Suele ser difícil justificar con argumentos objetivos un juicio de la sensibilidad. Con Una salida honrosa sucede eso.
El núcleo de este libro es un enjuiciamiento a la intervención francesa en Indochina. Al principio me pareció que para mí y para la mayoría de los lectores el “tema indochino” se percibe lejano, perteneciente a otros cosmos, ajeno a nuestros intereses y preocupaciones intelectuales, pero Vuillard conquista rápidamente y demuestra que esa lejanía es solo aparente y, en definitiva, irrelevante para los efectos de esta narración.
La de Vuillard es una novela política; la historia y el tema abordan el poder y principalmente el gran poder. Novelas políticas ejemplares son Todo modo, El gatopardo, El agente secreto, Los demonios, Los acantilados de mármol. El libro de Vuillard se ubica en este ámbito particularmente peligroso, porque el autor no es neutral, no lo es nítidamente en este caso, y tiene que buscar para su novela el punto preciso entre relato moral y discurso panfletario. Son numerosas las novelas políticas que naufragan asfixiadas por las buenas intenciones y un autor rimbombante. Vuillard sale airoso de este desafío crucial, aunque al final se le cuelan un par de párrafos militantes. El resto de la novela “muestra” y no “tematiza”. Lo interesante en una novela política no es enterarse de las convicciones políticas del autor, sino adentrarse en esa zona turbia donde se adoptan las grandes decisiones, conocer las motivaciones auténticas, tratar de captar a las personas que por ahí circulan, observar morbosamente el cotorrear de las intrigas, comprobar, una vez más, la distancia entre los discursos y las realidades.
Vuillard es duro con todos los que participan en la adopción de decisiones sobre la guerra de Indochina —políticos, militares, diplomáticos, empresarios—, pero es especialmente severo con las grandes empresas internacionales y aquellos bancos que las financian. El resto de los poderosos son responsables, pero operan como la fachada de los intereses económicos. El autor piensa que el factor que aviva los conflictos y los mantiene encendidos son las grandes transnacionales que ven amenazadas sus posesiones o están siendo beneficiadas con la continuidad de los combates. Sin embargo, parece también por momentos asignarles un papel predominante a la estupidez y la ineptitud disfrazadas de sutileza y aristocracia.
Vuillard tiene un gran talento para dibujar a sus personajes. De manera sintética y precisa, abundando de un humor sarcástico, los pinta como individuos corruptos o torpes y tozudos, obcecados en su estupidez y vanidad, rápidos en desdeñar cualquiera sombra de conciencia moral. El tinglado del poder es el escenario en que actúan la vanidad, el racismo, la astucia y la codicia. Vuillard es inclemente, sobre todo con aquellos que supieron o sospecharon pero miraron para otro lado. Los senadores y diputados siguen el mismo juego, salvo uno que es apaleado por proponer la búsqueda de un acuerdo con el enemigo para poner fin al conflicto cuando ya todos tenían claro que la guerra estaba perdida.
Los personajes tienen gran verosimilitud y vitalidad, resultando casi cómicos en su iniquidad. El tono de Una salida honrosa me pareció tragicómico, pues a pesar de lo graves que son los cargos no deja de teñir todo el libro de un humor oscuro y sarcástico.
Una salida honrosa no es una novela de guerra, como Sin novedad en el frente, por ejemplo, pero tiene escenas de guerra soberbias, una descripción aplastante acerca de sus condiciones inusuales y feroces, para las cuales los generales De Lattre, Navarre y, sobre todo, De la Croix de Castries no estaban preparados, o bien no estaban preparados para ninguna guerra por su formación en oficinas y salones.
La novela avanza con rapidez. Vuillard posee oficio para seleccionar los puntos de la acción en los cuales detenerse, o pasar lentamente, oblicuamente, o saltarse tan solo. El autor sabe que debe omitirse de la historia y, así, el relato es trama veloz pero inteligible.
La acción se concentra en torno al general De la Croix de Castries y la batalla de Dien Bien Phu, que concluyó con una debacle total para las fuerzas francesas. Allí todo fue absurdo: el general llevó voluntariamente a sus fuerzas —en su mayoría soldados coloniales— a encerrarse en un valle rodeado de selva inexpugnable donde los vietnamitas estuvieron siempre listos para abalanzarse sobre ellos. Su vanidad activa provocó la muerte de cientos de miles de soldados. No hubo rescate ni aprovisionamiento; los soldados fueron dejados a su suerte. Si morían del lado francés, del lado del Viet Minh morían cinco veces más, pero obtenían la victoria. Una carnicería vergonzante y del todo inútil. La “salida honrosa” no era la victoria, sino una salida de la guerra bajo condiciones que, en apariencia al menos, no fueran humillantes para Francia. Ni siquiera se logró eso.
Unas páginas sobresalientes por su prosa clara, elegante, sutil y acerada.