La nueva Constitución, por la que por tantos años y tan intensamente luchó la izquierda, la escribirá la derecha. Ninguna norma podrá aprobarse si los republicanos no la quieren y todas ellas pueden adoptarse al margen de lo que quiera la izquierda.
La responsabilidad es de la izquierda. Tuvo la oportunidad de aprobar una Constitución que fuera tolerable para una derecha entonces derrotada y prefirió aliarse con las fuerzas del octubrismo, hasta llegar a proponer una carta extrema en su afán refundacional y maximalista.
La responsabilidad es de la izquierda, pero ella no es la principal causante de sus males. Tenemos un electorado oscilante, que pasa de entusiasmarse con la lista del pueblo a hacerlo con los republicanos en el plazo de dos años.
De la oscilación y del péndulo se ha hablado mucho. Menos, no obstante, nos hemos preguntado por las causas de tales cambios. Se ha explicado que estamos en un mundo menos ideológico; que ya se extinguen aquellos que votaban a un mismo partido de la cuna a la muerte. También se nos ha explicado que la modernidad y el individualismo hacen que muchos electores ya no se comporten como público cautivo, sino como consumidores veleidosos que vitrinean y compran cada vez a fuerzas políticas diferentes.
Ninguna de esas razones, sin embargo, terminan de explicar que el país ande castigando, en cuanto puede, a las fuerzas que él mismo elige (Bachelet, Piñera, Bachelet, Piñera) y que luego opte por lo nuevo y joven, primero por la izquierda refundacional, y dos años después, por la derecha joven y conservadora. Parece que parte importante de la explicación del péndulo tiene que ver con la desilusión, con el castigo a quienes gobiernan, y ello porque quienes lo hacen no logran satisfacer las expectativas que se pusieron en ellos.
El ambiente se presta para tirarse los platos por la cabeza, los opositores se los lanzan al Gobierno, mientras este acusa a sus críticos de haberlo hecho igual de mal o peor cuando fueron gobierno, en tanto afila dientes y uñas para atacarlos en cuanto vuelvan a tomar la guitarra. En este carrusel nos llevamos los últimos 12 años, mientras el país se empobrece, los problemas no se solucionan y la ciudadanía sigue buscando la coalición política que sea capaz de cumplir sus expectativas.
Maldecir a todos los políticos no sirve de mucho, menos añorar los viejos tiempos. No tiene mucha lógica pensar que el comportamiento de los políticos empeora por azar o por una maldición de los dioses. Tenemos el deber de identificar los males estructurales que dificultan el buen gobierno. Lo patriótico es que quienes han sido llamados a escribir una nueva Constitución concentren todos sus esfuerzos en diagnosticar los males del sistema político chileno y busquen, con sabiduría, los remedios que se muestren más aptos.
El concepto de patriotismo constitucional tiene ya una tradición en Europa. Es distinta, sin embargo, en Alemania que en España. Aquí, quiero tomarlo en el sentido más literal y esencial: en un país dividido y frustrado, el patriotismo constitucional ha de ambicionar que la Carta Fundamental sea un factor de unidad. El patriotismo constitucional tiene la obligación de procurar una Constitución integradora y pluralista, de la que la gente se sienta orgullosa, a la vez que permita la gobernabilidad de coaliciones de distinto signo.
En un país que ha devenido en una suma de identidades que poco conversan entre sí y que cada vez se reconocen menos como compatriotas, la Carta Fundamental, si ambiciona ser sustantiva, será inevitablemente la constitución de los unos contra los otros. La única opción de una Constitución patriótica es ser procesal, concentrada en regular la contienda política, sin tomar partido en ella, facilitando el buen gobierno, cualquiera sea la opción de los electores. Un texto patriótico cuyos objetivos sean regular bien el sistema político, garantizar la libertad, proteger el pluralismo y establecer formas democráticas de resolver las disputas.
La derecha se ha encontrado con un trofeo que no esperaba: puede, sin la izquierda, escribir el nuevo texto constitucional por el que lucharon sus adversarios y que ella, temerosa de los cambios, resistió atrincherada. Puede volver a cargar las tintas con su propia ideología y atenerse a las consecuencias. Tiene también la opción de probar su patriotismo, proponiendo al país un texto ideológicamente neutro que facilite el buen gobierno y con el cual el país se sienta primero identificado y luego orgulloso.