior, sino peligrosa. El mandatario habría pedido a los partícipes de la reunión —mientras engullían canapés, cebiches y galletas, según fue informado— que era necesario “desparlamentarizar la política y llegar a la sociedad”. ¿Qué puede significar esto?
El sentido más obvio es el de trasladar el foro de las decisiones públicas desde los órganos representativos (el Parlamento o Congreso) a las organizaciones sociales, sindicatos o federaciones estudiantiles. En otras palabras, “desparlamentarizar” equivaldría a separar la política estatal de la sociedad. Algo parecido a lo que expresó en un tuit Camilo Escalona.
Ese punto de vista que habría planteado el Presidente tiene coincidencias ideológicas con los grupos neoconservadores. Los neoconservadores, en efecto, se caracterizan por sostener que la sociedad, la cultura, la familia, el mercado viven fuera de la política estatal. Esta separación de la sociedad y la política cumple, en el pensamiento neoconservador (como es, en el caso de Chile, lo que inspira al Partido Republicano), la función de limitar, pero a la vez reconstituir la autoridad del Estado como lo muestra, por lo demás, la experiencia de la dictadura (nunca el mercado estuvo más entregado a sí mismo, pero nunca el Estado fue más fuerte). El punto de vista que habría sugerido el Presidente partiría de un diagnóstico semejante. La política estatal sería incapaz de resolver los problemas de la sociedad civil: la sociedad se habría autonomizado del Estado y por eso al Estado (o al Congreso) se le ve como una cáscara vacía. Pero si el pensamiento neoconservador, al separar al Estado de la sociedad, busca recomponer la autoridad del Estado sobre nuevas bases, el punto de vista que habría sugerido el Presidente, al separar la sociedad del Estado, busca conferir una nueva autoridad a la sociedad civil, la que así quedaría fortalecida y desligada de los procedimientos formales de la racionalidad estatal, pudiendo participar y movilizarse por fuera de las instituciones.
No es fácil saber si todas esas implicancias están en la mente del Presidente cuando (según informó el líder de Comunes) hace ese llamado coincidente con la idea de Escalona; pero lo que es indudable es que un propósito semejante daña la democracia representativa, porque invita a hacer política (es decir, a modelar la vida en común y hacer valer la propia voluntad) por fuera de las reglas formales.
Es probable que el Presidente al decir eso se dejó llevar, como en tantas ocasiones, por ese impulso suyo de hacer frases con apariencia de dictum. Pero de lo que no cabe duda es de que entre las fuerzas que lo apoyan hay varias que estarían de acuerdo con “desparlamentarizar” la política, y ello no necesariamente como consecuencia de haber sido derrotados en las dos últimas elecciones, sino porque están convencidos de que las instituciones simulan la voluntad popular en vez de expresarla.
Y eso suena bien a los oídos de más a la izquierda; pero es riesgoso para la democracia y la tradición institucional en momentos que se la intenta reconstituir.