Parece que la derecha solo funciona con miedo. Como con el 4-S se le pasó el susto, una parte del sector imagina no solo que el triunfo es suyo, sino que todo habría vuelto a la normalidad de no mediar la desgracia de tener al FA/PC en La Moneda.
Además, las encuestas muestran que el tema constitucional ha dejado de ser una prioridad. Por eso piensan que —con un resultado mínimamente razonable el próximo domingo— la derecha y Chile pueden estar tranquilos.
Es verdad que la Constitución no está en este momento en la mente de los chilenos, pero quizá sea porque hoy nos sucede lo mismo que a un agricultor al que una plaga de pulgones le está destruyendo sus siembras y se da cuenta de que no podrá pagar los créditos bancarios. Una persona en ese estado no tiene cabeza ni tiempo para hacerse una colonoscopía, por más que el médico le haya dicho que es urgente para descartar un posible cáncer.
Sucede que entre el narco, el terrorismo, la inseguridad en las calles, el desempleo y la crisis migratoria, los chilenos apenas podemos respirar. Sin embargo, de ahí no se deriva que sea inocuo dejar abierto el tema constitucional. No es nuestro único problema ni menos el principal, pero al menos resolvamos alguno de los malestares que nos aquejan.
No hay que perder de vista que precisamente el actual escepticismo ciudadano en materia constitucional puede representar un buen punto de partida. Ayudará un poco a que no pretendamos que la ley fundamental nos resuelva el problema de las pensiones, la sequía o nuestra dramática crisis educacional. En un clima de sobriedad se hace más fácil llegar a una Constitución modesta, como las que funcionan bien, donde se definan las reglas del juego político, se aseguren unas cosas muy básicas y se resuelvan ciertos problemas como la fragmentación del sistema político. Sin embargo, para esto es necesario salvar este proceso en el que, nos guste o no, ya estamos embarcados. No tendremos un momento más propicio que este para hacerlo.
El rechazo del pasado 4 de septiembre fue muy importante y contribuyó claramente a la paz social, pero si alguien piensa que un nuevo rechazo producirá idénticos efectos, estará proponiendo una solución imaginaria. Chile se demorará muchos años, probablemente décadas, en conseguir el ideal de Andrés Bello de libertad dentro del orden, y un primer paso es contar con unas mínimas certezas jurídicas, que estén establecidas en la Constitución.
No faltan, sin embargo, quienes piensan que no tiene sentido llegar a un acuerdo en estas materias porque la izquierda es insaciable y a poco andar impugnará las soluciones alcanzadas con gran esfuerzo. ¿No dicen algunos que este es un “fraude democrático” y que el abrumador resultado del 4-S fue un “golpe civil y parlamentario”?
Este razonamiento es falso al menos por dos razones. La primera es porque, de seguir esta lógica, nunca se podría llegar a ningún acuerdo en ninguna materia, porque siempre cabrá la posibilidad de que la izquierda lo cuestione. La segunda es que “la” izquierda no existe. Hoy tenemos en Chile diversas izquierdas y haríamos bien en no englobarlas ni tratarlas de la misma manera. Siempre habrá una izquierda vociferante, que cree interpretar los anhelos más profundos del pueblo, tan hondos que el pueblo mismo no es consciente de ellos. Esa izquierda estará siempre en contra de cualquier proceso que no tenga asegurado un resultado chavista. Hay que acostumbrarse a sus gritos.
He dicho que la derecha funciona mejor con miedo, pero eso no constituye un destino ineluctable. Es necesario saber funcionar con normalidad, lo que significa, entre otras cosas, no pasar por fases bipolares y ser un interlocutor confiable capaz de establecer acuerdos de largo plazo con las fuerzas de la centroizquierda. Hay que mantener viva la gran convergencia que llevó al Rechazo. Esto supone evitar la actitud cortoplacista de definir toda la estrategia futura en función de los resultados del próximo 7 de mayo, y pensar que un buen resultado —si llegara a producirse— da carta blanca para la arrogancia y la prepotencia que tanto deploramos en la izquierda de la Convención, solo que ahora sería de otro signo.
Uno puede intentar que muchas de las cosas buenas de la Constitución actual permanezcan en el texto futuro; sin embargo, resulta necesario comprometerse muy en serio para que el proceso actual tenga éxito. Eso supone, desde ya, la disposición a hacer ciertas concesiones para conseguir acuerdos muy amplios entre todas las fuerzas que defienden la democracia representativa y el diálogo como arma de la política. No se trata aquí de ganarlas todas, sino de conseguir una Carta Fundamental que quizá no tenga mucho brillo, pero que pueda sobrevivir a las turbulencias actuales y futuras, que no faltarán.
En otras palabras: las materias fundamentales son muy pocas y uno no puede hacer de todo una cuestión de principios, que lleve a justificar los manotazos al tablero cuando las cosas no salen exactamente como uno quería. Ya tenemos a una izquierda radical que se ha manifestado claramente en contra del proceso. En manos de las distintas derechas y del Partido de la Gente está la responsabilidad de que esos sectores extremos no encuentren el ambiente polarizado que necesitan para crecer. Porque allí donde impera la racionalidad ellos no tienen aire para respirar.