Ayer, en los matinales y las encuestas, los carabineros eran unos demonios, hoy son los nuevos héroes. ¿Cómo explicar este cambio de la opinión pública, de los periodistas y los políticos? ¿Con qué juicio nos quedamos, con el de hace tres años o con el actual?
Aquí sucede algo semejante a los funerales. Uno sabe que ese hermano o ese hijo se llevaba muy mal con su padre; y, sin embargo, el hecho de la muerte le permite verlo con otros ojos.
La crítica a nuestros policías no se debía solo a los abusos que, sin duda, algunos cometieron. Ella reposaba sobre una grave ilusión. Mucha gente pensaba que la tranquilidad pública era un bien que estaba garantizado, tanto que podíamos permitirnos unos estallidos de violencia y, al final, no iba a pasar nada. De acuerdo con esta ilusión, eran las actuaciones de la fuerza pública las que, en el fondo, venían a perturbar el orden. Hoy sabemos que no es así.
A la ilusión anterior se suma un error filosófico: la creencia de que el hecho de usar la fuerza implica hacer un pacto con el diablo. Esto es falso: el diablo mismo muchas veces puede presentar un rostro pacifista, como sucedió en Europa cuando muchos veían crecer a Hitler y no hacían nada por frenarlo. Además, esa afirmación impide distinguir entre el ejercicio legítimo de la fuerza, que puede constituir un acto virtuoso, y la pura violencia. En ese contexto, un policía no sería más que un delincuente con uniforme, al que toleramos como si fuera un mal necesario.
En el rechazo visceral del FA/PC a la posibilidad de entregar más atribuciones a las fuerzas de orden está, ciertamente, su incapacidad de comprender que puede haber un empleo virtuoso de la fuerza, pero también hay un acto de astucia. Ellos saben que, de modo inevitable, habrá algunos actos abusivos que terminen en malos tratos, lesionados e incluso en alguna muerte. Entonces, levantarán sus manos y dirán: “Yo dije que no había que dar más facultades a los policías porque iban a suceder estas cosas”. Y como la opinión pública estará conmocionada ante esos sucesos infaustos dirá: “El Frente Amplio y el Partido Comunista tenían razón”.
Olvidan que estamos en el planeta Tierra y que, tanto si damos como si no damos más atribuciones a las policías, habrá muchas desgracias e incluso muertos. La diferencia está en que, en un caso, será el abuso de una atribución legítima, cuya responsabilidad se podrá perseguir. En cambio, en el otro estaremos en presencia de una violencia en sí misma ilegítima, a cargo de delincuentes anónimos, como la que hemos presenciado en los recientes asesinatos del cabo Álex Salazar, la sargento Rita Olivares, el cabo primero Daniel Palma, y la ola creciente de delitos que observamos atónitos.
El mundo frenteamplista olvida que, muchas veces, cuando se retiran los poderes represivos no aumenta la libertad, sino que solo crecen los poderes opresivos, esos mismos que impiden a buena parte de los chilenos, particularmente a los más pobres, salir tranquilos a las calles. El FA/PC quitó legitimidad a la acción policial y fomentó un clima donde el narco y otras fuerzas destructivas penetraron sin cortapisas. Un ambiente semejante no se corrige por decreto.
Todo esto es muy peligroso, porque si no respaldamos a la fuerza legítima, entonces el caos cundirá y gran parte de la población podrá verse tentada a elegir fórmulas autoritarias, es decir, a buscar soluciones al estilo de Bukele.
¿Soy un alarmista? ¿Jamás podría suceder en Chile algo semejante? ¿No somos, en el fondo un país que ama el orden, el Estado de Derecho y las instituciones? Puede que sí, pero recordemos que las encuestas no solo nos dicen que el Gobierno y los partidos tienen una baja aprobación, sino también nos señala que un 78% de la población tiene una imagen positiva de Bukele. ¿Y qué tiene eso de malo?, dirán algunos. ¿No ha logrado controlar la violencia de las maras? Puede que sí, pero, junto con los maristas, ¿cuántos inocentes hay en las cárceles salvadoreñas, sin posibilidad de contar con un debido proceso? ¿Y no ha debilitado seriamente las instituciones? También los rusos volcaron todo su apoyo a Putin cuando estaban desesperados por el auge de la criminalidad y el desorden económico. Hoy vemos las consecuencias.
La política es una actividad muy delicada. Requiere equilibrios finos y sentido de realidad, pero por desgracia esos atributos no abundan en ciertos sectores del Gobierno. No parece que el Presidente Boric vaya a definirse en favor de una de las almas del oficialismo, y esto a la larga puede llevar a que figuras como Carolina Tohá terminen por perder su capital político. ¿Qué vendrá después? Es más, ¿qué vendrá después de Gabriel Boric? ¿Cuán deteriorado se encontrará el país el 11 de marzo de 2026, cuando asuma el nuevo gobierno?
Los asesinatos de carabineros representan un doloroso drama humano y son un delito gravísimo, pero tienen también un amplio contenido político, porque apuntan a la forma misma en que se entiende el papel del Estado y nuestra convivencia ciudadana. Si esto es así, los carabineros muertos no son solo unos héroes. Ellos nos recuerdan que, si queremos tener policías, familias, empresas, iglesias, prensa libre, partidos, democracia, militares, escuelas y –en definitiva– un Chile, tenemos que cuidarlos. Esa gente que, con lágrimas en los ojos, saludaba con banderas chilenas el paso del cortejo del cabo Daniel Palma parece haberlo entendido bien.